Cine-mundial (1928)

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ELO MO NN E Y MUERE ESTRELLA UNA M gorda y grasienta mamá espera con 4% el niño sobre las rodillas; sonríe a AL diestra y siniestra, tomando los aga sajos y alabanzas al “bimbo” como cosa personal. Pasa rápido y atareado John Uckleberry (el gran director), pero una mole de carne le cierra el camino y no tiene más remedio que fijarse en aquello que le intercepta el paso; ve unos ojazos azules y una boquita como una Cereza... —¿A quién pertenece esta monada?—pregunta. —A mí, caro signore Uclabirra... — Al right!... Mamá Melutzi; venga mañana a las ocho. Hay algo para el nene. El barco está para zarpar; el supuesto papá que abandonara cruel al chiquitín y a su madre va a bordo; mira burlón y desdeñoso a los incautos que se quedan en el muelle. De pronto aparece ella, sin fuerzas, anonadada... El niño debe extender los brazos, lleroso, llamando a su descastado padre... Pero lo hace al revés, sonríe encantadoramente y bate las manecitas. El director mira al baboso, al “cameraman,” al electricista. El fotógrafo mira al pequeño y al director y escupe con desprecio. “Siempre sucede lo mismo con estos mocosos; estropean las mejores escenas”. Míranse de nuevo; el director se impacienta. Un electricista alarga el brazo y da un pellizco al delincuente en las posaderas; el angelillo principia a hacer pucheros, el cameraman le grita y le amenaza al mismo tiempo que da vueltas a la manivela; el pobre rorro prorrumpe en desconsolado llanto. Finalmente un alfilerazo donde sufrió el pellizco le hace levantar los brazos con desesperación y, bañado en lágrimas, tambaleándose, va en busca de su gorda mamá. Se supone que el desnaturalizado padre lance una carcajada, entonces. Los comparsas a tres dólares por cabeza, indignados al descubrir el verdadero carácter del seductor, quieren lincharle... En el barullo que ocasionó esta escena, derribaron al diminuto actor y le hicieron un chichón como un huevo. Las “pruebas” resultaron magníficas. Aquel día nació otra estrella en Hollywood, Boby Baby, el Nene-estrella. Boby Baby tiene dos años y ya mantiene una familia de seis personas con todo lujo. La mama redujo treinta libras de su peso y se viste como Corinne, Gloria o cualquiera otra de las que brillan. El papá maneja un auto de 8,000 dólares... y Baby ya no necesita la ayuda del alfiler para trabajar: basta con que se lo nombren para que llore. En fin, todo marcha a pedir de boca... y el niño está en el mejor camino para llegar a ser un día un solemne idiota. El público gozará un par de años viéndole y luego... a otra cosa. Más tarde se encontrará semianalfabeto, sin oficio, blasée, caprichoso y pobre y se convertirá en la “pes ENERO, 1928 CINE-MUNDIAL MACE, E NAS = ZAN Í e h A o: S a E AN e Es GA ESZ Y i te” de los estudios. Y con él, su desequilibrada familia. KE Sada Togo. Este nombre, al principio, era conocido solamente en el “casting-office”; fuera de allí era Betty Jones, generalmente Betty a secas, una irlandesa de pelo rojo, cara correcta y picaresca... y buenas formas, que fotografiaba bien, vestida o desnuda; además era amable y servicial. Esta amabilidad hizo que se fijara en ella un carpintero; éste se la presentó a un electricista y así sucesivamente creció su popularidad. Un día que un director se estaba rascando la espalda, al volver la cabeza la vió, le gustó y, entre chistes y tanteos, le prometió un papelito. Gustó en el papel y por fin al cabo de sólo tres años de “extra” llegó a coger un contrato. Jones no era el nombre que podía hacerla salir de los setenta y cinco a la semana. Por lo tanto, lo cambió por el de Gloria Benson; pero la innovación no agradó en las esferas Por Usabal Luis (Dibujos del autor) donde suben los sueldos y pronto se deshizo de ella: llamóse tres días Vally Mohr y ya pensaba en “Dolfa Valentini” cuando intervino oportunamente Sally Cohn, el sobrino del tío “Carl”. Sally era un sibarita de gustos delicados; sabía lo que gana una cosa con el justo nombre y quería saborear la moza en toda su plenitud y valer; así es que se dió a buscar el nombre adecuado, con método y lógica. La chica era moderna, fogosa y embriagadora; por lo tanto, buscó entre las marcas de automóvil, las etiquetas de licores y el anuario del Jockey Club. Encontró el nombre de un caballo que había sido almirante o algo parecido; un nombre corto, sonoro y de fácil pronunciación: Togo. Lo de “Sada”, lo halló ella en una caja de medias, y así la llamaron: Sada Togo, el público... y “Saratoga” los íntimos. Miss Togo, se levanta temprano. Baño, masaje, ligero desayuno... y a escape al estudio. Ya en su “bungalow”, la primera cosa con que tropieza son las dos o trescientas cartas de sus admiradores. De un puntapié las echa a rodar y la camarera las tira al cesto de los papeles sin abrirlas. Luego, viene el agente de publicidad, con una docena de mentiras prontas para los periódicos. Tras él la manicura, el fotógrafo, un mercader de perros que le vende un pequinés o un San Bernardo; un vendedor de automóviles, un agente de seguros que la valora en un millón; el doctor, que no da por ella un real si no se opera esto o lo otro; la modista, un escritor, (con un argumento bestial); un corredor de fincas que le ofrece el palacio del Louvre, la casa de Cecil de Mille o el casino de Montecarlo, pagando cinco dólares al contado y el resto a plazos módicos. Huye-por fin, dejando a la mamá para el reparto de sonrisas y acepto de pleitesías, para lo que la buena señora se pinta sola. En el “Set”, o rincón del escenario. donde han plantado el decorado, continúa sin interrupción la cotidiana lata de los pedigieños, admiradores, colegas chismosos, chistes centenarios y vasos de agua. A medio día, come cualquier cosa, poco y malo. No se nutre por no engordar; no ríe por no tener arrugas, no se enamora para no sufrir, (las pasiones dejan huellas en el físico). Su exterior es todo su capital y hay que administrarla con cautela. Es amable con todo el mundo, pero conoce a muy pocos, habla las estupideces y lugares comunes que le dicta el gerente de publicidad. En la prensa, exteriora sus opiniones sobre arte, sus gustos, e ideales, que son exactamente los mismos que los de todas las niñas cursilonas que le escriben epístolas. En realidad, su más ardiente deseo es... dormir una semana entera, no bañarse en dos, atracarse de judías y longanizas, tener relaciones con un albañil y no poner los pies en un cine en toda su vida. Esto es aplicable a ellos también, (exceptuando lo del albañil). PÁGINA 21