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A la izquierda, Dorothy Lamour, artista de Paramount, tomando lecciones de canto del profesor Al Siegel, de quien también son discipulas Carole Lom
bard y Libby Holman.
A la derecha, Boris Morris, ¡efe del departamento musical de la empresa Paramount.
| Ea música de las peliculas-revista, a pesar |! de ser una musica popular, es de las mas caras del mundo. Usted le pide a Sibelio | que le escriba una de sus maravillosas sin|! fonias y Sibelio le despide con cajas destempladas. Usted vuelve a pedirle a: Sibelio, demostrando con ello una tenacidad ejemplar, que le escriba una de sus inspiradas | composiciones а cambio de varios miles de dólares y lo probable es que el famoso com| positor finlandés le ofrezca una conferencia sobre el Arte, advirtiéndole que nunca podrá ser pagado con dinero. A continuación le pondrá a usted de patitas en la calle. Pero usted se hace amigo de Sibelio, comen juntos, se interesan mutuamente por | la familia, y es posible que acceda a su | petición y le componga sin remuneración de ninguna especie otra “Knolema.” | Acuda usted a Irving Berlin, y ya puede | estar preguntandole por la familia hasta | caer rendido de agotamiento que, como no le extienda usted un cheque por una respetable cantidad, no le escribira jamas uma cancion de esas que se pegan al oido y no se sueltan por unos meses. Esas cancioncitas de las peliculas musica724
| Раділа
Рог
Dos compositores norteamericanos de nota: Harry Warren y Al Dubin, a cuya inspiracién
se deben muchas peliculas musicales.
les que pronto pasan al olvido cuestan una fortuna. Es inconcebible que un hombre tan pequeno como Irving Berlin reciba 75.000 dólares mas un porcentaje en las utilidades por escribir tres о cuatro canciones de una película. ¿Es preciso aclarar que este hombre tiene entre su piano y su cabeza una mina fructifera que le ha hecho rico?
Нау seres que, tras la ambición del oro,
k. LLL... U... e A NN AA A
ALGA EL AUTOR DE LA MUSICA!
Aurelio Pego
llegan hasta Alaska en busca de pepitas del rico metal. Irving Berlin o Jerome Kern silban, tararean una cancioncilla y se les convierte en oro en las cajas de cualquiera empresa cinematográfica.
Las primeras películas musicales surgieron por alla por 1927. Pareció como si un clarín potentísimo hiciera una llamada general desde Hollywood. Centenares de compositores de canciones tomaron el tren y se plantaron en la ciudad de las películas dispuestos a surtir de música alegre y canciones pegajosas a todas las empresas de cinematógrafo. Los mejores se quedaron allí con sueldos fabulosos, y empezaron a lucir termos nuevos y corbatas vistosas que alarmaban a los propios astros de la pantalla, los que, por consenso general, son los árbitros de la elegancia.
Pero aquellas películas musicales primerizas no gustaron apenas, decayó el género y los compositores de canciones emprendieron el regreso a Nueva York y siguieron escribiendo, mal pagados, para operetas y revistas musicales de Broadway. Se acabaron los trajes planchados y las corbatas flamantes.
Cine-Mundial