Cine-mundial (1926)

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CINE-MUNDIAL OVNIS DE a EAS E MEE LEN] U CRE B-E MAN A A ED UANDO el sol descendía y las som bras subían de la tierra al cielo, Mr. Arnold se dispuso a explicarme con todos sus detalles el plan que tenía preparado para libertarse de la amarga e intolerable presencia de los Rogers, de sus biblias y sus sermones, de sus amargas censuras y punzantes sarcasmos. ` Pero en este momento llegó Pepe Motril, ya al lado de la bella Alice que fuera a buscarlo hasta los confines del parque. Llegaba muy guapo y muy elegantón y yo al momento reconocí la mejor de mis corbatas y la más flamante de mis camisas de seda, pero me hice el disimulado esperando darle una buena reprimenda cuando estuviéramos a solas. La linda Alice que estaba ya “chalaíta” por el dichoso andalúz lo había invitado a visitarla después de más de doscientas conversaciones telefónicas que había tenido en el día; y Pepe se había apresurado a acudir al reclamo para lo cual saqueó las mejores prendas de mi bien abastecido ropero con el consentimiento, de seguro, de Dorotea y las niñas que le habían tomado ley y afición al gracioso trianero. Mr. Arnold se mostró muy afable con Pepe y rió mucho cuando Alice le contó que había venido de Nueva York en ferrocarril porque estaba cansado y aburrido de sus automóviles. —Mr. Motril dice que hasta que no inventen algún automóvil mejor de los que hay en la actualidad, no va a volver a usar ninguno de los suyos —, replicó Alice. —Así es, —agregó Pepe con una sangre fría imperturbable. — Estoy aburrido de los automóviles que tengo y prefiero viajar en ferrocarril, en tranvías, a pié, de todas las maneras imaginables, —¿Y el aeroplano no le gusta? — preguntó Alice melosa y afable. —Me tiene también un poco fastidiado, — dijo Pepe con un gesto de spleen que le habría envidiado un lord inglés. FEBRERO, 1926 POR l DE [A y se alejó en amenísima charla con la vapo —¿Pero usted maneja el aeroplano? — interrogó Alice encantada de encontrar nuevas virtudes y atributos a su héroe. —Desde que era niño, — contestó Pepe con su aplomo habitual. — Un día de tantos vendré a verla en mi aeroplano. —¿Y me llevará usted a volar? —Con el mayor gusto, la llevaré muy alto, muy alto. —Alto allí, — interrumpió Mr. Arnold entre sonriente y alarmado. — Estos españoles son terribles. E] mejor día se va con mi hija por los aires y su madre moriría de pena pensando que le va a ocurrir un accidente. Nada,. Mr. Motril, venga usted en su aeroplano cuando quiera, pero no vuele con mi hija. Pepe consintió en no volar con la niña, con mucha gravedad. Yo mientras tanto no sabía qué cara poner al oír todo lo que Pepe decía con tanta seriedad y calma tan imperturbable. En su vida no ha visto en sus manos otros automóviles que los que ha tenido que lavar a tanto la hora en los garages; ni sería capaz de volar en aeroplano así le ofrecieran todo el oro del mundo; pero para mentir y para balandronadas no hay nadie como él en el mundo entero. Nos ofreció excelentes cigarros habanos a Mr. Arnold y a mí y yo reconocí al punto la marca de los que yo tengo para los días en que se repica gordo en mi casa y que me cuestan una fortuna. Pepe dijo que eran de la marca que le gustaban por ahora y que había hecho un nuevo y considerable pedido. Bien comprendía yo que Pepe había hecho una invasión en toda forma en mis habitaciones, despojándome de todo lo que le giStaba más. Me consolé pensando en las cosas que iba a decirle cuando nos viéramos a solas; y él, muy amable y gentil, se despidió de nosotros rosa y feérica Alice que estaba radiante de tenerlo a su lado. —¡Qué gran sorpresa es Mr. Motril! — dijo Mr. Arnold emocionado. — ¡Qué riqueza, qué elegancias, qué gustos de príncipe! Y mientras los jóvenes se alejaban, nosotros encendíamos los deliciosos habanos que Pepe nos había obsequiado y que eran de mi. privadísima propiedad, y luego procedió Mr. Arnold a explicarme su plan estratégico. EA —Cuando los Rogers vinieron aquí — comenzó diciendo Mr. Arnold, había en “Las Encinas Rojas” muchos gatos. Mi mujer tenía un hermosísimo gato, respetable, entrado en años; Alice tenía un gatito de Angora... —¿Y la escandinava, —le pregunté, — la doncellita escandinava no tenía un gato? —Si, — dijo Mr. Arnold, — tenía un minino. ¿Lo conoció usted? —No. —Pues no lo conocerá nunca y ya le explicaré por qué. Había muchísimos gatos en esta propiedad y nos habíamos acostumbrado a su compañía y tolerábamos amablemente sus maullidos y sus nocturnos idilios siempre acompañados de gran ruido. En la soledad de este parque eran una nota alegre. Pero vinieron los Rogers y aquello fué el juicio final de los gatos. Desde la primera noche comenzaron los tres, padre, madre e hija, a quejarse amargamente del ruido y el viejo, que es un compendio de neurastenia, pasaba las horas del día clamando contra ellos y de noche se entretenía en lanzarles toda clase de proyectiles desde las ventanas de su habitación. Pero lo gatos no se preocupaban de esto y seguían en sus sinfonías amatorias. Un día Rogers fué a Nueva York en una misión misteriosa, pues a nadie reveló el motivo de su viaje. Regresó por la tarde con cierto aire sospechoso de satisfacción y desde el día siguiente comenzaron a morir los gatos de mal súbito y extraño; yo llevé uno al veterinario para que examinara y PÁGINA 85