Cine-mundial (1935)

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iMe Encantan tus Dientes tan Lindos y tan Blancos! | Convénzase usted por si misma de la rapidez y perfección con que Kolynos blanquea y lustra los dientes. Cuando usted vea los resultados, no le quedarán ganas de volver a usar dentífricos inferiores. El Diikvzouncso [RS (Viene de la página 98) menos calmantes para la persona que en la otra cama, a pesar de hallarse sumergida en oscuridad completa, acaso encontrara impropio, de permanecer así, insomne, sola, entregada a melancólicas imaginaciones, que el del libro se estuviese tan embebido en la lectura. Colocados en la resbaladiza pendiente de las cavilaciones, cobra también viso de probabilidad la de que el divorcio de Jean Harlow, hecho que, en rigor, no es noticia en el sentido más periodístico de la palabra, haya resultado, en cambio, coyuntura aprovechable para despertar en el público cineísta (digamos en el público cineasta, para gusto de los afrancesados; digamos, además, en los fanáticos del cine, para que no haya disgusto entre los místeres Fans de agua dulce); para despertar, en suma, entre los que llenan, previo paso por boletería, los salones del espectáculo parlante, cantante y moliente, inusitada espectativa, por obra de la cual una película titulada 4 las rubias no les gustan los libros o Un libro en la cama o Mi marido lee a deshoras o Un tomo cada noche, con Jean Harlow, a más de atraer la gente necesaria para repetidos llenos completos, dejaría en cada uno de ellos gente sobrante para sendas colas fotografiables y cuyas fotografías, aparte de su interés histórico, resultarían muy adecuadas para ilustrar los anuncios que de la expresada obra maestra se hagan en aquellas poblaciones que, por ser de segundo orden, no están en lista para estrenos de carácter no sólo municipal, sino nacional y hasta ecuménico. ABE asímismo suponer que. . . . Pero, no; lo único que cabe, por no decir que urge, es dejarse de estas conjeturas digresivas que apartan al lector del principal, delicado, sabroso y aperitivo tema que para su pasatiempo o edificación, y aun puede que sea para entrambas cosas conjuntamente, hay deseo de brindarle con este escrito, el cual, lo mismo que Meditación, pudiera haberse titulado Crónica Insulsa de las Noches en Blanco, Reflexiones de un Idilio Trunco, Lecturas Horizontales, ¿Por qué leerán los maridos?, o, finalmente y por ventura con mayor propiedad, La Ultima Pá gina. Porque como decíamos (no ayer, según dicen que dijo, aunque en verdad nunca lo dijera, fray Luis de León, sino cuatro párrafos más atrás) lo que se comenta aquí es que Jean Harlow haya entablado juicio de divorcio y que alegue, entre otras razones, la poderosa razón de que su marido se haya empecinado en leer en la cama a deshoras. Como quiera que, entre otros beneficios Página 138 La ciencia no conoce nada que lim pie ni lustre la dentadura con tanta rapidez como Kolynos. CREMA DENTAL KOLYNOS acarreados por la difusión de las Ciencias y de las Letras, gocemos hoy el de ser todos, cuando menos para los efectos de la conversación y el periodismo, algo filósofos, un tanto psicólogos y desigual, pero constantemente inclinados a citar a Segismundo Freud, a Ubaldo Spengler y a Alberto Einstein (todo lo cual no comporta nada que no sea salirnos por peteneras, si bien de modo menos notorio y harto más modernamente empingorotado), ningún atrevimiento, ni mucho menos pedantería, ha de argúir que con el pie dado por la Harlow se tome mano para lanzar la pluma, o la maquinilla de escribir, que tanto monta, hacia las hoy visitadisimas regiones de la psicoanálisis, la morfología de la historia y la relatividad. De modo que, aunque prescindiendo de emplear términos “raros y magníficos,” a pesar de que a prodigarlos debiera decidirlo la presunción, ciertamente fundada, de que no hayan de faltar ahora, como no faltaban en tiempos de Iriarte, quienes, por téner “la hinchazón por mérito y el hablar liso y llano por demérito,’ motejan de pelafustán, de ignorantón y hasta de salvaje al que habla de manera que todos le entiendan, quiere quien esto escribe penetrar sencillamente en la materia del divorcio, para verla y presentarla tal y como se le ofrece, esto es, como síntoma inequívoco de que las mujeres van usurpando el puesto de los hombres, y viceversa. No como toque de erudición trasnochada, sino como cita indispensable para que salga claro lo que sigue, hay que mentarle ahora por segunda vez al lector el nombre del sabio que escribió