Cine-mundial (1935)

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a Un catedratico de la Universidad de Harvard dice que el Cine es un parásito que le chupa la sangre al Teatro y acabará por matarlo. Según él, el Cine ni crea ni perfecciona: se limita a robarle al teatro autores, intérpretes y directores tan pronto se destacan un poco—antes de que logren desarrollar todas sus facultades. Una vez apoderado de estos elementos, los comercializa, los embrutece y los idiotiza. A No hay duda de que en materia de arte la influencia de Hollywood ha sido desastrosa. Muchos artistas que despuntaban se echaron a perder allá, como era lógico que ocurriera dada la forma en que se contratan y explotan los elencos y las miras con que las piezas se llevan al lienzo. No hay que olvidar que las películas se “fabrican”” y que el' Cine se vanagloria en llamarse “industria.” Pero si en realidad es un parásito del Teatro, como afirma el profesor aludido, ¿de qué va a vivir una vez muerto éste? Porque los parásitos carecen de vida propia y tienen que arrimarse y agarrarse a algo o alguien para subsistir. A A mi juicio, el Teatro vivira mientras la existencia del Cine continue siendo parasitaria. El Teatro no puede morir hasta que el Cine so independice y posea vida propia, y cualquiera averigua cuándo sucederá eso. Si el Teatro se debilita, si se enferma, el Cine tendrá que curarlo. Porque la materia prima que pone en movimiento toda la fantástica maquinaria del Cine nace y se cultiva en el Teatro. Se dará el caso de la hiedra alimentando al roble, que es el espectáculo insólito que presenciamos en el momento actual en las grandes capitales del mundo, donde muchas obras teatrales se ponen en escena, y se mantienen en el cartel, con capital aportado por las empresas cinematográficas. A SOSTIENE un especialista neoyorquino que el mejor remedio para eliminar pronto y radicalmente un resfriado consiste en obtener una botella de ron y tres pastillas de quinina: beberse luego el ron y tirar la quinina por la ventana. Mayo, 1935 EL otro día traje a la oficina un bosquejo de Greta Garbo, con cuatro puntitos cerca de la nariz, que acababa de darme el agente de publicidad de la Metro Goldwyn-Mayer. Si se fija uno en los puntos y después mira al cielo o a la pared, al poco sale allí como por milagro la imagen perfecta de la actriz. No se publicó el bosquejo porque uno de los redactores dijo que se trataba de una ilusión Óptica muy conocida, pero lo curioso es que ya se lo he enseñado a lo menos veinte personas y para todas resulta una novedad. Lo menciono porque corrobora la frase del cómico W. C. Fields: “No hay truco nuevo; ni viejo tampoco.” En un libro recientemente impreso en Nueva York sobre los campamentos que existían por el Oeste de los Estados Unidos hace cincuenta años, donde la única ley era el revólver, se cita el caso de un anciano minero llamado Sam Houston, que, poco antes de morir, mandó llamar al cura y a sus dos socios e hizo que éstos últimos se sentaran en lados opuestos de la cama. Al cabo de un silencio, uno de los socios dijo: —¿Nos mandaste a buscar, Sam, por algún motivo especial ? —Si—murmuró el moribundo—quiero Aladerecha, el Padre Coughlin, oráculo del radio. Upton Sinclair, novelista de primera fila y batallador político de California. terminar mis días como Nuestro Señor, entre dos ladrones. AA E N los Estados Unidos, ésta es la época de las imitaciones en el seno de la familia. No se puede ir de visita a una casa sin que las mamás y los papás se empeñen en que los chiquillos hablen o canten como Greta Garbo, Grace Moore o Clark Gable. A veces hay que aguantar cuartos de hora enteros oyendo estas cosas, porque se saben de memoria escenas completas de las peliculas. Jimmy Durante con su voz gangosa y nariz descomunal es el favorito de los niños, aunque también les gusta la cigarra que aparece en una caricatura animada de Disney: y entre las niñas, Mae West, naturalmente, cuyos manerismos son fáciles de remedar. ATA SIGUEN llegando películas mejicanas a Nueva York, que se exhiben en el teatro Campoamor del barrio de Harlem, destinado exclusivamente a latinos, y sigue observándose la tendencia homicida y resurrectiva que ha caracterizado a mucho de este material desde que empezó a hacerse cinematógrafo en La Ciudad de los Palacios. Izquierda: Huey P. Long, el gran agitador político. El Dr. Townsend, autor del plan de los duscientos dolares mensuales. Página 285