Cine-mundial (1935)

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convierte, pues, en la varona, en la esforzada, en la imperiosa, en la mandona, en la señora. A propósito de señora, viene muy a pelo una digresioncita filológica. Sabido es que hoy (un hoy que se extiende a no menos de veinticinco o treinta, puede que hasta a cuarenta años atrás), sabido es que hoy no puede un marido, sin exponerse a que lo tachen de vulgar, referirse a su consorte diciendo “mi mujer” y no “mi señora.” Lo cual, sin que valgan en contra últimas ediciones del Diccionario madrileño, dicho por un marido al hablar de su costilla, no quiere decir sino que ella ha dejado de ser su mujer para convertirse en su ama; 0, lo que es más inconcebible todavía e. . jen*su suegra! Claro está que la costumbre hace ley; de modo que, si decir “mi señora” vale hoy tanto como degir “mi mujer,” no hay sino que seguir con el uso, y en paz, si es que a domicilio no dan guerra. Pero, ¿no habrá sido este “mi señora” una especie de San Juan Bautista que anunciaba en el lenguaje, aun antes de que apareciese dondequiera en realidad, al Mesías de mis señoras las viragos? Ustedes lo vean. ... Y es lástima que la consideración a los lectores, y más principalmente, el miedo a las lectoras varoniles, incline a quien esto escribe a Jurar aquí, ahora mismo, que no se excederá, en una línea que fuere, de la mitad de la momento. Sí, es una verdadera lástima; porque, cuartilla que empezará a llenar dentro de un ¡con cuánto gusto hilvanaría varios párrafos más! Quede, empero, a ustedes, lectores, preguntarse si, en tiempos en los cuales decía un cristiano “mi mujer” y no “mi señora,” hubiera sido, no digamos posible, tan siquiera imaginable, que porque al marido le diese por leer a deshoras se le hubiese ocurrido a la mujer decirle: Fulanito, apaga, que es tarde. Mucho menos gritarle: ¡Fulano, apaga o lárgate! Y en ningún caso írseles a los jueces y al público en general con el cuento de que han de divorciarla de Fulanote porque Fulanote no halla cuando apagar en cogiendo un libro. Ciertamente; más muchísimo más, infinitamente más pudiera escribirse tocante a esto. Pero, la mitad de la cuartilla está cerca; y los juramentos, cuando no sea en materia conyugal, se hacen para cumplirlos. De modo que... ¡ni una palabra más! Ve maga nza ... . (Viene de la página 95) un color intenso y deja pasar menos luz, este procedimiento no endurece la gelatina, que más tarde desaparece por completo al lavar la positiva, dejando en relieve los otros dos colores. Estos, siendo menos intensos han penetrado el filtro con más fuerza, y la gelatina que haya recibido sus rayos queda endurecida. Cualquiera creería que ya el laboratorio terminaría con esto sus funciones; pero, no. Aún queda la. operación engorrosa de bañar estas tres positivas o “patrones” en sus colores complementarios. Es decir, que la que ha recibido el rayo rojo, se baña en verde; la del verde en rojo, etc., etc. La gelatina absorbe el color de acuerdo con su propio espesor y, como es natural, las partes de los “patrones” donde no haya gelatina, no toman el color. Por consiguiente, el “patrón” del rojo, careciendo de gelatina, no toma el verde. Por otra parte, en el “patrón” verde, habiendo el rojo conservado la gelatina, absorbe el tinte rojo. Luego viene la difícil tarea de imprimir con estas tres “matrices” o patrones la positiva final, que es la que vemos en la pantalla. No Febrero, 1935 La Mamá Que Se Atreve a hacer experimentos dando a sus niños cereales de dudoso valor, juega con la salud de sus pequeños. Recuerde que las cualidades de las Hojuelas de Avena 3-Minutosno varían nunca. Siempre “cocidas ‘sin fuego’—en la fábrica — durante 12 horas.” Esta es la mejor garantía de que conservan, todo su sabor y sus cualidades saludables. INSISTA EN EL GRAN 3 ROJO Lo Mejor Para Los Niños. Mu nos detendremos a explicar la delicada operación para que no parezca esto un tratado de física o una receta de cocina. Ahora viene la cucaracha a vengarse de los actores. “Tal como sucedió con el cine sonoro en sus comienzos, sucede ahora con el nuevo procedimiento técnico. En aquél fué la voz la que decidió la suerte de muchos artistas de primera talla por no ser de calidad “microgénica”. Hoy lo es el color del cabello, de los ojos, los defectos del cutis. Dificultará mucho la