Cine-mundial (1923)

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ENIA el eco de aquella bocina un ladrido de perro alegre, tan pene trante, que ponía en conmoción a todas las vecinas de la casa, cuando gritaba llamando a Victoria. Era indescriptible la alegría, el orgullo, que experimentó ella, sobre todo las primeras veces, al escuchar el grito de la bocina y anunciarle su doncella: —El coche espera a la señora. Salía con un paso distinto de su paso ordinario: más rítmico, más entonado, más seguro; con la cabeza muy erguida y los -ojos inquietos, fugitivos, mirando a todos lados, como con un deseo de verse mirada. | ¡Qué lindo era su automóvil! Aunque el automóvil era lujo de ricos, ya se empezaba a democratizar y a falsificar. Había ya automóviles baratos, que guiaban los mismos dueños, o que se alquilaban a algún amigo para poderlos costear. El suyo no era así, era el verdadero automóvil, sólido, cuyo sólo aspecto denota “su riqueza, todo forrado en el interior de seda blanca, con espejos y búcaros, llenos de flores. Lo Era un verdadero gabinetito de coqueta aquel interior de automóvil, deslumbrante CINE-MUNDIAL con su iluminación eléctrica. Un auto para pasear por la ciudad, para lucir sus trajes y los grandes abrigos de pieles o las suntuosas salidas de teatro. No era un coche de camino: daría lástima ver aquella joya de ricas maderas y metal luciente, tan acharolado y cuidado, ir a empolvarse por medio de las carreteras. ¿Y el chófer? Se lo habían recomendado unos amigos bilbaínos. Eso por sí sólo era ya una patente de valer, porque los bilbaínos habían suplantado a los antiguos príncipes rusos en saber gastar ostentosamente su dinero. Además, lo abonaba su figura. Era una especie de gigantón, bien formado, con una cara de alemán, colorada, y unos cabellos rubios, que rimaban admirablemente con la magnífica librea. Victoria se había casado muy joven, sin amor, para salir de una situación angustiosa. Cansada de pasar los días cosiendo en el taller de sastrería de su padre. Su marido era rico, pero le doblaba la edad, estaba sometido a régimen, a causa del artritismo, y se pasaba la vida entre balnearios y lugares para tomar aguas. Para Victoria era un gran lujo verse viajando en primera clase y alternando en la sociedad de los agüistas de los balnearios de moda, puesto que jamás había gozado otra Por e (emen de Burgas “Colombiana » fiesta que la comida de aniversarios, que los obligaba a estar dos días guisando en casa; o había ido de vez en cuando a un cine o a un teatro. Se hacía un traje en cada estación, tenía una casa con muebles antiguos, una buena cocinera, y se sentía contenta. No había abierto los ojos a lo que era lujo y bienestar hasta después de viuda. Era fabulosa la renta y la fortuna que le dejara su marido. Sentía a veces desprecio hacia él, pensando en que había sido capaz de vivir con tanta modestia siendo un multimillonario. ¡Cómo la despaviló a ella su fortuna! Tuvo amigas muy alegres, eso sí preferibles a las otras que la visitaban en vida desu esposo. Querían conquistarla para que fuese una dama de postín, filantrópica, siempre metida en la iglesia O haciendo ejercicios en las Reparadoras, pero ella huyó de aquello. No la seducían la fama y la consideración ganadas a fuerza de privarse de todo lo que le era agradable. Eligió las amigas entre aquellas señoras que se divertían, y no se preocupó de que las otras le cerrasen sus puertas, —Después de todo — pensaba — el mundo .es como el infierno, está formado de círculos, y como no se puede estar en todos hay que conformarse con el que nos parezca más grato. Con la influencia de aquel círculo suyo Victoria se transformó. Era elegante y bonita de un modo insospechado. Bastó que hábiles modistas sacaran partido de sus gracias naturales para que apareciese deslumbradora. Se cambió de casa, montó su servidumbre, dió reuniones y comidas, viajó, tuvo palcos en todos los teatros, y lució toilettes y joyas admirables; pero lo que más la conmovió de todo, lo que le hizo saborear su riqueza, sentir el orgullo de tener tanto dinero, que al fin y al cabo era una superioridad, fué su automóvil. Las primeras semanas apenas lo dejó entrar en el garage. Lo tenía día y noche ocupado, de visita en visita, de teatro en teatro, de paseo en paseo. Entró en la casa de campo con la esperanza de que todos los personajes que viese allí habían de envidiar su flamante coche. No sabía hablar más que de su auto. Bus NOVIEMBRE, (885 A PIETER SE TCR GRISE A E ec