Cine-mundial (1935)

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NEO YO RCN Por N un ascensor de esos que viajan verticalmente con increible rapidez. Vamos hacia la primera parada—el piso trigésimo quinto—como alma que lleva el diablo. En el indicador luminoso, los números señalan el avance: 16, 17, 18. El vehículo está lleno y hay más mujeres que hombres. De pronto, sin motivo de ninguna especie, se detiene en el piso diecinueve. Sensación general. ¿Qué pasa? El conductor examina el mecanismo, mueve la palanca. . . ¡Nada! Estamos suspendidos a sesenta metros del fondo del pozo. Los pasajeros nos miramos inquietos. Una dama ríe histéricamente. El conductor desprende la bocina telefónica y habla en voz baja con álguien que le da instrucciones. Por la columna vertebral pasa un frigido estremecimiento. En esto, alza la voz un caballerete que saca varias hojas impresas del bolsillo y nos espeta una disertación acerca de la conveniencia de tomar pólizas de seguro contra accidentes. . . . Sus palabras suenan apocalipticas dentro de la jaula colgada en el vacio. Ya va a firmar la solicitud una pasajera cuando el ascensor renueva de pronto su viaje perpendicular. Recibo un folleto comunista y en la primera página me encuentro un párrafo titulado “Errata,” que copio literalmente: “Se cometió una equivocación al empaginar este folleto, de modo que, a fin de leerlo, precisa observar las siguientes reglas: de la página 3 a la 36, todo va bien; pero de la 36 debe pasarse a la 42. Léase primero, en esta página, lo impreso patas arriba y, después, el resto. De ahí, léanse las páginas 43, 44 y 45 y continúese en la página 41. De ésta, vuélvase a la 37 y sigase hasta la 40. El texto que ahí aparece es el final del folleto.” Página 282 Feamense@o. y. Ariza Está haciendo furor la “Noche de Aficionados” de cierta estación radiodifusora neoyorquina en la que se congregan los aspirantes a ganar dinero con su voz, sus chistes o sus discursos. El público que los escucha decide si sirven o no, dando su voto por teléfono. El escrutinio es a base de muchos millares de opiniones. Cada candidato revela cómo se gana la vida y eso permite darse cuenta de la multitud de empleos raros que por acá existen: escogedor de rayón, ingeniero de aguas (no hidráulico), especialista en ojales para botones, etc. El otro día se presentó una negra a probar como contralto, declarando que era “campeona de boxeo femenino mundial” y afirmando que la mayoría de sus peleas profesionales las había realizado en Europa y que había puesto fuera de combate a todas sus contrincantes, más de cuerenta en número. El maestro de ceremonias inquirió qué tenía que ver el pugilismo con la buena voz y ella explicó que “para que la dejasen cantar, por fuerza tuvo que aprender a usar los puños” . . . y una cosa trajo la otra. A propósito de radiodifusión, desde que los taximetros de la ciudad instalaron receptores en su interior, no faltan choferes emprendedores que, a la hora de los programas favorecidos por el público, colocan un rotulito en la vidriera del carruaje, diciendo más o menos: “Ruede a los acordes de Tal o Cual orquesta. E En uno de los barrios aristocráticos, una señora desciende de un auto de alquiler y ve que no tiene cambio.. Tampoco lo tiene el que la condujo a la puerta de su casa. El problema no parece tener solución, hasta que la dama descubre, en la misma acera, a un pordiosero. Sin duda es conocido suyo, porque se acerca a él, le explica la situación . . . y el mendigo le presta, encantando, las monedas de plata necesarias. En el interior de un vagón del ferrocarril subterráneo. Entran dos personas que por el sólo hecho de ir juntas llaman la atención: un jovencito alto, rubio y buen mozo y, sostenido por él, un chino gordo, con traje a la última moda. Anda como un autómata, rígidos los músculos, vidriosas las pupilas, descubierta la dentadura en una sonrisa imbécil. Con grandes miramientos, el blanco compañero lo sienta, cual si fuera un muñeco, en una de las bancas. El oriental no está ebrio sino en un trance que, sin duda, ha provocado el opio. Ve sin ver; sonrie a las fantásticas imágenes creadas por el narcótico. Al mismo tiempo que los extraños pasajeros, abordó el vagón una mujer hermosisima, alta y de grandes ojos azules. Noto que, un instante, sus pupilas se cruzan con las del acompañante del chino . . . y noto también que, cuando los dos bajan del tren, la señora (por otra ¿Leeré desciende a su vez. mañana en el periódico que un individuo de raza amarilla apareció misteriosamente despojado y sin la más vaga idea de lo ocurrido la víspera? puerta) Rotulito que veo en el parabrisas de un auto elegante: “Socio de la Liga para Salvar una Vida.” Supongo que es una manera de indicar que el dueño conduce con precauciones a fin de mo dejar una estela de atropellados. En eso de los rotulitos, se ven cosas extraordinarias. Por la Quinta Avenida sobre todo. Un gran establecimiento, a la altura de la 58, tenía un letrero estupendo en el escaparate: “Aquí se habla inglés.” Cine-Mundial