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CINE-MUNDIAL
a ERER ASAR
(Diario de un
Día 26.—¿Se acuerdan Uds. de aquella joyería a la que aludí desde esta sección, hace algunos meses, al hacer notar que tenía sobre la puerta un rótulo diciendo: “Aquí hay campanas eléctricas de alarma contra asaltos y ladrones”? Pues bien, ayer los susodichos ladrones se llevaron del establecimiento, a pesar de las campanas, y la electricidad, alhajas por valor de un cuarto de millón. No lo vi yO. JLo Iei en los diarios de esta mañana.
Día 27.—Desde que abandoné New York para irme a habitar un pueblecito de las cercanías, nunca había sucedido nada de particular frente a mi casa. Anoche, sin embargo, tuvimos tragedia. Dos autos se estrellaron; el depósito de gasolina de uno de ellos se incendió y no quedó del vehículo más que el armazón. Acudí a ver los esfuerzos de los bomberos por apagar el fuego. El agua de las mangueras inundaba los despojos. De pronto, el chorro hizo salir de entre los retorcidos hierros una prenda de ropa, a la que siguió otra... y otra más. Hasta aquel momento no nos habíamos dado cuenta de que, en el interior, había un pasajero carbonizado.
CAMPANAS pARA LADR
Día 28.— Nota cómica en contraste con la macabra de ayer, y en el mismo sitio. Un loco manso, todo vestido de andrajos pero poseedor de un reluciente pito de policía colgado al pescuezo con una cadena de metal, se cree director general del tráfico en la esquina del bulevar. Hace furor entre los que pasan guiando automóviles que, por darle gusto y aumentar sus entusiasmos, ejecutan evoluciones inverosímiles, no sin saludarlo con las bocinas.
Día 29.— Un amigo que vive en el campo insiste en que lo acompañe yo a recoger su “bull-dog” que ha estado curándose de males más o menos caninos en una granja de los alrededores. Eso me da ocasión para conocer al tipo más raro que haya yo visto en las últimas semanas. Su única excentricidad consiste en su amor a los perros y a los gallos. Tiene doscientos de los primeros (que sin duda le cuesta un dineral sostener) y no como negocio, pues rehusa venderlos aunque son casi todos de alto precio y buena raza, sino por gusto. Sus gallos son todos de pelea. Advierto que el señor en cuestión no es millonario. Ni siquiera rico.
Día 30.— Cruzo el río Hudson, en medio de cuyas aguas veo una enorme casa de madera,
FEBRERO, 1926
transeunte neoyorquino)
cuyo dueño — que sin duda es un optimista == ha quitado de sus cimientos para transportarla a otros lugares más propicios sin tocar una sola tabla. Va haciendo equilibrios sobre grandes almadías, río arriba. En el te
cho, cerca de la veleta ¡se despereza un gato! Día 1.— Todavía reserva Nueva York al
gunas sorpresas hasta a los veteranos de la galantería. Salgo de prisa de un restaurant. La puerta es estrecha y está, además, obstruída por dos lindas jovencitas que hacen de los cristales un tocador improvisado. Una de ellas pregunta a la otra:
—¿Y ahora, a dónde vas?
La aludida se vuelve hacia mí, descaradamente, y mirándome en los ojos con el aire más delicioso del universo, contesta:
—A donde me lleven
Día 2.
Escena en un ómnibus en que via
jo. Para facilitar la operación de la puerta de entrada, se ha cubierto con grasa negra la parte superior del marco. Entra un pasajero enorme y con un sombrero gris perla acabado de estrenar, da con la cabeza en el engrasado marco, apabulla la prenda y ésta Naturalmente
queda hecha un un escándalo feroz y declara que el sombrero le costó doce dólares y que va a demandar a la empresa, y que son unos cochiOSM Ceo AE, El conductor, una especie de finlandés inalterable, contesta sin volver la cabeza:
— Estos coches se hicieron para personas de estatura mediana,
Sofocado por la ira, el hombre del sombrero manchado no vuelve a abrir la boca. Se sienta, tristísimo y enrojecido, y el ómnibus continúa su camino.