elección del reparto; porque la cámara tomavistas que se emplea para rodar las películas en colores no tolera el exceso de maquillaje que ante la que impresiona sólo tintes grises encubre los defectos o refina la perfección del cutis o de las facciones. Esta cámara ejerce, en los estudios, funciones de detective. Ninguna estrella podrá hacer más espesas las pestañas a fuerza de rimmel. Tampoco logrará agrandar los ojos mediante el sombreado excesivo. La cámara descubrirá el pastel. El cabello ha de fotografiarse en su color natural. El teñido se verá en la pantalla como un estropajo. La detectiva de los estudios delatará toda nota artificial. Cambiará el tipo de belleza “standard” que la película corriente tiene establecido. Ante esta perspectiva desgraciada, los artistas se ponen a temblar. Recuerdan los que fracasaron a causa de la voz. ¿Qué tal reci birá su imagen la nueva máquina delatora?... Pero los elegidos tienen también por qué temblar. Sufrirán el rigor de una iluminación más intensa, más molesta, no sólo por el violento resplandor de lámparas y focos, sino también por el calor sofocante que engendran, y que también pone en peligro los escasos afeites que la cámara tolere. Dentro de las dificultades que han de experimentar, tendrán también su premio. La nueva técnica ofrece ciertas ventajas a los intérpretes que sacrifique. No se verá una estrella obligada, por ejemplo, a ruborizarse espontáneamente para mostrar agrado o desagrado ante un cumplido o ante una frase impúdica de su galán. Porque el rubor se fabrica en un artefacto, especie de linterna milagrosa, que tiene un disco de colores giratorio. Cuando la situación exija una nubecilla de rubor, se hace girar el disco hasta que aparezca el color apetecido y se enfoca con él a la agraciada. De igual modo se puede “fabricar” el color violáceo de la cólera, palidez pastosa de la borrachera, o el tinte amarillento, verdoso del mareo. Todo lo cual antenúa en cierto modo la labor del artista y acentúa el verismo de la escena, pero le resta mérito a nuestra detectiva por no descubrirnos esta inofensiva falsedad. Y es de esperar que los inventores del nuevo procedimiento descubran algún otro medio de aplacar la indignación de ese insecto que se ha empeñado en salir de la cocina para venir a complicar las cosas. El. Dinero sk (Viene de la página 90) monedas o billetes de los Estados Unidos ni en la pantalla, ni en los periódicos, ni en ninguna parte. Para los efectos de las artes de reproducción como el cine o la imprenta, Estados Unidos no tiene dinero, vive como en la poca de los romanos y los cartagineses. ¿Por qué? Estas dos palabras las he ido yo lanzando a los espacios por todas partes donde había alguien que pudiera contestarme, pero para los efectos es igual que si las hubiera lanzado en el Sahara. Silencio por doquier. Abogados, editores, censores, policías, políticos, todo el mundo sabe que está prohibido reproducir fotográficamente billetes y monedas, pero nadie sabe por qué. ¿Tendrá algo que ver con el hecho de que la primera moneda que se acuñó en Estados Unidos fue hace menos de trescientos años? ¿Es por temor a los falsificadores? ¿Quién prohibe a cualquiera en el recogimiento de su hogar, por entretenerse, sacar todas las fotografías que se le antojen de un billete de veinte dólares? ¿Es porque parece poco serio que se haga ficción de la moneda del país? El productor con quien yo tuve la conversación tampoco supo decírmelo. Creía que era por una cuestión de moral. —¿Cómo de moral? —Cuanto menos vea la gente reproducido el dinero, menos ansia tendrá de poseerlo. —¿Pero y la imaginación? En muchas escenas cinematográficas se observa que se paga, que se dan dinero, que cambian billetes. Aunque ninguna de estas monedas sea verdadera, ¿no basta para imaginársela como real? —Si, pero si la vieran realmente, les entraría más ganas de tenerla. ¡Quién sabe si hasta se fomentase el número de monederos falsos! Volví a contemplarle con cierta desconfianza, porque ahora estaba seguro de que se andaba burlando. ¡Y luego dicen que los productores no tienen sentido del humor!, me explicaba yo a mi mismo mordiéndome la lengua. —Pues es una lástima—repuse en tono socarrón—que no permitan reproducir billetes en la pantalla, con la variedad de retratos de presidentes de los Estados Unidos que tienen foto Página 139