Cine-mundial (1940)

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| | ¿ESTABA JECO EL MAR ROJO? Por Gil Pérez E visita en la casa particular de Robert Ripley, se da uno cuenta de la paciencia con que ha ido coleccionando rarezas durante sus correrías de trotamundos. Nada en esa residencia—ni los muebles, ni los tapices, ni las alfombras, ni las lámparas, ni las vajillas ¡mi la servidumbre!—es del país. Todo vino del extarnjero. Lydia McPherson, con una cabellera que además de tener más de dos metros de largo ¡es color de fuego! La niña reside en Los Angeles. 1940 Diciembre, Robert Ripley, creador de "Aunque Ud. no lo Crea" y coleccionador de lo fenomenal. La manía de lo exótico prevalece en la casa, de modo que los “Aunque Ud. no lo Crea” asoman en cada descanso de la escalera, cuelgan del techo y de las paredes, nadan—como los peces de colores de Siam —en aguas iluminadas misteriosamente, y acumulan su extravagante multiplicidad en las alcobas orientales, sobre los cofres, al borde de las fuentes, a lo largo del historiado barandal de la terraza y en los rincones de cada aposento. Cualquier museo envidiaria los tesoros de escultura, de orfebrería y ebanistería que Ripley ha ido guardando para su propio deleite. Pero en su cuarto de trabajo es donde, a mi juicio, se encuentran las máximas maravillas. Ahí están, en millares de cédulas, las notas de su colección de “lo inverósimil”. Y, ojeándolas, surge el asombro. Moisés—relata el Antiguo Testamento— cruzó el Mar Rojo para librarse del faraón que lo perseguía, sin que se mojaran siquiera los israelitas a cuya cabeza escapaba. ¡Pero Napoleón realizó ¡idéntica hazaña! Para demostrarlo, Robert Ripley cita a Napoleón mismo. Еп la página 2 del toто І de su Memorial de Santa Helena, relata cómo atravesó el propio mar “a pieds secs”. Lo cual, según se desprende de los datos suministrados por Ripley, no constituye ningún prodigio: El sitio por donde pasaron tanto Moisés como el héroe de Austerlitz se halla en la vecindad de Suez y se conoce con el nombre de Bar-es-Kolzum (el Mar de los Ahogados), donde las aguas, en una extensión de dos kilómetros, son muy poco profundas por razón de los bancos de arena que las pueblan. La marea varía entre dos y tres metros de altura, y, durante dos terceras partes del año, corre ahí un fuerte viento del noroeste que tiene enorme influencia sobre la bajamar, a la que a menudo hace des cender hasta un metro adicional. Resulta, por lo demás, significativo que tanto Napoleón como las Escrituras aluden a la fuerza del aire durante la travesía. Combinando el impulso del ventarrón con lo bajo de la marea y el número de barras de arena y teniendo en cuenta lo estrecho, por Bar-es-Kolzum, del golfo de Suez, nadie pondrá en duda el cruce del Mar Rojo en seco por ambos caudillos. Ripley añade, no obstante, que el “milagro” no se podrá repetir en lo sucesivo, porque cuando él visitó el histórico sitio, las aguas del Mar Rojo seguían teniendo la misma anchura, pero no idéntica profundidad, pues se ha excavado un canal que las hace más navegables precisamente en Bar-es-Kolzum. No hay que ir, sin embargo, al Cercano Oriente para tropezar con lo extraordinario. Hace poco llegó al puerto de Nueva York un italianito cuyos padres residen en los Estados Unidos y a quien las autoridades del puerto no permitieron desembarcar, a despecho de las protestas y lágrimas de la familia. Ripley se interesó en él (Continúa en la página 582) Un gallo japonés a quien la natu raleza dió una cola de seis metros de longitud, y que, por lo mismo, se pasa la vida quietecito, el pobre. Página 575