Cine-mundial (1923)

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a caba la manera de decir que la estaba esperando, y en ocasiones hizo que se asomasen sus amigas a los balcones para admirar el magnífico coche. Desde un día que el chófer le contó que le habían rogado unos señores que les ensefiase el motor, Victoria solía decir: —Mi automóvil llama la atención en todas partes... Es el mejor que se pasea por la ciudad... Como que es de los Estados Unidos, del país más grande de la tierra, el que tiene las casas más altas y mayor número de habitantes. . . Me suelen parar en el paseo para contemplar el motor. NL QE UE Cic xg CINE-MUNDIAL perfume de la mezcla de olores revueltos. Con frecuencia durante toda la noche volvía la cabeza. Las veía em el fondo de raso blanco, algo fatigadas, con los brazos y los senos descubiertos. Estuvieron en otros varios recreos. Eran como abejas insaciables. Jugaban, reían, bebían... Rosendo vió que se embriagaban de cocaína... Y en el auto entraron también hombres... Los amigos y las amigas la adulaban alabándole el automóvil como a otras les alaban los hijos, o los perros y los gatos. Se conquistaban así su simpatía, y ella los paseaba en su coche, contenta y ufana de hacérselo admirar. Verdaderamente aquel automóvil adquiría valor por la brillantez de las gentes que conducía. Era como una canastilla de luz, llena de flores frescas. La belleza de Victoria y de sus amigas se destacaba del fondo de raso blanco como las joyas de sus estuches. Ninguna de ellas usaba esos abrigos severos de automóvil, tan enojosos como los trajes de amazonas. Se vestían ligeras, descotadas, provocativas. Parecía a veces el fantástico auto un palco de un, baile de máscaras que hubiese escapado sobre ruedas. Así lucian escorzos, ` vestidos y desnudos, entre risas y flores. El chófer era quizás el único. que no había dado importancia al automóvil que conducía, y que espiaban en todos los paseos y lugares de placer con encantos los hombres y con curiosidad o envidia las mujeres. rio para que Rosendo — el / toria estaba tan contenta que no tenía gana de empezar el viaje de verano. — En Madrid, con dinero — decía — se pasa el mejor veraneo del mundo. No hay ind en que una se pueda divertir tanto. Ella, que no se preocupaba de que nadie criticase sus acciones, encastillada en Su. dinero y su independencia, no encontraba en ninguna otra parte aquella alegría sin rebozo de Madrid, el estallido de vida en la: calle, la algazara, el bullicio, que ponían marco a su diversión. Cambiaba de amigas y de. amigos. Iba a todos los recreos, desde Rosales a Ciudad Lineal, pasaba las noches en-. teras en dar vueltas, para res Jut K ji SUL EN Fué necesaMIIS chófer tenía para su ama el encanto de aquel sonoro nombre de Rosendo, que parece que ha de rimar con un hombre encarnado y rubio— reparase en lo que tenía a su alrededor, que los otros chófers, parados en la puerta de Parisiana, donde hablaban de la vida y milagros de sus amos, y enseñaban a los novatos a pintar ahorrarse la gasolina, le dijesen con la impertinencia masculina. —4 Chico, buenas mujeres llevas! —¡ Quién estuviera en tu pellejo! —Ya te pasarás buenos ratitos! —¡Algo se pesca! Se fijó entonces: Victoria y sus amigas subieron al auto recogiendo sus faldas ligeras, en aquella ardorosa noche de julio; fué un revuelo de encajes, de medias transpaentes, de zapatitos descotados. Le llegó el NOVIEMBRE, 1923 < Con los otros chófers, parados en la puerta de Parisiana, donde hablaban de la vida y milagros de sus amos... se sentaron familiarmente. No se atrevió a volver más la cabeza por d temor de verlos a todos enlazados... de escuchar rumores de besos. El no era un hombre cuya presencia se respeta, era el chófer, que no cuenta para nada. Después de pasear por todas partes, las amigas fueron quedándose en sus casas. Victoria fué la áltima. Por vez primera Rosendo reparó en que no entraba sola en casa, y siguió con avidez la silueta que, apoyada en su acompafiante, se perdía en la sombra del portal. Sonó la bocina al irse como si la llamara. II Aquello se repetía todas las noches. Vic pirar aire y cielo, de un lado | para otro, saboreando la alegría de vivir. A veces iba a tia hora a la Cuesta de las Perdices a casa de Camorra, para volver, con el fresco de la mañana, viendo amanecer, en las soledades de la Casa de Campo y en la enramada de la Moncloa. e Se diría que no había repa| rado jamás en su chófer. ; El 'chófer era como una rueda o un tornilo de su coche. No había que prestarle más atención. Estaba satisfecha de su corrección, de su gran presen -de la manera de llevar el uniforme. Sin duda el chófer contribuía también a su postín. Le agradecía que se llai mase Rosendo, porque era un / -~ nombre cantable, que le permitía lucir la sucio de su. X voz. Lo premiaba, para demostrarle su complacencia, Wi dándole buenas propinas, peS. ro sin fijarse para nada en él. Las noches que volvía sola, cuando Rosendo bajaba para abrirle la portezuela, se dejaba casi caer em sus brazos, con el abandono de la mujer, a (a la que no se le ocurre estar en presencia de un hombre. E Una tarde se rió mucho porque Berta le dijo: 3 —Tienes un chófer muy guapo. E ¡Pobre Berta! ¡Reparar en el chófer! o | comentó con Adela diciendo: 3 —Bien se ve que Berta va llegando a la | edad en que ya se repara en todo. En cambio, Rosendo, que antes no había reparado en nada, reparaba ahora en ella. Lo hería profundamente aquel desprecio que notaba, cuando él se creía muy superior, con soberbia de macho, a todos aquellos señoritos que acompañaban a Victoria. Ganas le dab. de volcar o de ponerlos en un peligro p que ella viese cómo se asustaban y qué poco | valían. Sobre todo lo deslumbraba su descote. Vic c toria tenía un descote maravilloso, que le daba nombre ya entre todas las bellezas q alternaban en los recreos. La llamaban, por antonomasia, La Descotada. ` Ella lo sabía y hacía valer su descote Tenía el cuello largo, gracioso, los hombros caídos, con una línea perfecta; una n redondeada, una espalda recta y un seno baj amplio, con un almohadillado discreto, qué (Continúa en la página 683) | > PácINA 65 ^