Cine-mundial (1935)

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ey en F (Conclusión) un hora más tarde, el auto palpitante con ducía a Chan y a Tom a la entrada de la tumba del Supremo Sacerdote. Los acompañaba, contra toda su voluntad, el negro de los pies inmensos, quien alumbraba temblorosamente los peldaños con una linterna de mano. Tom le ordenó, una vez al nivel de la cripta, que encendiese las luces eléctricas generadas por un motor cuya instalación había hecho Arnold para facilitar el registro arqueológico. —En esta tumba hay todos los adelantos modernos,—comentó sonriente Chan al notar los efectos del generador. —Esta es la segunda instalación,—explicó Tom,—pues la primera nos la robaron los indigenas. En el vestíbulo no habia ninguna pieza de interés, pero ahi dentro, en la gran cámara mortuoria, hallamos verdaderos tesoros. La momia estaba sobre aquel sarcófago de piedra y en el nicho frontero a la entrada se alzaba la imagen de Sekmet. —¿Y esa puerta,—inquirió el chino indicando una que, cerrada, parecía llevar a un pasadizo—a dónde conduce? —Al recinto donde estaban guardados el lecho, la carroza y los cofres de Ameti, así como los vasos de alabastro más hermosos que he visto en mi vida. Tom abrió la puerta y todos atravesaron la cámara, vacía ahora, para dirigirse a otro pasadizo subterráneo, cuando, de pronto, las luces comenzaron a parpadear y a disminuir de intensidad. Rápidamente, los exploradores retrocedieron y en el instante en que llegaban a la antecámara, el alumbrado se extinguió por completo. Durante dos o tres segundos, la cabeza de Sekmet pareció cernirse sobre ellos en un aura fosforescente que se desvaneció en las tinieblas de la cámara grande, a tiempo Página 610 AR aa VERSION CASTELLANA DE LUIS BOTNE 1 que el negro de los pies increíbles gritaba: —¡ Ay, señor Tom! ¡El fantasma me dió un golpe y me quitó la linterna de la mano! Chan encendió un fósforo, recogió la linterna que se había caído al suelo y terminó, a su luz, el examen de la tumba, sin encontrar a ningún intruso. —Alguien entró aquí, además de nosotros, — indicó Chan. —¡Pero es imposible! mó Tom. Chan, por toda respuesta, se inclinó hacia el suelo del pasadizo, donde, sobre el polvo, se destacaban claramente huellas humanas de descalzos pies: la una, completa; la otra sólo dejando traza de los dedos. —Sekmet es coja,—comentó Chan sonriendo. —¿Será posible que Barry . . . ?—comenzé Tom, sin atreverse a concluir la frase que formulaba su imaginación. —Llegar precipitadamente a un conclusión, — comentó el detective—es como hacer agujeros en el agua. —¡Señor Tom! ¡Señor Tom!—gritó en aquel instante el negro. Tom y Chan corrieron hacia el pasadizo, de donde venían los gritos y encontraron al hombre de los pies sin medida con la cabeza ¿Por dónde?—excla Novelización basada en el fotodrama del mismo nombre, de la Fox, cuyo reparto encabeza Warner Oland, creador del célebre detective chino en el teatro y en la pantalla. aprisionada en la reja de hierro de la antecámara. —¿Qué diablos te pasó?—inquirió Tom. —Sekmet me atrapó nuevamente y me metió aquí. No poco trabajo costó extraer el macizo cráneo del negro de entre las rejas, pero cuando al fin se vió libre, echó a correr como un gamo por la arena, hasta perderse en la obscuridad nocturna. Chan lo dejó alejarse sonriendo y luego, señalando los acumuladores de la planta eléctrica, dijo: —Tal vez fue la diosa Sekmet quien desconectó los alambres de las baterías. . HARLIE CHAN estaba en una obscura tienda de Luxor en cuyas ventanas se anunciaba que el propietarlo, Daoud Atrash, era quimico y vendia, ademas, hojas de afeitar, sellos de correo y cigarrillos. Atrash doblaba un papelito que contenia parte de los polvos sacados de la caja de la alcoba de Carol Arnold, a la vez que explicaba al detective: —Es un sedante inofensivo que con frecuencia receta a sus pacientes el doctor Anton Racine. Chan meditó un momento y, con aire inocente, insistió al cabo: —El doctor Racine no compra “mapuchari” aquí ¿verdad? —i No, no!—protestó horrorizado el quimico—j Yo no vendo semejantes drogas en mi establecimiento ! Chan dió las gracias y se marchó, guardándose el papelito con los polvos analizados. (eee CHAN llamó a la puerta de la casa de los Arnold y Edfu Ahmad vino a abrirle. Página 549