Cine-mundial (1935)

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dos, no tenia donde dormir e iba a perecer de hambre, no le quedaba mas remedio que pedir limosna, robar, tirarse de cabeza por un puente o romper una ventana de una pedrada para que lo metieran en la cárcel. O irse a invocar socorro al Asilo de Desamparados—el paso mas triste para el desvalido. No habia otra salida. Hoy, el que no come y duerme bajo techo en los Estados Unidos, sin humillaciones, es porque no quiere. Sin humillaciones y sin expedienteo ni demoras. Basta presentarse en una oficina del gobierno y en seguida le hacen a uno las diligencias necesarias para que no le echen a la calle de la casa o el cuarto donde vive, le dan unos vales para obtener comestibles, y cierta cantidad en metálico. A un amigo 1935 Noviembre, oo ẹ& 3 A mMm mio, cargado de familia, le arreglaron el asunto en menos de media hora. Naturalmente que con la ayuda del Estado no hay para lujos, pero si para eliminar el espectro de la miseria y vivir en modesta decencia hasta que se encuentra empleo. A eso se debe la desaparición de aquellos espectaculos que amargaban la vida en Nueva York durante la época de Hoover. Ya se puede ir a los parques sin temor a pasar un mal rato entre ancianos y jóvenes derrotados; se puede entrar en la fonda sin exponerse a una indigestión contemplando las interminables filas de pobres que aguardaban un plato de comida; y los pordioseros que quedan son los profesionales de siempre, y muy de tarde en tarde se encuentra por ahí algún aficionado. Sólo los que hayan sufrido rachas de y 2 y adversidad en un medio hostil se darán cuenta de lo que significa este nuevo horizonte, al que va ligado el respeto con que invariablemente tratamos a Mr. Roosevelt desde estas columnas. ATA En las calles de Harlem, en Nueva York, donde impera la gente de color, ahora se discute por las esquinas el conflicto entre Italia y Etiopía. Los italianos gritan por su lado y los triguenos por el suyo, pero hasta hoy no ha sido posible conseguir que alguien se indigne de veras, y los grupos de ambos bandos oyen a los oradores con la misma calma que si estuvieran disertando acerca de la biblia, el espiritismo, la cartomancia o cualquiera Página 693