Cine-mundial (1931)

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mis planes y a dificultar la situación, cada vez más embarazosa, del perseguido. Cuando el vapor en que Gleason regresaba atracó al muelle de Nueva Orleans, la Asociación de Banqueros de los Estados Unidos celebraba su convención anual en aquella ciudad. Yo estaba en la convención en mi capacidad de detective oficial de la sociedad. Un día, poco después de haber desembarcado Gleason en Nueva Orleans, caminaba yo por una de las aceras de la calle Canal. Gleason venía en dirección opuesta por la otra acera. Yo no le ví, pero él sí y me reconoció al instante. Dobló la esquina, apretó el paso v tomó el primer vapor que salía para Cuba. De la Habana, le escribió a su mujer: -—Quiero que hagas cualquiera transacción, Pero pronto. En el interin, Scullv, el abogado de Gleason había vuelto a llamar al banco: — Señores, si ustedes no llegan a un arreglo con mi cliente, van a perder esos dos millones de dólares. La señora Gleason acaba de recibir noticias de su marido y los valores desaparecidos están guardados en un lugar donde están expuestos a perderse de un momento a otro. No nos hacemos responsables de lo que ocurra, Mr. Simpson. Quisiera que tuviéramos otra entrevista en mi oficina con Mr. Blackman, usted y sus abogados; pero sin el detective Burns. Simpson le gritó enfurecido: -4No! Ya le he dicho que NO! Al comunicarme Gleason lo del telefonema recibido de Scully le sugerí que fuéramos a ver al Fiscal del Distrito para gestionar el indulto de Gleason si éste devolvía los $2,200,000.00 hurtados. Después de escucharnos atentamente, el Procurador nos dijo: Estoy dispuesto a ayudarlos en todo lo que pueda, pero nunca he oído una historia más rara en toda mi vida. Creo que antes debemos consultar el caso con el Juez ante quien tendría que ser procesado Gleason. Aceptamos la propuesta y el Fiscal se encargó de consultar el asunto. Poco después nos dió aviso. —El Juez ha autorizado el arreglo, teniendo en cuenta las circunstancias especiales del caso. En seguida notificamos a Scully el resultado de nuestras gestiones. —Hemos hecho arreglos para dejar ir en libertad a Gleason. Avísele que regrese a Nueva York y se presente en la oficina de Mr. Burns. Si no lo hace inmediatamente, procederemos a detenerlo. Dos semanas después, mientras manteníamos la vigilancia originalmente emprendida para influir sobre la mente del fugitivo, Gleason se presentó en mi oficina en el edificio Woolworth de Nueva York. Al entrar, dijo al portero que su nombre era “John Smith”. Es mi costumbre entrevistar personalmente a cualquier persona que me visite, sin someterla a interrogatorios de mis empleados. Tan pronto como ví a “Smith”, reconocí a Gleason. Me levanté de mi silla y cerré la puerta con llave. Luego, me volví a sentar y le dije: —Usted es el Sr. Gleason. ¿Cómo está usted. —Sí, soy Gleason, Mr. Burns. ¡Me ha perseguido usted con verdadero afán!,—respondió al estrecharme la mano. —+ Claro! Era mi deber seguir sus huellas hasta prenderlo. —Sí, pude darme cuenta de sus espías en Alemania. —¿De veras? También supongo que sobornaría a sus amigos de Centro América cuando estuvo allí. —No, Mr. Burns, no le dije una palabra MARZO, 1931 CINE-MUNDIAL del asunto a nadie. —¿Está seguro? El vapor en que usted salió de Nueva Orleans lo perdí por unos minutos nada más. Naturalmente que yo estaba tratando de hacerle creer que estuvimos a punto de arrestarlo, pues la psicología del criminal es tal que no se libra de su preocupación hasta que se entera de los detalles de su captura. Gleason me preguntó enseguida: ¿Cómo me siguió la pista? — Nosotros no acostumbramos enterar a nadie de nuestros asuntos. (Aquí debo explicar a mis lectores que antes de partir para Alemania Gleason visitó RESULTADO DE NUESTRO CONCURSO DE BUSTER KEATON El premio de la escopeta ofrecida por el cómico de la M-G-M en nuestro concurso del mes de octubre, se lo llevó el Sr. Manuel Hernández, de la Habana. Sólo esperamos que don Manuel nos mande su dirección para enviarle el arma, À este Concurso llegaron más de seis mil cartas. Esta es la premiada por Keaton. Mr. Buster Keaton. Su pregunta es oportuna. La revolución que se ha traído el cine hablado es de las de órdago; y todavía dura. Los paises extranjeros han visto peligrar su entretenimiento favorito. Las cintas americanas que se han pretendido presentar en el mercado de habla hispana prestando a sus intérpretes la voz de dobles fueron un fracaso; es preferible verlas habladas en inglés, aunque no se entienda ese idioma. Las cintas hechas con autores españoles e hispano-americanos son sólo pasables. algunas pésimas. En medio de este caos de películas estilo revista teatral (que ya aburren), películas de técnica teatral (muy pobre para el cine hablado), películas de técnica de film silente (inaceptables; pues el nuevo género debe tener su técnica “sui géneris” que participe de la teatral y de la cinematográfica muda), hay una modalidad que no sólo ha permanecido inconmovible, sino que ha aumentado su campo de acción: la película cómica. La palabra adicionada al mimetismo de las cómicas mudas es un agente de valiosisimo efecto risible, siempre y cuando