Cine-mundial (1939)

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Fué a la Feria de New York Por (José F. O no sé cuantos meses estuvo aho rrando dinero Nicolás Ronquillo para poder ir a la famosa Feria Mundial de Nueva York. No sé de cuánto se privó aquel hombre para lograr la ilusión de ese viaje y alcanzar el orgullo de volver saturado de civilización, con una alforja llena de cosas nuevas, a la capital de la República y darse el tono de relatar a sus amigos y parientes los milagros vistos en la urbe inmensa. Pero es el caso que reunió bastante y fué a la Feria en los primeros días de su inauguración, sin ropa casi—alla la compraria— y sin hablar inglés—alla se aprende eso. Una buena mañana, por la estación del Pennsylvania, llegó a Nueva York. Se alojó en el primer hotel que encontró al paso; y, en cuanto dejó las maletas, se plantó en Broadway, que ahí mismo estaba su hotel. Apenas caminada media calle vió elevarse dos brazos frente a él que cayeron vertiginosos en sus espaldas y se las golpearon con agresividad torturante de lucha libre; sin embargo, eran de un amigo, de un paisano que también se había trasplantado de la capital, a ver la Exposición. Este sí hablaba inglés: un inglés tartajado, pero a ratos inteligible. Y fué su Mecenas desde aquel instante. Ronquillo estaba atarantado por el viaje y el gentío de aquella calle, por la sorpresa grata de encontrar tan a mano aquel compatriota; y con la boca abierta miraba atolondrado, cuando le dieron una tarjeta al pasar. —Tomala y guárdala, dijo el amigoguía. Te acaban de retratar sin que tú lo supieras y con esa tarjeta puedes ir a buscar mañana tu fotografía. Ahí está la dirección. —Pero hombre ¡Qué diablos son éstos! . ¿Cómo supieron luego, luego que era —No. No han fotografiado tu personalidad mercantil de comerciante mexicano. Han hecho una fotografía de un transeúnte, nada más. —Entonces no tiene mérito; han retratado un peatón simplemente y yo en México, tu lo sabes, soy algo más que un transeúnte. No recojo la fotografía. —Tu sabrás. Es cosa tuya. Vamos por la Quinta Avenida.. .. Y la amplia calle, jovial y austera a la vez, abrió sus fauces y devoró la importante personalidad de Ronquillo en una tarascada de sorpresa. ¡Qué escaparates! ¡Qué enormidad de edificios! ¡Qué cantidad de mujeres boni tas! ¡Qué sinnúmero de empellones! Ronquillo, como buen mexicano, no sabe caminar. Su amigo le iba diciendo: —Aquel es “Radio City” . . . Aquel de Página 366 Pepe Nava Elizondo) allá la “Paramount”. . . . Todos los más altos rascacielos, que el pobre Nicolás miraba con el pescuezo quebrado y con la vista inquisitiva del ranchero que otea la probabilidad de un aguacero. Molido de empellones, con torticolis de tanto ver p arriba, con cansancio de tanto caminar, Ronquillo se dió por vencido y pidió paz. —Iremos un ratito al hotel, ¿qué te parece? —Como quieras; pero ya estamos lejecitos. Tomaremos el subway... . Y el Mecenas metió a su amigo en el sótano municipal y espeso. Lo “laberinteó” hasta el desconcierto y lo instaló a su lado en el tren, sujetándole con la punta de los dedos por la manga del saco para no hacer muy ostensible la perplejidad de su prohijado compatriota. Salieron a flor de asfalto y a dos calles de ahí estaba el hotel. No hizo más que entrar en su cuarto Ronquillo y se tendió en la cama cuan largo es. —j Traigo la cabeza que es una pura punzada! . . . exclamó Nicolás. Déjame reposar un poco y ven por mí a la noche. Bailaban su danza de colores las letras de los anuncios de Broadway, cuando el Mecenas llamó a la puerta del cuarto de Ronquillo. Lo