La Decadencia de Occidente y Años Decisivos, obras ambas que, aun cuando menos conocidas y generalmente ponderadas que Los Diez Mandamientos y Entre la espada v la pared, son tan populares en el mundo de la erudición como éstas en el del cine. Sostiene Spengler, y casi puede decirse que lo pruebe, que todo cuanto piensan y sienten los hombres (al escribir los hombres, digan lo que quieran algunas señoras que, por ser hombres de letras, se consideran llamadas a renovarlo todo, inclusive el idioma, va _ diciéndose también mujeres); que todo cuanto piensan, sienten, y por medio de las Letras, de las Artes o de las Ciencias expresan los hombres de época determinada, ha de considerarse, no obstante la diversidad de sus manifestaciones, como formas unidas por relación más o menos oculta, pero estrechísima; en entender la cual está el busilis para el entendimiento de la Historia. Porque, según lo apunta el propio don Ubaldo, “existe una profunda conexión formal entre el cálculo diferencial y el principio dinástico del Estado en la época de Luis XIV” y también “entre la música instrumental y contrapuntística y el sistema económico del crédito,” y así de lo demás. O sea, que hasta cosas-tan ciertas como las matemáticas, o tan serias como los negocios bancarios, no son en puridad de verdad sino maneras de expresión del espíritu de una cultura; resultados, antes que de la realidad de los hechos, o de la investigación que de ellos se haga, del modo como los anteojos que a los hombres les pone una cultura determinada presentan los hechos. Sin el formidable aparato erudito del tudesco, ni en lenguaje que, por lo menos en las versiones castellanas, sea todo lo formidable que corresponde a filosofías tan nuevas y profundas, ya había dicho algo muy semejante don Ramón de Campoamor cuando puso en rima aquello de que en este mundo traidor nada es verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira. Y don Jaime Balmes, autoridad que, huelga decirlo, ha de recusarse sin miramiento alguno a estas alturas de la civilización, dijo también lo propio, aunque en prosa, y no como Spengler para hallar en esto el germen de nueva interpretación de la Historia, ni como Campoamor para guasearse poéticamente con la vida, sino como modesto filósofo y cristiano viejo deseoso de advertir al lector de los errores a que se halla expuesto quien mira a la realidad por entre vidrios de colores. Sólo que, por no quedar definitivamente desacreditado en la opinión de lo más ilustrados de sus lectores, quien escribe estas líneas prefiere citar a Spengler, que se produce en alemán, y no a los otros dos, que hablaron en castellano. Bien así como, al tratar, por ejemplo, de decir que “la mucha confianza engendra menosprecio,” nunca ni jamás se le ocurriría citar a Cervantes, sino a Shakespeare, trayéndolo, y en puritico inglés, en aquel lugar que dice “familiarity breeds contempt.” Porque, es evidente que frasecitas tales, dejadas caer en lo escrito o en lo hablado, acreditan a quien las emplea de hombre docto, aunque en ocasiones expongan a Shakespeare o al que fuere a quedar traducido en forma semejante a la que, según cuenta don Rufino José Cuervo en sus Apuntaciones, traducia una vejezuela colombiana el latín de las letanías, diciendo “especula la justicia” en vez de “speculum justitiae” y “ya no hay cielo” por “janua coeli,” sin olvidarse, por supuesto, de acompañar ambos despropósitos con sendos “ora pro nobis.” Cierto es, por otra parte, que, sin pedirle a nadie que ruegue por ellos, ha habido quienes digan “capullos rotos” cuando en inglés decía “broken blossoms,” y se queden persuadidos de que en castellano podían romperse, lo mismo que si fueran platos o cráneos, los capullos que hasta entonces se habían marchitado, agostado, secado, y vamos hasta que se hubiesen tronchado. ERO, volviendo a Jean Harlow, mejor dicho, al divorcio que tiene en prepa ración y a una de sus causales: ¿qué nos está diciendo el caso de que una esposa se disguste y acuda al tribunal competente porque el esposo lea intempestivamente en la cama? Hasta donde alcanza a leerlo quien aquí lo comenta, nos está diciendo que, salvo ciertos pormenores de segundo plano (conviene, ya que la materia es cinematográfica, situarse en planos de séptimo arte) la mujer, que etimológica e históricamente había sido la mulier, esto es, la muelle, la blanda, la suave, la apacible, la dócil, se mos metamorfosea y viriliza (es útil el neologismo, porque salva de decir que se mos vuelve hombruna); se nos Cine-Mundial