no se haga caso omiso de los efectos de mímica. La escena del juego de base-ball en “El camera-mam" (interpretada por usted) y la simulación del baile de una bailarina con dos panecillos y dos tenedores, en “La avalancha de oro” interpretada por Charlie Chaplin. abonan con fuerza incontrastable en favor de mi aserto; no hay chiste por gracioso e intencionado que sea, no hay palabra ni sonido alguna que louyren un efecto cómico más intenso que esas escenas. : Hasta los derrumbes de cacharros de loza y otros efectos gastados por el uso, cobran tal fuerza por la aplicación del sonido que parecen nuevos; y si a más de todo eso el actor cómico (como sucede en su caso) mo sabe apenas el idioma en que filma, las posibilidades de éxito se acrecientan -más. Siga hablando en español; no esforzándose por hacerlo bien, pues que la dificultad de pronunciación es un nuevo factor de risa, y procure — si es caso — para aumentar el efecto bufo, que le busquen (para sus distintas producciones) palabras de difícil pronunciación, palabras técnicas o refimadas, o bien que le den ocasión de imitar el modo peculiar de habla de un mejicano, andaluz, argentino, etc., y dé por descontado el éxito. Muy Atentamente, 3 Manuel Rodríguez. P.D.—Quería hacer una carta de estilo socarrón — que rezumara humorismo — pero hoy tengo la bilia revuelta (como casi todos los días) y el humor y la neurastenia dados a todos los diablos. Mándeme la escopetica que voy a pegarme un tiro. No se reparten esquelas. Vale. Manuel Rodríguez. a un.primo de su mujer en Nueva York y le dijo: “Tengo que salir de Nueva York por algún tiempo y se me olvidó dejarle dinero a mi esposa. Hágame el favor de entregarle estos diez mil dólares”.) El primo de la señora Gleason, que era una persona honorable, accedió a llevar el encargo, pero antes de entregarlo, averiguó que Gleason era un fugitivo de la justicia, y después de consultar con un abogado, éste llamó al banco para preguntar qué honorarios le reconocerían por la devolución del di nero. El banco contestó que nada. Entonces, el primo llevó la suma a la señora Gleason, quien, atemorizada por la vigilancia que ejercíamos sobre ella, puso la suma íntegra en el banco. —Siéntese, Gleason, — le dije al fugitivo que acababa de entrar en mi oficina. ¿Trajo usted los valores? —No, Mr. Burns, no me atreví a regresar a Alemania por ellos. De Nueva Orleans me fuí para Cuba. Llegué aquí directamente de la Habana. Quiero que usted haga que uno de sus agentes me acompañe a buscar los valores a Alemania. Los dejé guardados cn dos maletas viejas en un depósito de Berlín. No puedo asegurar lo que ocurrirá si no nos damos prisa. ¡Mandé a mi hijo Sherman con Gleason a Alemania y, efectivamente, allí se encontraron, en dos maletas viejas, los dos millones doscientos mil dólares! También encontró mi hijo parte de los $30,000.00 en efectivo, que Gleason no había gastado y, con ellos, regresó a Nueva York, acompañado del ladrón. ONOCIENDO como conozco la psicología humana, no me sorprendería que algunos de mis lectores formularan esta pregunta: “¿Cree usted moral, Mr. Burns, que el banco, el ricacho Mr. Blackman, el Fiscal y el Juez que representan la Justicia, entren en arreglos para permitir la libertad de un bandido a cambio de la devolución del botín hurtado?” Si Gleason hubiera robado dos mił dólares en vez de dos millones, es casi seguro que todos ustedes habrían hecho lo posible por mandarlo a la penitenciaría por muchós años. ¿No le parece a usted que al transigir con el criminal han conspirado contra los fines rectos de la justicia?" A esta pregunta contestaré diciendo que si nos guiamos por la más alta moral, el arreglo hay que juzgarlo indigno. La agencia Burns ha insistido e insistirá siempre en que los criminales sean llevados al banquillo de los acusados. Constantemente estamos advirtiendo a nuestros clientes del mundo financiero que al transigir con ladrones a cambio de la devolución del botín se está estimulando la criminalidad y dando oportunidades a los hombres de carácter débil para que caigan en la tentación. Lo que procede es el procesamiento vigoroso de los delincuentes, hacer que espíen sus faltas y proteger así a la sociedad, como cumple a la conciencia de todo ciudadano. No obstante, hay que tener en cuenta que somos seres de carne y hueso y que el símbolo de las aspiraciones del hombre es el dólar. A veces, una institución bancaria se ve obligada a consultar las preferencias de sus clientes. En el presente caso, lo primero que me advirtió el banco fué que el cliente estaba principalmente interesado en recobrar sus valores y nada más. OR otra parte, aquí no se trataba de un criminal empedernido y consuetudinario, sino de un hombre honrado que se había hecho acreedor a la confianza ciega de sus su periores y que un día sucumbió a la tentación de las riquezas. Considerando estos factores, conteste el lector ahora la siguiente pregunta : ¿Qué escogería usted, entre perder sus $2,200,000.00 y mandar a presidio al delincuente, o recobrar esta cuantiosa suma y dejar libre al autor del hurto, prometiendo éste reformarse y vivir en adelante de una manera honrada? Conteste con franqueza: ¿qué preferiría usted? PÁGINA 223