Cine-mundial (1939)

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Varios centenares de neoyorquinos dedicados, en pleno Times Square, a una de las diversiones más baratas, ani madas y concurridas de la ciudad: El Neoyorquino Típico a Domicilio Por EL neoyorquino, visto por las películas y con la imaginación, es como los retratos de los pasaportes: no se parece al original. La generalidad de las personas se figura que un neoyorquino es un señor un poco burlón que se pasa los días luciendo sus bien cortados trajes por la Quinta Avenida, las noches de cabaret en cabaret, acompañado de fascinantes rubias. Nunca le falta dinero en el bolsillo, siempre tiene automóvil—un automóvil que espejea y ocupa casi media calle de puro grande y lujoso— y sus negocios, invariablemente complicados, apenas le quitan una o dos horas de la jornada, entre una sesión en el gimnasio, dos tandas de cocteles y tres citas galantes.... Ese es el retrato de pasaporte. Al original no le queda rasgo de tal fisonomía. El neoyorquino legítimo se entera de lo que ocurre en los centros de placer cuando lee su periódico por la mañana, en la pacífica estrechez de su modesta residencia . . . porque, si es neoyorquino de veras, no le gusta que le tomen el pelo—y el dinero—en los cafés de postín donde hasta por sentarse a una mesa cobran un ojo de la cara. Además, el neoyorquino rara vez es de Página 362 Francisco J. Ariza Nueva York. Casi siempre nació en otras regiones del país y vino a la metrópoli en alas de la ambición, de modo que sus gustos, en el fondo, son bastante provincianos. Durante un aburrido viaje en taxi, el que esto escribe le preguntó al chofer si era posible identificar al neoyorquino nato sólo por su apariencia o por su modo de conducirse ; Y el interrogado, perito en la materia, contestó negativamente. —Siempre me equivoco —dijo—cuando presumo de adivinar por la propina, por el aspecto o por la conducta, si un cliente es forastero. La única clave sería el lenguaje, porque los de aquí hablan con acento especial; pero como éste es idéntico a los de New Jérsey, tampoco aclara nada. La ropa confunde también: multitud de los nacidos en la ciudad visten desastradamente; o, si no, les da por la circunspección, las telas osbcuras y los cuellos anticuados y, entonces, pueden pasar por comerciantes de tierra adentro o por delegados a alguna convención obrera. Viviendo en uno de los puertos más grandes del mundo, el neoyorquino no tiene nada de marítimo; acostumbrado al ultramodernismo, en lo personal casi siempre es conservador en sus gustos y desconfiado en un incendio. cuestiones radicales; hombre de gran ciudad, con frecuencia resulta más crédulo que un aldeano. Y lo peor es que, cuando sale de viaje, se disfraza de avanzado y de escéptico. Otra vez el retrato del pasaporte: “¿Ven? Este soy yo.” No lo crean. Sólo pretende “epatar a los burgueses.” En pleno Broadway, cualquier vivales le vende cortaplumas que no cortan a precio más alto que lo que le cobrarían en una cuchillería, o le encaja remedios que no curan, anteojos que no sirven y juguetes de movimiento que no funcionan. En realidad, el verdadero neoyorquino casi siempre es neoyorquina, porque hay una cuarta parte más de mujeres que de hombres entre nuestros siete millones de residentes. De estos, la mayoría trabajan en fábricas y, luego, en proporción disminuyente, vienen los oficinistas, los dependientes, vendedores, tenderos, criados, taquígrafos y tenedores de libros. Cualquiera de estos grupos es mucho más numeroso que todos los profesionistas juntos. Y como, proporcionalmente, abogados, médicos, especuladores, ingenieros, dramaturgos y actores ganan más y son menos que sus vecinos de la ciudad, resulta que el neoyorquino-promedio es un señor de modesto sueldo, casado y con hijos, y preocupado porque lo que gana no le alcanza. Eso explica el gran número de empeños y casas des préstamos que en Nueva York florecen. Pocos neoyorquinos presumen de no estar entrampados. Las estadísticas oficiales revelan que el neoyorquino típico gasta más en comer y en pagar alquiler que en ninguna otra partida . . . excepto quizás la de médico y hospital (Continúa en la página 383) E Cine-Mundial