Cine-mundial (1933)

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O Entre Veracruz, la Habana y Méjico. Hace un par de años hice este mismo viaje de la capital de Méjico a la Habana, y entonces me pareció que salia de un convento y entraba en un cabaret. Esta vez llevo una impresión distinta. No es Méjico tal convento. La Habana retiene la atmósfera de cabaret, pero vacío. AA A LA única persona que he oído hablar mal de Méjico durante el mes que ando por aquí fue a un mejicano a bordo del “Morro Castle”. Este señor, en alta voz y correcto francés, clamaba contra todo lo que sucede en su país. También oí a un camarero inglés califi car de “junk” (basura) el dinero mejicano, demostrando así gran ignorancia. Con basura no se obtienen las muchas cosas gratas al cuerpo y al espíritu que con pesos mejicanos se pueden comprar en la Ciudad de los Palacios. ATA HE visto a toreros, jugadores, pugilistas y acróbatas persignarse antes de entrar en faena, pero nunca me imaginé que la costumbre se había extendido a cierto teatro de la Habana, donde las coristas, completamente al natural, hacen la señal de la cruz momentos antes de presentarse en público. Como ahora se siente un poquito de frío por allá, tal vez ensayen esa ceremonia para resguardarse de una pulmonía. ATAS EL mismo norteamericano que entra borracho en la Opera de Paris, o se tambalea en la primera fila de butacas del Folies Bergiere, o cae de bruces a la puerta del Museo Británico en Londres, o lo traen cargado a bordo en Bremen, hizo su aparición en el tren que va de Méjico a Veracruz. Traía en la mano una de esas botellas chatas de whiskey escocés, que se bebió íntegra, impregnando todo el pullman de una peste tabernaria. Luego devoró un trozo de carne como un antropófago, y asustó a un chiquillo que, sin duda, ya se imaginaba que también se lo iba a comer a él a mordida limpia. No hubo forma de que enseñara el boleto. El conductor, con admirable pa Página 80 ciencia, aguardó a que se quedara dormido para extraérselo del bolsillo. A TaL vez en escenas como ésta se base el amor peculiar que sienten muchos yanquis por la Habana, Méjico y otras ciudades del extranjero, donde los tratan con una tolerancia a la que no están acostumbrados. Miraba yo a aquel beodo rubio con un beefsteak en la mano discutir a gritos con el conductor, y se me ponía la carne de gallina pensando en la paliza instantánea que, en igualdad de circunstancias, le hubieran atizado sus paisanos en Nueva York o Chicago. AA Vi tres corridas en Méjico; muy malas las dos primeras y superior la última, según los aficionados. Como no soy perito en la materia, lo único que pude observar es que los toros y los toreros en Méjico se cansan Joan Bennett, estrella de la Fox, con sus cachorros de caza. más pronto que en España, y eso se debe, probablemente, a la altura a que se halla emplazada la ciudad. Son tres mil y pico de metros sobre el nivel del mar. También en eso estriba, a mi juicio, que el espectáculo resulte más cruel, ya que los toros llegan tan fatigados a la suerte final que carecen de bríos para atacar y hay que asesinarlos de cualquier manera. A Es curioso contemplar cómo los taurófilos mejicanos, tanto los de sol como los de sombra, arrojan al ruedo, y a un lado y otro de los tendidos, cojines, saquitos de harina que le explotan a uno en la cara, bastones, rollos de papel y, a veces, en momentos de emoción, alguna que otra botella. Y más curioso todavía, para el que viene de los Estados Unidos, ver a los guardianes del orden reconvenir pacíficamente a los autores de estas agresiones. Recuerdo que a la noche de la pelea entre Tunney y Carpentier en el Yankee Stadium de Nueva York a alguien se le ocurrió tirar de canto desde las gradas un sombrero de paja, que vino a herir levemente en la cabeza a un viejo sentado cerca de mi. Enseguida, allá arriba se fueron corriendo un par de polizontes, al'poco sonó un pito, pasaron luego a la carrera dos hombres vestidos de blanco con una cruz roja en la manga de la chaqueta, que portaban un artefacto plegadizo, y, a los dos o tres minutos, salía del Stadium un ciudadano en camilla. ARA La antigua colonia hispana de Hollywood se ha trasladado en masa a la capital de Méjico. Allí me encontré, entre muchos otros, a Ramon Peón, René Cardona, José Bohr, Auer y Contreras Torres. Se levantan talleres, se hacen películas, se exhiben y gustan, que es lo principal. En Méjico tienen hasta aparatos de sonido de invención propia—los de los hermanos Rodríguez, que están haciendo milagros. Vi parte de los dos últimos fotodramas filmados y aun por estrenar, y salí gratamente sorprendido. Me refiero a “El Vals de las Olas” y “El Anónimo”, y me impresionó la naturalidad y el acierto con que, en esta última pieza, trabaja una muchacha alta y delgada, cuyo nombre desco Cine-Mundial