Cine-mundial (1935)

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YORK MILITARY ACADEMY Entre los alumnos de esta Academia se cutan jóvenes de las principales familias de la América. STA famosa y antigua escuela ofrece una educación de mérito excepcional, preparando a sus alumnos para matricularse en las principales universidades. También se da a los alumnos de la New York Military Academy competente instrucción en actividades ajenas a las aulas pro piamente dichas, tales como Tiro al Blanco ° Natación Equitación Baile Boxeo Esgrima Para informes detallados, escríbase al Dp bu? dni D.S.M., B.A. NEW YORK MILITARY ACADEMY Nueva York, E.U.A. General de Brigada Cornwall-on-Hudson Página por el señor Zublin, cuya dirección le darán allí. Póngase al habla con él y con nadie más. Esta es la persona que yo sé que se dedica a esta clase de asuntos, que no pueden ni deben ser encomendados a cualquiera. Creo efectivamente que ésta sería la mejor solución para usted. argentino y pregunte Incógnito, Manizales, Colombia.—Conforme usted desea, envio su carta a la siguiente dirección: “Zauder Bros., Inc., 115 West 47th Street, New York City.” Espero que le contesten y le den todos los detalles que usted pide. COS Pop Balrasar E ESPA Eernan dez (nue Fr historiador y diplomatico argentino don Roberto Levillier ha pasado unas semanas en Madrid, ha dado una serie de substanciosas conferencias, y ha recibido una pequena parte de los muchos honores que merece. Antes de llegar a España, don Roberto Levillier habia estado en Ginebra, donde tuvo la generosidad de producir uno de los gestos mas nobles que ha presenciado la Liga de las Naciones: uno de los pocos rasgos quijotescos que en los ultimos lustros han dado al mundo oficialmente los pueblos de la raza del creador de Don Quijote. No obstante su apellido francés, y su procedencia suramericana, y su circunspección de hombre de ciencia, y la suma cautela a que le obliga su carácter diplomático, don Roberto Levillier, sin faltar a ninguno de sus altos y variados deberes, ha encontrado una manera eficaz de interesar a la Liga de las Naciones en las verdades que, acerca del descubrimiento y de la colonización de las Américas, ha hallado él mismo o confirmado en luengas y concienzudas investigaciones por archivos de allende y aquende el mar; y tras de tan inusitada hazana, ha pedido a la Liga que ayude a propalar por el mundo, entre otras, aquellas verdades, con lo que espera él desvirtuar la Leyenda Negra, que tanto y tan injustamente viene manchando el nombre de España—y por consiguiente de sus herederos—desde hace siglos. Antes de asumir tan noble actitud en presencia de la representación colectiva del mundo que se llama civilizado, don Roberto Levillier había desarrollado una labor prolongada, paciente, casi podríamos decir heroica, que no debiera haber pasado inadvertida en una raza donde tanto escasean los que por tal manera trabajan y tienen la entereza de sostener sus convicciones contra la corriente general; pero que sí ha pasado inadvertida, por lo menos, respecto de la opinión pública española (una minoría exigua de gente culta no puede ser tomada como opinión general), que lee poco más que lo que le dice la Prensa—cuando no mucho menos—, y que no halla en esa Prensa precisamente lo que más debiera saber, salvo cuando ello se traduce en actualidad noticiosa. Aunque se haya dicho ya infinitas veces, Cajal fué bien poca cosa en España hasta que su fama vino del Extranjero; y el inventor del autogiro La Cierva, lo mismo; y tantos otros espaoles insignes. No debe, pues, sorprendernos el que el mérito de don Roberto Levillier Megase a la Madre Patria via Ginebra, no obstante que ya había sido contraido—en no pocos casos, públicamente—en archivos y universidades de América y de Europa, inclusive | la Sorbona, que también oyó sus disertaciones magistrales en pro de los merecimientos históricos de la civilización española. Hoy, sin embargo, después de haberse percatado la España indocta de que anda por esos mundos ese quijote Trancoargentino, amante de la verdad y de la justicia hasta el punto extraordinario de buscar espontánea y desinteresadamente nuestra reivindicación, sería difícil encontrar un español que, sabiendo leer, no escuche o pronuncie su nombre con veneración. En cuanto a que se haya correspondido cumplidamente al servicio inapreciable que ha prestado a España, eso ya es harina de otro costal. A tal acto, difícilmente se puede corresponder del todo como no sea con ese homenaje mudo, pero inmenso, que es la emoción de un pueblo que está mucho más acostumbrado a que lo vituperen que a que lo defiendan; y ese hondo sentimiento de España nadie ha podido expresárselo al señor Levillier, porque en España nadie, absolutamente nadie se ocupa en interpretar lealmente el sentir del pueblo espanol, y—lo que es peor aún—nadie respeta lo bastante ese verdadero sentir para procurar que sea debidamente representado. Por otra parte, en España, cuando se trata de premiar un mérito, real o supuesto, se carece por completo de sentido de proporción; de tal manera que sólo por casualidad se honra a alguien según la magnitud de sus merecimientos.. Aparte los agasajos sociales debidos a toda persona de la representación del diplomático argentino, y algún que otro honor acad!mico, se le impuso al señor Levillier la banda de la Orden de la República. Pero el mejor premio que el historiador suramericano ha obtenido durante su estancia en la tierra de los conquistadores es sir duda la estela de admiración y de gratitud que deja en pos de sí al irse rumbo a Méjico como representante de su patria. Allá, a la vera del historiado Sagrario, hallará don Roberto Levillier el monumento de aquél a quien él mismo acusa de haber sembrado por el mundo la Leyenda Negra: fray Bartolomé de las Casas. La estatua del defensor de los indios e impugnador de los conquistadores se levanta sobre adecuado pedestal, en cuyas azulejos leerá, acaso con emoción, estas sobrias, pero significativas palabras: “EXTRANJERO: SI AMARES LA VIRTUD, DETENTE Y VENERA”; advertencia que no podrá menos que recordarle virtudes excelsas de otros no menos dignos héroes de la historia hispanomejicana, cuyos nombres brillan alli por su ausencia. En aquel mismo pais, inolvidable para los que recordamos ufanamente el haber sembrado por alla los mejores esfuerzos de nuestras vidas, hallará el Sr. Levillier, además del tesoru inagotable que son el alma y el cuerpo de la Nueva España, muchos españoles humildes, confundidos con los naturales, así en los sinsabores como en las dulzuras de ese indeciso tanteo con que los sucesores de Cortés y la Malintzi van poco a poco buscando una civilización algo más aceptable para la sensibilidad moderna que aquellas de donde por una y otra rama descienden los mejicanos. Aquellos humildes españoles emigrados conservan el patriotismo con más ilusión que los que en el terruño están viendo a diario cómo se convierte la patria en mercancía. Entre ellos, pues, será donde el señor Levillier podría hallar la gratitud y admiración más puras aun cuando no hubiere tanto refinamiento en su expresión. E suele criticar por acá el español de las películas extranjeras y jamás se censura el que a diario “se perpetra” en los cables publicados por la Prensa. Recientemente los diarios Cine-Mundial