Cine-mundial (1931)

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Ella, de capitana, les gritaba: “i Venid, venid a mi casa, que vamos a jugar!” Y yo, que en un principio la consideraba perseguida y huyendo, me di cuenta, al oír sus gritos, de lo que se trataba. Maricusa y Juanillo son los hijos de un matrimonio prudente y avisado que sabe bien lo que son niños y comprende que éstos necesitan, para criarse sanos y alegres, algo más que buenos alimentos, sueño reposado y cuidados minuciosos. Por muy importante que esto sea, lo más importante para un niño son sus horas de juego y compañeros afines con quienes compartirlas. Maricusa y Juanillo viven frente a mi casa y son muchos los ratos que paso distraída contemplando sus juegos. Viven en una residencia muy alegre, con un jardín lleno de sol, que la madre cuida y ordena con exagerada pulcritud. Pero como ella sabe lo que los niños necesitan, sin necesidad de sacrificarlos al orden del hogar, ha fabricado para ellos una especie de palacio encantado en lo que debiera ser el cuarto del chauffeur en el garage. Este gran cuarto con ventanas al jardín, y en el que no faltan una pequeña cocina y un baño, es de la absoluta propiedad de los dos hermanos y de sus felices amigos. Por eso, cuando salen de la escuela y lanzan el grito alegre de su invitación, no hay muchacho que la resista y van como cordero detrás de ellos, causando la envidia de los menos afortunados y sabiendo de antemano que les aguarda una buena tarde. Sin que nadie los vigile, pueden hacer y deshacer en sus dominios cuanto se les antoje. Nadie vendrá a molestarlos; nadie a mandarles callar para que el hermanito menor no se despierte; nadie a mandarles recoger tal o cual cosa porque estorba en el paso. Y, para que nada falte en este pequeño paraíso, se les ha cedido también una parte del jardín que queda detrás del garage, para que puedan jugar al aire libre cuando no hace mucho frío. Y así, en los días de lluvia o nieve, la madre de estos nifios se siente tan feliz y tranquila como en los días de sol. No la atormenta la jaqueca, no se siente nerviosa y fuera de sí, ni espera con ansiedad la hora de mandar a sus hijos a la cama para que la dejen en paz. Cierto que no todos los padres pueden disponer de tamaño espacio para dedicarlo a los muchachos, pero es muy importante que cada familia les destine al menos un rincón de la casa del que ellos sean amos por completo. ¡Si los padres comprendieran la influencia que esta prematura libertad tiene en la vida futura de sus hijos, no habría ninguno que dejase de procurársela! DE LA TORRE Y lo que es esencial para los niños, es aún más necesario para los adolescentes. Podría presentaros otro ejemplo en la familia de un ingeniero colombiano que vive en la vecindad. Son aquí tres los muchachos, dos varones y una mujer, de 16, 18 y 19 años respectivamente, siendo la hermana la de en medio. Los tres estudian durante la semana; los tres van a la iglesia los domingos, pero los tres corretean y se divierten siempre que tienen ocasión, que suele ser un día sí y otro también. Los padres los dejan a su albedrío y no se ocupan de ellos, ni de los amigos que invaden la casa, refugiándose en la biblioteca para que el resto quede libre. El radio funciona que es un gusto; las alfombras se recogen para armar un baile con el menor pretexto; se saquea la despensa y se improvisa una, fiesta por el menor motivo. Es muy extraño. el día que, a la hora de comer, no se sientan a la mesa un par de invitados de los que nada se sabía cinco minutos antes: una compañera de clase de la nena, un muchacho del equipo. de futbol del hermano mayor; otro que, con el pequeño, está. construyendo un acumulador modelo para cargar el radio. Todo el mundo ríe, bromea, se siente dichoso, amparado por la gracia de la madre complaciente y por la sonrisa burlona y comprensiva del ingeniero que da consejos a los precoces inventores. Y así ninguno de los tres muchachos desea salir de casa en busca de diversiones. No pueden hallar nada más cómodo, más alegre, ni más económico, que la diversión en el propio hogar. Ni correrías en automóvil, ni cabarets con el encanto de cosas prohibidas, ni siquiera cine con frecuencia. Tienen todo en la casa y no les es preciso buscar nada fuera. En contraste sé de alguien cuya casa es un primor, donde jamás se ve polvo en los muebles, donde no hay un libro ni un periódico fuera de su sitio, donde todo está en orden y todo inmaculado, y donde preside una señora, muy dulce, muy buena, muy ordenada, pero impenetrable e incomprensible, para la que una mancha de café en un mantel es una tragedia y una taza rota poco menos que un crimen. Las dos hijas la adoran pero se aburren en esta casa limpia y silenciosa y procuran estar fuera el mayor tiempo posible; y el Benjamín, que tiene 12 años, siempre llega tarde a la hora de comer, porque sólo en el parque o en la calle es donde se encuentra a sus anchas. En un momento determinado de la vida, deben los padres ceder en algo sus derechos, permitiendo que los hijos gobiernen un poco en el hogar; dejándoles que introduzcan modificaciones en la colocación de los muebles; que prevalezca su opinión en la compra de algún nuevo accesorio; que tomen la iniciativa en la organización de alguna fiesta. Y, para que los padres acepten de buen grado cuando llegue el momento, esta camaradería con los hijos, y para que éstos a su vez adquieran, sin pasar del justo medio, este sentido de capacidad, debe comenzarse muy ENERO, 1931