Cine-mundial (1932)

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Cagney y Virginia Bruce en “Winner Take A”, de First National. James Garbo, con quien la comparan. No es una belleza hollyawvoodesca, pero sabe expresar sus emociones y conmueve a ratos. Aunque la máxima emoción nos la produce la Naturaleza palpitante, con sus precipicios dantescos, sus avalanchas de nieve, y sus temblores de tierra. Es algo inolvidable.—Don Q. El Ascenso al Everest, sincronizada, de Epics.—Una de las más hermosas cintas de este género. La trágica epopeya de un grupo de exploradores (que, en su mayoría, perecen en la empresa) en un marco de nieve fulgurante, sobre los Himalayas. Todos los paisajes sobrecogen por su majestuosa belleza y la última escena—tomada a cinco kilómetros de distancia, porque la cámara no podía ya ser arrastrada a aquellas alturas inaccesibles—muestra el lento avance de la pequeña caravana, hacia el pico más elevado, donde aguardan las tempestades y la muerte. Prólogo a la intrépida aventura son las escenas religiosas y típicas del Tibet, entre cuyos lamas buscaron los exploradores apoyo y guía. Pocas películas exóticas más interesantes o mejor obtenidas.—Ariza. “Scandal for Sale”, sonora en inglés, de Universal.—Las inverosímiles aventuras de un redactor de periódicos de “prensa amarilla”, a quien en castigo de sus culpas se le muere un chico y le atizan unas cuantas palizas. Lo mejor de la película es el trágico desenlace en que se supone que dos aviadores, que iban en viaje trasatlántico, se desploman desde gran altura al mar, en plena tempestad. Aquello está sensacional, palabra de honor. Y sólo ese episodio hace olvidar lo raro del resto de la producción.—Guaitsel. “The Man From Yesterday”, sonora en inglés, de Paramount.—El asunto es humano e interesante. Es el problema de la mujer que, después de casada por amor, y creyendo muerto al esposo, se siente consolada, protegida y enamorada por otro hombre, al que ella, anhelosa de felicidad, corresponde con el mayor cariño, aunque no puede casarse con él por no haber transcurrido aún el plazo legal impuesto ante la desaparición de un cónyuge cuya muerte no fué inequívocamente comprobada. (En este caso se supone que el esposo murió en la guerra.) La presunta viuda y el hombre que ahora la ama son felices. Viven juntos, teniendo con ellos a un hijito del primer matrimonio, y sólo desean que el plazo aludido se cumpla, para legalizar su situación. Pero en esto aparece el legítimo esposo. . . . Ella tiene que elegir entre los dos hombres, ¡entre sus dos amores!, y, sacrificándose, no vacila en volver al primero. Este, sin embargo, no puede ser feliz. Sabe tobo lo ocurrido durante su ausencia, y ella misma, a insistentes preguntas de él, no puede menos de confesar que a quien realmente ama es al segundo. Con el primero apenas si pasó SEPTIEMBRE, 1932 CINE-MUNDIAL unas horas de matrimonio, porque se casaron en plena guerra, y con el segundo, en cambio, pasó varios años. . . . El problema lo resuelve el esposo legítimo, que ha vuelto enfermo de la guerra, y se entrega al alcohol, hasta caer muerto. ¡Ya no será un obstáculo para la felicidad de la mujer! Así podrá ésta casarse con el hombre que ama, y ser feliz. Tal es, en pocas palabras, la historia. Clive Brook encarna magistralmente al esposo legítimo, y Charles Boyer interpreta con supremo acierto al segundo. Ella, Claudette Colbert, sin estar mal, no se encuentra a la altura de las circunstancias. Es mucho personaje para ella. Andy Devine, estupendo de naturalidad y de gracia. Y muy lindas Yola D'Avril y Bárbara Leonard. Con chiquillas como ellas a su disposición, no valía la pena de que el buen Clive Brook se muriese tan aburridamente. Ellas pudieron consolarle. ¿Por qué no? —Don Q. “The Red-Headed Woman”, sonora, en inglés, de Metro-Goldwyn-Mayer.