Cine-mundial (1941-01-01T23:23:59Z)

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LOS “PERROS PACHONES” DE HOLLYWOOD Donde el POR UN LLÁ, en los ya lejanos tiempos de mi primera juventud, vivíamos juntos tres amigos en Nueva York. Porque éramos inseparables nos llamaban “los tres mosqueteros.” Los tres pensábamos nada menos que en conquistar la gloria, en llegar a la cumbre... pero sin esforzarnos demasiado. Hugo Wallenstein, violinista de talento, era el único de nosotros que trabajaba y estudiaba. Su sueño era recorrer el mundo de punta a punta como concertista. Harry Simons tenía la obsesión de las finanzas. Enfrascado en cifras y estadísticas, se pasaba las horas comparando las ondulaciones bursátiles. La meta para él era tener una oficina en Wall Street, otra en Chicago y otra en Los Angeles, como corredor de Bolsa en gran escala. Yo soñaba con escribir obras teatrales que me harían rico, célebre y envidiado. Fueron pasando los años y, naturalmente, la vida nos separó buscando cada uno de nosotros el mejor medio para hacer frente a las necesidades perentorias de la existencia. Hugo, el único realmente preparado para abrirse paso, ingresó en la murga de un teatro de variedades. Harry, dicharachero y simpático, se metió por los vericuetos de la vida nocturna de la gran ciudad y lo mismo se le veía en compañía de jockeys y carreristas, que de boxeadores y artistas de toda laya. En cuanto a mí, una noche de insomnio me pareció leer en la obscuridad del techo de mi cuarto una palabra mágica escrita en letras brillantes: HOLLYWOOD. Y ello me pareció cosa de milagro, advertencia del Destino. ¿Dónde si no en Hollywood se podría apreciar el valor de mi comedia dramática “Arlequín se divorcia”, que “EXTRA” que busca es encontrado VETERANO todos los empresarios neoyorquinos me habían devuelto, burlándose de mí en grande? .... Nos despedimos los tres mosqueteros y a Hollywood me vine. Pero en Hollywood tampoco comprendieron el transcendental alcance de mi obra y después de no pocos descalabros, que ahora no hacen al caso, y de bastantes ayunos, vine a parar en “extra "—por fortuna entonces no existían las trabas que hay hoy para ingresar en el oficio—y pude comer a diario y dormir bajo techado. En Hollywood, y a mi propia costa, he aprendido muchas cosas que antes ignoraba. Y una de ellas es la de que hay un oficio peregrino relacionado con el Cine. Este oficio es el del “Talent Scouts” o buscadores de cómicos; algo así como humanos “perros pachones”, rastreadores de aptitudes teatrales en el mundo entero, que “husmean” por todas partes, menos por Hollywood. En Hollywood se supone que el “talento” está ya encontrado . . . y no hay para que buscarlo. Aunque en realidad lo que ocurre, la mayor parte de las veces, es que el talento encontrado se desperdicia o se pierde definitivamente, porque la lógica es la que se perdió para siempre al fundarse la ciudad del Cine. Dígalo si no Deanna Durbin, a la que por inútil dejaran ir de un estudio, para que después ganará millones y más millones para otro. Dígalo Charles Boyer, al que una empresa filmadora consideró como un estorbo molesto, teniendo poco después que pagar miles de dólares por él cuando le pidió prestado a otra. Dígalo Militza Korjus, la artista más estupenda que ha pasado por el Cine; o la bella Ilona Massey, o la dulce Louise Rainier; v tantos, y 532 Página tantos, y tantos otros, que yacen en la fosa del olvido a donde son arrojados, a lo mejor después de un gran triunfo. Desaparecen los artistas como tragados por un escotillón y nada se vuelve a saber de ellos. Y los “perros pachones”, en tanto, no descansan, buscando nuevos “talentos”, por lo general donde no existen. Pero . . . sigamos con mi cuento. Después de casi 20 años de estancia en Hollywood resolví tomarme unas vacaciones y visitar Nueva York. Me emocionaba durante el viaje la perspectiva de encontrarme con mis dos compañeros de antaño, con quienes no había perdido del todo el contacto. No me sorprendió que Hugo se hubiera abierto camino llegando a codiciado puesto entre los primeros violines de la Orquesta Sinfónica de Nueva York; pero sí me tenía intrigado la suerte de Harry Simons. —¿Y tú qué haces?—le pregunté al encontrarle. —¡ Chico,—me contestó—estoy en la gloria! Comprendí en el primer momento que no había llegado a banquero y que no tenía sucursales de nada ni en Chicago, mi en Los Angeles, ni en ninguna otra ciudad de los Estados Unidos. Y dejé que me explicara. —Soy “Talent Scout” y acaban de asignarme como territorio de operaciones la ciudad de Nueva York, para la búsqueda de talento, y de estrellas del mañana! Y quiero que Hugo y tu me acompañeís en mis correrías unas cuantas noches mientras estás por aquí. —¿Y a dónde vamos a ir?—le interrogué curioso. —A los cabarets, a las farmacias, a las tiendas de baratijas. El “talento"—me dijo profético—como la veta aurífera, como los diamantes, está donde se le encuentra: despachando un helado, bailando una rumba, peinando a una señora, podemos encontrar a la estrella de mañana, hombre o mujer. ¡Y piensa en la gloria, en la satisfacción del descubrimiento de un genio de la pantalla! ... Yo no veía la lógica de buscar profesionales fuera de las academias, conservatorios, teatros y lugares indicados para esta delicada búsqueda. Pero me callé, dispuesto a seguirle, y otro tanto hizo Hugo. (Continúa en la página 539) Cine-Mundial