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Uno de los ocho olmos que, para sorpresa general, han aparecido de repente en la selva de rascacielos de Radio City, en la Quinta Avenida de Nueva York.
Cuisine
Por
Me invitaron a esperar un ratito, mientras se vestia mi entrevistada, que, naturalmente, no iba a recibirme en panos menores. Y asi me quedé solo y un poco achicado....
El salón era vasto y con tres alfombras, pero de una frialdad de témpano no obstante su chimenea central, y apagada por supuesto; lo único que, con varios sillones y un sofá, llenaba los diez metros cuadrados de la estancia, sin contarme a mí que, como ya dije, no hacía bulto. En las paredes, ni un cuadro, ni un tapiz, ni un colgajo.
Hagan Uds. de cuenta el desierto; un desierto empapelado de verde y con cornisas blancas.
¿Qué hace un entrevistador cuando tiene que aguardar? “Tomemos un caso práctico. El mío, que estoy más a mano. Un entrevistador de mis señas, si está a solas con su conciencia, por lo general da un rodeo... porque la conciencia y él no se dirigen la palabra a causa de ciertas cosillas ocurridas
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Eduardo
C L'AV OS
Guaitsel
últimamente. Para disimular, primero, silba su aria predilecta (Costas las de Levante, etc.), pero se acuerda de la cara de idiota que pone una persona al silbar. Y como no esta precisamente en busca de agravantes, cesa.
Entonces, se rasca la cabeza e, instintivamente, reflexiona que los calvos no pueden hacer lo mismo y deben limitarse a palmaditas. El entrevistador « les dedica un suspiro de simpatia y los hace desfilar en su imaginación, para entretenerse. Cualquier cosa, menos la conciencia.
Hay calvos de derecha y de izquierda, de acuerdo con el lado de donde tomen los mechones para cubrir la desnudez impúdica del cráneo. Los hay del centro, que se subdividen segun que echen su escasa pelambre para atras, hacia adelante o en sentido diagonal; o que, con un optimismo positivamente ofensivo, se abran una rayita enmedio, del tamaño de un guión. A éstos hay que tenerles miedo porque dan muestra
de ser, además de testarudos, enérgicos: no hay sino ver lo rojo que les queda el cuero ex cabelludo después de “peinarse.” En seguida, se cuentan los vanguardistas, que se echan el cabello hacia adelante, como Julio César; y si el aire les arrebata el sombrero quedan con una aureola de santo de iglesia. Los de retaguardia se llaman también de media luna, porque llevan una especie de tonsura, entre la coronilla y la nuca, que asoma aún con el sombrero puesto. Y, por último, no hay nada que decir—fuera de chistes de mal gusto—de los calvos cien por cien. Pero faltan en esta lista los calvos por entregas, que pierden el pelo sin atender a la simetría: un parche por aquí, otro por allá. Se sospecha que sufren de “sarpullido inglés, que parece tiña, y que lo es.”
Por la longitud de estos párrafos, amable lector, te darás cuenta del tiempo que pasé esperando a la niña que no acababa de vestirse. El “ratito” prometido se convertía en hora larga. Siempre quedaba el recurso de hacer la clasificación de las dentaduras postizas, otro tema de palpitante interés
. . pero opté por indignarme. Es decir, por dejar desierto el desierto verde. Que otro entreviste a la semidesnuda dama. Yo paso de largo.
Sali a la Quinta Avenida jy la desconocí ! Me restregué los ojos; froté a todo trapo los cristales de los lentes . . . y volví a mirar. No me había engañado. No era efecto del súbito cambio entre la semiobscuridad de la antesala y la luz de la calle. No: ¡en la Quinta Avenida, de cara a las increíbles torres de Radio City, estaban sembrando unos árboles de cinco pisos!
O es uno periodista o no. Si no salen estrellas, saldrán árboles—y donde menos caben—y hay que dar noticias de ellos. Ya me lo dijo el Director: “Déjese de comentarios y dé noticias. Eso exige el público.” Bueno, pues aquí va el primer disparo. ¡En la Quinta Avenida de Nueva York están plantando unos árboles!
Bueno ¿y qué? ¿Cómo y qué? ¿Ustedes conocen la Quinta Avenida? Ahí no caben ya los postes de la luz, ni los transeúntes, iy ahora nos le ponen arbolitos, o mejor dicho, arbolazos!
Había que averiguar por qué esa verdura (una verdura en promesa, porque el ramaje está en futuro y lo único que los tales árboles ofrecen es un tronco envuelto en lona y unas ramas secas y desamparadas).
Resulta—según me comunicó el jardinero con aire de condescendencia—que el señor Rockefeller, dueño de todos los edificios de Radio City, tiene tendencias románticas, y, no conforme con huertos.en las azoteas de los rascacielos de sus dominios ni con macizos de flores en la plazuela Central, pidió licencia para plantar ocho venerables olmos en plena Quinta Avenida y enfrente de sus edificios. Y le dieron el permiso a vuelta de correo.
Lo primero que quise saber fue cómo iban a pasar los ómnibus debajo de aquellas frondas tan fuera de lugar: entre la catedral de San Patricio por un lado y la estatua de Atlas por el otro. Me aseguraron que cada
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Cine-Mundial