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to, es al revés: los pacientes no confian en la terapéutica de los médicos con barbas, que les parecen demasiado atrasados.
El secreto ha quedado sin resolver. Mientras existan esos 112,000 hombres que no se afeitan ni poco ni mucho, ¿cómo se puede llamar progresiva a Nueva York?
Unicamente el 2.46 por ciento de las familias neoyorquinas tiene máquinas de lavar la ropa. Bien, dije, al encontrarme este detalle estadístico; sin duda la mayoría, sintiéndose progresista, envía la ropa sucia a los talleres de lavado y planchado, el “laundry”.
De nuevo las estadísticas vinieron a confundirme. El 40 por ciento de las familias neoyorquinas n odan la ropa al “laundry”, la lavan en casa. De modo que si el 40 por ciento lava la ropa en casa y tan solo el 2.46 por ciento tiene máquinas de lavar, en la ciudad más progresiva del mundo hay numerosas señoras de su casa que lavan la ropa, como en los tiempos primitivos.
¿Pues qué diría usted, amable lector, si le dijera que en Nueva York, este Nueva York donde se barre a electricidad, se peina a electricidad, se ventila a electricidad, se refrigera a electricidad, se dan masajes a electricidad y se oye música a electricidad hay 500.000 cocinas de carbón?
Mientras las compañías de electricidad se esfuerzan en anunciar cocinas eléctricas y en cantar las virtudes del planchado por electricidad, 500.000 familias, medio millón, calientan sus sopas y sus planchas en cocinas de carbón. ¿Nueva York una ciudad progresiva? ¡Miau!
Por esos países de Dios impera la creencia de que todas las casas de Nueva York tienen refrigeradoras mecánicas. Tienen que tenerlas, porque leen con frecuencia en los periódicos que en verano hay olas de calor que exterminan a los ciudadanos como los insecticidas a las moscas. Las refrigeradoras, piensan ellos, se hacen indispensables.
Veamos. Nueva ojeada a las estadísticas. Tienen refrigeradoras mecánicas, menos del 20 por ciento de las casas. Para una población de siete millones de habitantes, el número de refrigeradoras no llega a 350.000. ¿Cómo guardan las comidas en verano? No las guardan. Adquieren los comestibles que necesitan, los preparan, los ingieren, se arroja a la basura lo que sobre, y hasta la próxima comida. O quizá no coman en casa. No sé; las estadísticas son de una crudeza aterradora. Ofrecen las cifras y ninguna explicación. Probablemente lo hacen así para fomentar el uso de la imaginación.
Otra de las cosas que el extranjero cree indispensable en el neoyorquino es el teléfono. En las películas aparecen teléfonos hasta a la cabecera de la cama. Se figuran las gentes de otros países que hacemos ciertas necesidades con un teléfono al alcance de la mano. No conciben una casa sin teléfono. Pues prepárense a recibir otra sorpresa. Menos del 40 por ciento de la población tiene teléfono en casa. Si les urge comunicarse con otra persona tienen que correr a la droguería más cercana donde hay teléfonos públicos.
Aparatos radiotelefónicos sí abundan. Es el teatro y el cine de los que no quieren o no pueden salír de casa. Sólo una cuarta parte de la población carece de aparatos de radio. Pero en cambio, permítame que agregue algo en secreto. Hay 250.000 aparatos que han sido adquiridos hace más de tres años y, de ser progresivos, como se cree en el extranjero, era hora de que los reemplazasen por otros modelos más modernos. Pero mada; siguen aferrados a lo viejo con un espíritu encantadoramente feudal.
Agosto, 1935
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SIEMPRE FRESCA E| ta Cno"
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