Cine-mundial (1939)

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iba entrando en la ciudad como perro por su casa. Puso proa hacia Francia, a donde llego después de caminar veinte kilometros. Alli se encontro un amigo, fungiendo de guardia. —«¿Pero qué hace usted por aquí, Don Eduardo? —Y a lo ve usted. —¡0Qué calamidad, hombre, que calamidad! ¿Trae usted dinero? —Si . . . algo. Muy poco. Trescientos francos. —Pues me los tiene usted que entregar . . . porque está prohibido cruzar la frontera con dinero. La gente del porvenir se va a avergonzar de nosotros cuando lea lo sucedido con esos barcos llenos de judíos que andan al retortero de un puerto a otro sin que los dejen atracar en ninguno. Se van a sorprender de la falta de piedad de estos tiempos, que toleran que se martirice a seres humanos antes que darles de comer; y de la estupidez reinante, que permite que millones sufran hambre cuando hay de todo en abundancia. Un viajero que acaba de llegar de Rusia, donde permaneció un mes, dice que aquéllo se parece más a los Estados Unidos que a ninguna nación de Europa. Asegura que los rusos han tomado como modelo a Norte América, y que en todos los órdenes materiales de la vida tratan de imitar a los norteamericanos. En boxeador argentino Jorge Brescia se ha convertido en un aguantagolpes profesional, y da pena verlo en el ring. La noche del encuentro entre Max Baer y Lou Nova tomaba parte en una de las peleas preliminares. Su contrario era un etiópico retinto llamado “Thompson, de 235 libras de peso, a quien el gorila del Parque Central—si se lo sueltan en la jaula—lo toma por su tío y le da un estrecho abrazo. El pobre Brescia no ha nacido para estos bretes, y se acostó a dormir en la lona en cuanto el negro le hizo un par de muecas y le arreó un guantazo en las narices. En el “Automático” de la 104 y Broadway empiezan a entrar policías y se sientan a comer. Varios llevan la guerrera al brazo, y, colgados del cinturón, las esposas, el revólver, el blackjack, el pito y un llavero con llaves. No hay más que un “Automático” en Nueva York donde se permite fumar, el de la Quinta Avenida y calle 45; pero, en vista de que algunos guardias están fumando, también yo enciendo un cigarrillo. Me dirijo a uno de ellos para enterarme de lo que pasa, ya que no es cosa corriente ver tantos policías juntos. Agosto, 1939 PAPA—Margot, tienes una mancha en la trusa. MARGOT—No es una mancha, papá; es la trusa. — Hay alguna parada, hermano?—le pregunto. —i No, hombre, no! ¿Usted no lee los periódicos? Son los reyes de Inglaterra, que van a pasar por Riverside Drive a las cuatro en punto. En efecto: llego a las dos y media, para coger buen sitio, y encuentro que en la avenida hay poco público, bancos de sobra, y casi todas las fuerzas armadas de la metrópoli. Un magnífico día para los ladrones. Los reyes vienen de una recepción en la Universidad de Columbia y van rumbo a Hyde Park, la residencia campestre del Presidente Roosevelt. Dan las cuatro. A las cinco y media de la tarde, la avenida está completamente desierta. Ya no circulan coches ni peatones, y a un perro que quiere atravesar lo agarra un guardia y lo amarra a un banco por el pescuezo. ¡Ahí vienen !, grita alguien, y se pone en pie la poca gente que aguarda. Pasa una motocicleta echando chispas, pasan tres motocicletas, tres más, otras tres; cinco automóviles enormes en fila; luego dos automóviles blindados y cerrados, con individuos de mala catadura sobre los guardafangos, que llevan una mano dentro de la chaqueta, en medio de unas treinta motocicletas. “Todo a una velocidad del diablo. En una de esas máquinas estaban los reyes, pero sólo alguno que otro neoyorquino con vista de lince logró verles la cara. PASEANDO por la Feria Mundial de Nueva York, se observa que el Pabellón francés se parece a las Galerías Lafayette y que los precios del restaurant se las traen. A $98 subió la cuenta de un grupo de ocho comensales. A pesar de eso, para obtener mesa hay que pedirla por lo menos con una semana de anticipación. Dicen que el restaurant más caro es el del Pabellón rumano, donde por sentarse empiezan cobrando $3.50 por cabeza. A un matrimonio le salió la fiesta en $20. El Pabellón portugués es humilde en aspecto y orgulloso en los letreros. Según ellos, los portugueses descubrieron todos los mares, todas las tierras y todos los planetas que se conocen. El Pabellón ruso es el más imponente y a donde más gente acude. La comida es buena, pero vale dos cocos— que no es cifra comunistoide en Nueva York. Hay diversas quioscos donde venden emparedados transparentes a cincuenta centavos. El Pabellón griego es pequeño y se distingue por diversas estatuas de señores barbudos, todos en pelota, que producen risitas (Continúa en la página 385) LILI—Se ha enojado al verme con esta trusa. FIFI—¡Qué tonto de enojarse por tan pequeña cosa! Página 365