Día 3.—Por Broadway pasa un autocamión de anuncios. Se le ha convertido en jaula. Dentro va un infeliz vestido de gorila. Se trata del reclamo de una obra teatral. Innumerables idiotas se paran en seco para contemplar el paso del vehículo. No faltan otros que, atropellando a la gente, se apresuran a ir detrás como si se tratara de algo extraordinario. Hago în peto la observación de que esos son los que debían ir dentro de la jaula ¡y amarrados!
Día 4—En la calle 42 entre la 10° 11 avenida, veo tres letreros luminosos, sobre otras y tantas puertas. El de la derea cha dice “Artículos para Radio”; el de a : la izquierda i “Fonda”. El : de enmedio “Jesús Salva”, Este último corresponde a una
asco. arma
3
Ñ
casa de “socorros espirituales y temporales.”
Día 5— En un ómnibus. Cuando entro, no hay más que un asiento disponible junto a una señora gordísima. Me acomodo como puedo junto a ella, que no se digna cederme ni un centímetro. Sus carnes se desparraman como un pote de grasa. A poco, se le
vanta para salir un caballero que estaba frente a mí. Inmediatamente ocupo su lugar no sin lanzar un suspiro de alivio. Sube
al coche entonces otra dama tan gorda como mi ex-compañera. No le queda más remedio que sentarse (eso de sentarse es una metáfora) en el minúsculo espacio que yo acabo de abandonar. Las dos moles se atacan, se confunden, se apabullan. ¡Y qué miradas de odio se lanzan las buenas señoras! Los demás pasajeros me agradecen, con la mirada, el espectáculo de comedia que deben a mi habilidad para cambiar de sitio.
Día 6— En un tranvía noto un anuncio genial. Dice: “American Mercury, revista
mensual de mérito. Se le cita con mucha frecuencia: favorable y desfavorablemente”. Al bajar del naturalmente, compro un número.
vagón,
Día 7. — En contraste con el aviso de ayer, leo este otro en mi diario: “Señoras que vais a enviudar, éste es el momento de comprar lotes en el cementerio”.
Día 8.— Está ventilándose en el juzgado la escandalosa demanda de divorcio de Leonard Kip Rhinelander contra su mulatita consorte, a la que acusa de haberlo engañado al “ocultarle” que no era de raza blanca. Con tal motivo se leen las cartas que ambos jóvenes se dirigieron, ya novios o ya casados, duranausencias. En la sesión de
te las mútuas
“ayer, el juez mandó desalojar el salón de
audiencias para que sólo el jurado escuchase la lectura de ciertas misivas de Rhinelander que contenían párrafos obscenos. Es de suponer la curiosidad pública que los susodichos parrafitos despertaron. Esta mañana, al dirigirme a la oficina, topo con un grupo de gente que se amontona en derredor de un individuo azarado y activísimo: lleva un paquete de folletos impresos bajo el abrigo y mira con desconfianza a derecha e izquierda, temeroso de que se acerque un guardia. Está haciendo magnífico negocio. Pregona a media voz:
—¡La colección completa de las cartas de Rhinelander, con los párrafos que el juez no quiso hacer públicos! ¡A peso el ejemplar!
Día 9. —Un ciego a quien compro mis periódicos diariamente — y que nunca se equivoca en el cambio — habla con otro infeliz privado de la vista a la entrada del subterráneo. Le oigo decir:
—A mí lo que me gusta es ir a las representaciones dramáticas: eso me impide pensar en mis desgracias.
Día 11.—En un tranvía atestado. Una joven que va sentada comienza a lanzar ultrajes a un joven que va de pie y lo acusa de haber ejecutado maniobras vedadas con la rodilla. Caso extraordinario: el resto de los pasajeros, sin excepción, condena a la quejosa, que grita desaforadamente. El tranvía se detiene y un guardia, de muy mal humor, carga con los dos. El muchacho va rojo de vergüenza, Ella, encarnada de indignación. La mujer que me acompaña comenta:
—¡La indecente! ¡Pobre muchacho!
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