Cine-mundial (1928)

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la imagen de un manjar, será lógico suponer que el artista tiene apetito. Claro está que se podía dar el caso de que yo también tuviese ganas de comer. Pero no habría riesgo de error en este caso, porque el peliculero se imaginaría su comida como una ración de zanahorias o algo por el estilo, mientras que yo me la representaría tal vez como un humeante plato de filet de sole a la Marguery. Con todos estos razonamientos y teorías me dirigí a uno de los estudios hollywoodenses y abordé el asno escogido para mi experimentación. Acaricié suavemente sus orejas. Las oprimí luego con dulzura, aprisionando cada una de ellas en una de mis manos. Concentré mi atención “psicoanalítica” en el manso artista que tenía ante mí. Y aguardé pacientemente Jos posibles frutos de la potencia que me atribuyera la señorita Luz Alba. La mejor prueba que puedo dar de que procedí con máxima honradez científica es que no oso atribuirle al artista ninguno de los conceptos derivados del bien intencionado experimento. Prefiero relatar sencillamente las observaciones hechas por mí mientras sostuve en mis manos las orejas del peliculero; proponer la hipótesis que dichas observaciones me han sugerido; y dejar al criterio del lector el resolver si dicha hipótesis tiene bastante fundamento para ser aceptada como un adelanto en la ciencia “psicoanalítica”, y si, OCTUBRE, 1928 CINE. MUNDIAL >» a ii | i Yol j por ende, tenía razón la zahorí que me atribuyó la facultad de sondear los espíritus. Durante los primeros momentos del experimento, en que me limité a acariciar las orejas del artista, no percibí impresión mental alguna, salvo la correspondiente a la leve voluptuosidad derivada del calorcillo de la piel asnal. Luego, cuando hube aprisionado en mis manos entrambos apéndices auditivos del peliculero, todavía transcurrió otro rato caracterizado por una carencia absoluta de reacción intelectual. Fué preciso que transcurrieran varios minutos — durante los cuales procuré que mi mente se mantuviera en estado estrictamente receptivo — para que comenzase yo a notar que llegaban a mi cerebro imágenes, por cierto, tan ajenas, segúa creía yo, al experimento, que comencé a sospechar que estaba fracasando por completo mi plan. Primero, fué un perro lo que comenzó a flotar por mi consciencia. Después, un caballo. Luego, ambos quedaron suficientemente perfilados para que yo los identificara como Rin-Tin-Tin y Tony — el colaborador de Tom Mix —. En seguida, surgieron en mi mente las figuras de varios otros peliculeros; pero esta vez eran todos humanos. (No cito sus nombres, porque podría lastimarles, ya que Pola Negri, Adolphe Menjou y Greta Garbo. una cosa es figurar en la misma pantalla y acaso en la misma nómina que Tony y RinTin-Tin, y otra verse ligado a un perro y a un caballo en una “despreciable” cerebración asnal.) Finalmente, entre todas esas figuras de peliculeros destacóse la de un burro, que, poco a poco, fué elevándose por encima de todas las demás. Todo lo cual tiende a revelar — según mi humilde hipótesis — las imágenes que entran en las consideraciones que se hace un asno que trabaja en los estudios de Hollywood; y forma la parte que pudiéramos llamar sensible del siguiente razonamiento que podemos hipotéticamente atribuir al peliculero asnal: —Hay perros estrellas (Rin-Tin-Tin). Hay también caballos estrellas (Tony). Y hasta abundan otros seres — que sólo tienen dos patas y cuyas orejas apenas son perceptibles — que también han llegado a la misma categoría. Y, en cambio, no hay ni un solo burro estrella, no obstante que, a más de tener cuatro patas como aquellos dos primeros artistas, tiene las orejas mucho más grandes que cualquiera de los más encumbrados actores de la pantalla. Es fácil suponer que tras de ese razonamiento representable por medio de imágenes mentales y transmisible telepáticamente a (Continúa en la página 891) PÁGINA 839