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POLILEA HUMATTA “GO GETIT ÈR
44 ON qué se come eso de + “go-getter”?”, preguntaE rán los lectores. No se
come con nada. Es simplemente un apelativo norteamericano. “Go-getter” es un nombre compuesto que guarda mucha relación con otro término castellano: “correveiARS CORTS Mo E “obtener”; de manera que el “go-getter” es un individuo que va y obtiene. En español podría muy bien titulársele “correveitrailo”, pues eso precisamente es lo que hace el “go-getter”. Para no trabarles la lengua a los lectores, llamaremos a este flamante producto de la industrialización americana, el hombre-dínamo.
En su aspecto físico, el hombre-dínamo es como cualquier otro individuo. Al verle en reposo, nadie creería que en su interior arde un volcán de agresividad. Lo probable es que sea un esposo tierno y caque en su hogar se preste cordialmente a servirle de caballito a su prole. Suele tener buenos amigos y es alegre, rumboso y decidor entre Mas lir de mañanita de su casa para entrar en el torbellino de los negocios, el pacífico ciudadano se transforma en un energúmeno, en una verdadera
riñoso y
muchos y
ellos. al sa
fiera.
Esa mansedumbre suya en la vida familiar, en contraste con su ciclónico proceder en la mercantil, trae a la memoria esos toros de lidia que parecen bestias inofensivas cuando pacen tranquilamente en la dehesa, pero que se transforman súbitamente en terribles elementos de destrucción apenas vislumbran un trapito que flamea.
Decir que los Estados Unidos es una colmena es proferir un lugar común. Sin embargo, los que no han recorrido este país de un extremo a otro no se dan cuenta exacta del alcance de esa trillada metáfora. ¡Ciento veinte millones de habitantes!, amigos míos, y cada habitante consumidor de artículos de primera necesidad y de oblujo. Y en todo ese vasto y rico territorio, fábricas y más fábricas lanzando
un insaciable
jetos de
toda suerte de artículos al mercado para abastecer la colosal demanda que es preciso mantener siempre al rojo vivo. Pedría citar aquí despampanantes datos estadísticos para enaltecer la enorme potencia industrial y comercial de esta bendita Dolarandia, pero temo que el antipático Jorge Hermida me acuse con el director diciéndole que trato de “inflar” mis artículos.
Como Eva salió de una costilla de Adán
cosa que no me consta, pero que acepto —
el hombre-dínamo ha salido de la enorme Sobre sus de mante
ner en continua ebullición el puchero de los
costilla del industrialismo yanqui.
hombros reposa la pesada tarea
Enero, 1928
CINE-MUNDIAL
negocios. El “go-getter” es generalmente el vendedor, el hombre que, no importa cómo,
tiene que conseguir el pedido. Y pueden Uds. estar seguros de que lo consigue.
Hay tantas variedades de hombres-dínamos como negocios. No hay individuo mayor de edad en este país que logre evadir la acometividad de este extraño sujeto. Supongamos, por caso, que habita Ud., olvidando y olvidado, en algún rincón de Nueva York — allá en el Bronx, donde vive y vegeta el dispéptico Respondedor. Es Ud. uno de tantos anónimos inquilinos en una casa de huéspedes. Al llegar cualquier noche del trabajo, sudoroso y hecho pulpa a causa de los empujones, codazos y pisotones que le han propinado en el ferrocarril subterráneo, le dice la patrona: “Estuvo hoy un señor a buscarlo. Dice que es cosa importantísima; que lo espere sin falta esta noche, a las ocho en punto.” Usted se sorprende, luego se siente algo preocupado. Quizás la conciencia no esté del todo tranquila. ¡Quizás alguna herejía del pasado haya resucitado en hora aciaga para amargarle la vida! Por su mente cruzan atropelladamente recuerdos no muy halagadores. * ¿Será el esposo de aquella Dolly, la pelirroja, cuyos espasmos amorosos ponían conmoción a todo el vecindario? ¿Será el terrible hermano de aquella Betty, la linda enfermera, hombre atlético que al dar la mano casi lo derribaba a uno al suelo? ¿O tal vez aquel sastre confiado que en momento de enajenación mental le cedió al fiado un magnífico terno del que no queda ya sino una amable memoria?
en
Por Luis G. Muñiz
De cualquier manera, la curiosidad vence al miedo, y usted espera, posiblemente con un grueso bastón en sitio estratégico. Al tocar el reloj las ocho campanadas, llaman a la puerta. Abre Ud., y se tranquiliza al ver que el visitante es un desconocido. Sin ceremonia de ninguna clase se cuela en el aposento; le da un fuerte y efusivo apretón de manos; despliega una amplia sonrisa de suprema felicidad; toma asiento, y lo invita a Ud. a hacer lo mismo. Y pronto se da Ud. cuenta de que el visitante es
un agente de seguros de vida, de \ que se halla frente a frente de
un hombre-dínamo. ¿Cómo supo que Ud. existía? No habrá manera de averiguarlo. Ese será siempre uno de los profundos misterios de la vida.
Usted, a quien le importa un bledo morirse o no, se apresta a la defensa de sus ahorros. De la boca del agente comienza a brotar un chorro de argumentos. “Si por desgracia la implacable Parca corta el hilo de su existencia, ¿qué será de su pobrecita
so \ madre, allá en Barquisimeto?” 2AA .
TRA Usted, algo conmovido por el re
== cuerdo, se apresura a advertirle
que la buena señora ha tiempo que tomó pasaje en la barca de Caronte. El yerro en nada afecta la verbosidad del agente. “¿Qué de sus hermanas?” “¿Tendrá Ud. el valor de dejarlas desamparadas, víctimas propiciatorias de la concupiscencia masculina?” Usted arguye que sus dos hermanas están felizmente casadas, y libres, por lo tanto, de tales satirismos. Desalojado de estas dos trincheras, el agente concentra su fuego graneado sobre la persona de Ud. Las palabras salen de sus labios como repiqueteo de ametralladora y sus frases pintan un cuadro desolador y tétrico. Comprendiendo que las posibles defunciones ajenas, y hasta la suya propia, no surten el efecto deseado, aborda el tema escalofriante de la vejez triste y mísera. El cuadro tenebroso que pinta le pone a Ud. la carne de gallina. Y su imaginación, agitada por la perspectiva de un porvenir hosco y triste, recuerda el carácter huraño e inhospitalario de Nueva York; el terrible antagonismo de la industria y del comercio hacia los hombres y mujeres que pasan de los cincuenta años; el fracaso que acompañó a su última tentativa de empréstito, cuando perdió cierta colocación, y así otras peripecias por el estilo.
El agente adivina que ha llegado el momento supremo de actuar, y, sin darle tiempo a recobrar su ecuanimidad, le pone delante un documento, y en la mano una pluma fuente. Y usted, naturalmente, se rinde y firma. Hecho lo cual, el agente vuelve a darle otro fuerte y efusivo apretón de manos, despliega más ampliamente su sonrisa, y desaparece apresuradamente en busca de una nueva víctima.
Sin el hombre-dínamo, quién sabe cómo (Continúa en la página 92)
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