encontró ya despierto, bañado, listo y con bríos para una segunda salida del Quijote. —Vámonos a cenar. —Si; porque ya desfallezco. Llévame cerquita para no andar mucho... . A pocos pasos, en un restoran de la “Via Blanca” entraron los viajeros. Le dieron a Ronquillo una especie de periódico en inglés y otro al intérprete. Era el “menú”. Nicolás pasaba los ojos por aquellos renglones impresos en forma de poesía y tras un largo silencio dijo a su paisano estas sublimes palabras: —Pos tú diras.... —Yo haré el pedido. ¿Qué te parece un consomé y unas costillitas de carnero? Las hacen muy buenas en todo Nueva York. ... —Bueno. Y engolándose como un gallo de pelea ante el mozo que esperaba la orden, dijo el traductor con un pésimo acento: “Tu consomé, and tu moton chops”. Pero pronunció tan mal que hubo chasco como verán ustedes. Puso el camarero el servicio; trajo poco después el consomé y tardó siglos en llevar el otro platillo que ambos comensales esperaban con inquietud. Por fin, a las tantas, vino el “gieiter’—como decía el Mecenas —y puso delante de nuestros dos amigos un ejemplar de la historieta dominical de “Mutt and Jeff”. —Han traído esto para que nos entretengamos, —arguyó el guía. ... Pero pasó el tiempo y no les llevaron más a la mesa. Y había razón. El amigo de Ronquillo, pronunció tan mal el “Mutton Chops” que dijo “Mot-an chep” y el criado sirvió lo que pidieron. Al día siguiente fueron a la Exposición. Vieron lo más popular; los pabellones de la General Motors y de la General Electric, el Pabellón de Rusia con su abrumadora propaganda soviética en el país democrata; el “ballet de cristal” en la Fuente iluminada, el nuevo espectáculo de Billy Rose, “Aquacade”, y volvieron a Nueva York llenos de encanto. Al día siguiente Ronquillo se afeitaba frente al espejo con la cara risueña de un conquistador. Ya estaba saturado de recuerdos notables para asombrar a sus paisanos al volver. Les relataria el viaje placido hacia el “mundo del futuro” de la General Motors; la improvisación maravillosa de una descarga eléctrica, más aplaudida que el mejor rayo de la más mexicana tormenta en el Bajío; el ensueño de aquellas danzas de bailarinas de cristal al compás de una orquesta sinfónica, chorros y cascadas que surjen multiformes en las fuentes iluminadas con toda la gama del iris, creciendo y decreciendo con tal armonía sobre los acordes de la orquesta que no se sabe al fin si la música tiene color o el color tiene sonidos. . . . Todo eso contaría Nicolás Ronquillo a sus paisanos y los dejaría boquiabiertos, como él se quedara. Y volvió a la merita Capital. Y se encontró un amigo al primer día. —Vengo de la Feria de New York. . . . ¡Ah, qué maravilla! . . . Mira: en la General Motors, te sientas en un sillón y vas como en un tren viendo. .... —Ah, sí. Ya lo ví en el cine el otro MAA En su comercio, relataba a una señora: —Estuve en la Feria de New York... . Si viera usted: en el “Aquacade” unas nadadoras. . —Ah, sí lo vi en el cine la otra tarde... . A sus parientes, formando corro, les contaba: —No hay nada más maravilloso que la “Fuente”; unos chorros de agua iluminados se levantan como fantasmas y estallan miles de estrellas de los fuegos artificiales entre la gasa vaporosa de la espuma flotante que.... —Ah, sí. Lo vimos en unos cortos la otra noche. Cuando se fue a acostar Nicolás Ronquillo, la primera noche que durmió ya en casa, se tiró de los pelos, escupió un vocahla malsonante y filosofé: —¡ Y para ésto he ido a gastar mis economias de tanto tiempo! ¡Qué adelantada se me dió el cinematógrafo! .. . Cine-Mundial — ——