—Desde que supo destacarse inolvidablemente al encarnar un personaje sin importancia en “Hell's Angels” (Los Angeles del Infierno), Jean Harlow estaba predestinada al triunfo. Paso a paso lo fué consiguiendo, y el secreto de su éxito no estuvo precisamente en su belleza estatuaria, ni en su famosa cabellera de color platino: estuvo, sobre todo, en su inquietante manera de besar. ... ¿No es también un arte el del beso? .. . Ahora, redondeando su apoteosis, acaba de estrenar “The Red-Headed Woman” (La Mujer Pelirroja), cuya psicología se encierra en una sola frase: “Todo es lícito en el Amor. Si una mujer no sabe retener a su esposo o al amante, ¡no es mi culpa!” Con este lema por norma, Ricardo Cortez en “Is My Face Red”, de Radio, con Helen Twelwvetrees. la pelirroja se consagra a la conquista de un tranquilo recién casado, y le hace caer en sus brazos, como antes y después a cuantos le pudieron gustar. De lo apuntado se deduce que el asunto no peca de inocente, y, por lo tanto, que lleva en sí la máxima atracción para la taquilla. . . . Pero no se crea por esto que Jean Harlow es en su vida íntima tan loca como nos la presentan en la pantalla. Muy formalita siempre, acaba de casarse en Hollywood con Paul Bern, uno de los directivos y supervisores de la Metro, ¡como Norma Shearer se casó con Irving Thalberg, supremo pontífice de la misma Metro! Y si la encantadora Norma llegó, así, hasta las alturas donde aún impera Greta Garbo, la deliciosa Jean no tardará tampoco mucho en escalar la cumbre. . . . En su género es ya insuperable e inimitable. Con más finura y más delicadeza que la ex-inflamable Clara Bow, la pelirroja de hoy ha eclipsado a la de ayer. Y, puesto que es oportuno el recordarlo, conste que Jean Harlow se llama en realidad Harlone Carpenter McGrew, pues Kay Francis y Allan Dinehart en “Street of Women”, de Warner Brothers. cambió de nombre como de pelo. ¡Pero no de labios! . . .—Zárraga. “The Office Girl”, sonora, en inglés, de Gainsborough.—Esta deliciosa película se filmó primeramente en alemán y, ante su éxito, los productores decidieron rehacerla en inglés, con los mismos intérpretes. No es nuevo el asunto. Se trata de una linda taquígrafa germana, Susie, que se traslada a Viena, dispuesta a conquistar la más alta posición posible. Logra entrar en un banco; empieza flirteando con el conserge, Klapper, estupendo tipo cómico; flirtea luego con el jefe del personal, Havel; y acaba por conquistar al Director Arvay. . . . Todo ello muy pudorosamente, a flor de piel, como diría un poeta, para llegar al ineludible matrimonio que todo lo santifica. ¡Hasta las peores intenciones! Renata Muller, sugestiva muchacha, plena de naturalidad, que ríe con una voz cantarina, inolvidable, encarna sugestivamente a la heroína, compartiendo el triunfo con Owen Nares, Morris Harvey y Jack Hulbert. La música es de la que se pega al oído, y algunos números, como el del jardín de la cervecería y el de las taquígrafas trabajando, pronto se harán populares. En resumen: no es una gran producción, pero es muy agradable. Y tiene un simple encanto que la distingue de las norteamericanas: Renate Muller, sin ser bella ni suntuosa, actúa tan naturalmente que desde el primer momento nos subyuga y nos hace desear volver a verla.—Don O. “New Morals for Old”, sonora, en inglés, de Metro-Goldwyn-Mayer. — Tampoco es muy nuevo su asunto, aunque sí muy moderno, y ni siquiera se presenta con la atracción de grandes estrellas. Los protagonistas lo son Robert Young y Margaret Perry, secundados por Lewis Stone, Jean Hersholt, Myrna Loy, Laura Hope Crewes y Tito Davidson, que hacen papeles relativamente insignificantes, aunque avalorando el conjunto. ¿Tema? La diferencia de vida entre los hijos de hoy y los padres de ayer. Y, naturalmente, se impone el Presente, con todos sus atrevimientos . . .—Don O. “Attorney for the Defense”, sonora, en inglés, de Columbia.—Interesante argumento encomendado a la simpatía y facilidad de expresión de Edmund Lowe, y en cuyo desarrollo suceden las cosas más extraordinarias que ustedes puedan imaginar. Se supone que un abogado es víctima de una intriga de la que resulta acusado del asesinato de una mujer; lo meten en la cárcel .. . y él se defiende tan bien 'ante el jurado que descubre ahí mismo al verdadero culpable. ¿Cómo? Asestándole un puñetazo a otro señor que estaba entre los espectadores. jA ver! ¿A qué no se le hubiera ocurrido a nadie semejante manera de despejar la incógnita? —Guaitsel. (Continúa en la página 629) PÁcima 585