Cine-mundial (1937)

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mG = Τ᾿ ᾿ὢ ὢ ὢ á Sarah Bernhardt en “Isabel de Inglaterra’, la pelicula que revoluciono el Cine. A hora se exhibe de nuevo en los Estados Unidos con motivo del jubileo de Adolph Zukor, que la produjo hace veinticinco años este mes. La visita, durante la misma tarde, a un colegio de monjas y una academia militar ofrece contrastes notables. Entre las monjas, se habla en voz baja, las niñas se deslizan como sombras, los salones tienen olor a sacristia у de la capilla salen notas tenues de órgano. Sólo un individuo medio sordo y que se cree que todos los demás lo están, como mi compañero, se atreve a escandalizar en este ambiente de recogimiento. En la academia militar, por el contrario, los maestros y los alumnos, lo mismo que los familiares de éstos, hablan recio y tienen un aspecto algo agresivo; la música que se oye es de una banda de metal que atruena los oídos, y tanto en los uniformes como en los edificios se destacan los colores fuertes. Se notan, sin embargo, contactos ideológicos y la misma disciplina en ambos planteles. El oficial da un grito de mando, y lo obedecen los muchachos en fila; la monja superiora murmura una orden o suspira una súplica, y también la obedecen—sin saltos ni aspavientos, pero más de prisa todavía. PASDANDO Ὅτε рзии oo no por las calles de la Habana, sino por el Parque Central de Nueva York y en domingo . . . noto de momento que vibran en el aire unos ladridos cortos, agudos y continuos, peculiarísimos, idénticos a otros que oí por única vez hace muchos años a la puerta de la casa en que me hospedaba a la sazón. Aquella vez los daba un perrito lanudo, al que mató luego de un tiro un polizonte con un revólver pequeño, que sacó del bolsillo del pantalón revuelto con el pito, las esposas y una pila de llaves, Página 16 El animal estaba rabioso. Me interné entre árboles y enramadas hacia el sitio de autos—tomando, por supuesto, las debidas precauciones, y listo para salir disparado como un rayo en cuanto observara el primer movimiento mal hecho. Al berde de la avenida más amplia del parque, por donde cruza una fila interminable de automóviles, estaba en cuclillas un hombre joven, alto y fuerte, que tenía a un perro agarrado por el lomo y el hocico, para que no pudiese morder. Lo rodeaba un grupo de curiosos, compuesto por viejas en su mayoría. Se había detenido un auto con dos muchachas, que le daban consejos. Individuos sentados en los bancos contemplaban impasibles la escena. Adolph Zukor, el jefe de la Empresa Paramount, visto por nuestro dibujante Riverón. El perro, con los ojos desorbitados, babeaba y hacía esfuerzos por escaparse. Una de las manos del hombre, la que sujetaba la boca del perro, estaba llena de baba y de sangre. —No lo suelte—le dije—que ese perro está rabioso. —j Qué voy a soltarlo! Ya lo sé que esta rabioso. Hace media hora que espero a un guardia, pero esos desgraciados se desaparecen cuando más se les necesita. Diez o quince minutos después, al regresar al lugar sin haber encontrado un policía por ninguna parte, me dijeron que las muchachas antes mencionadas, cansadas de aguardar, se habían llevado en su coche al hombre y al perro en dirección a un hospital que hay cerca del parque. STA en víspera de iniciarse en Nueva Orleans una jira teatral en la que se emplearán aeroplanos como medio de transporte. La compañía trabajará en las principales ciudades del centro del país, y los artistas, vestuario y decorado se trasladarán de un lado a otro por el aire. La de Autopsia la Elección Han transcurrido dos semanas desde la reelección de Roosevelt por una mayoría avasalladora, e inconcebible hasta para sus partidarios más fanáticos, y la gente aún no sale de su asombro. ¿Quién es la “gente” ? La gente. Esa es la incógnita que se ha descifrado, y que ahora resulta clara como el agua, después del diluvio electoral que ha barrido con los portavoces de los grupos que mandaban en el país desde los comienzos de la república. Antes de Roosevelt, el pueblo de los Estados Unidos estaba circunscrito a los núcleos acomodados que se preocupaban por ir a las urnas y seleccionar los candidatos. Por eso bastaba con preguntarles cómo iban a votar a los que tenían teléfono o automóvil, según la costumbre establecida por distintos diarios y revistas, para conocer de antemano el partido victorioso. Para los millones de desheredados, lo mismo daba Juan que Pedro, y representaba un esfuerzo inútil el ejercer los derechos de ciudadano. Cine-Mundial