Cine-mundial (1941-01-01T23:23:59Z)

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j ADIE se Tribúlez Luís Felipe, pues lo único que “in pártibus” explicaba que la señora de ridiculizase a su marido con razona—ya que no exculpa—el adulterio, es la vertical diferencia entre el burlador y el burlado, y Luís Felipe y el senor Tribúlez se parecían como un garbanzo al otro. La misma edad —ceuarenta años—la misma corpulencia, la Hasta en el metal de la voz y en el modo comedido misma noble mesura en los ademanes. de reir y de vestirse, se asemejaban. Y como eran amigos fraternales y por añadidura compañeros de profesión, sus ideas solían ser idénticas. A la igualdad física añadíase, pues, un maridaje espirítual tan asombroso que quien les viese juntos no vacilaría en creerles hermanos. Lo que dió margen a que los murmuradores dijesen: “Son tan parecidos que nadie sabría 2 Dn JO único que diferían era en su estado civil; Luís cuál de los dos es el engañado. . Felipe continuaba soltero. Recaredo Tribúlez adoraba la caza, no tenía otro vicio, y aprovechando el “fin de semana,” a última hora de la tarde subía al tren que le dejaba a medio kilómetro del coto, escenario de sus hazañas cinegéticas donde permanecía invariablemente hasta la mañana del lunes. Aquel sábado, según costumbre, Tribúlez se despidio de Dorotea con un “hasta luego” alusivo a la brevedad de su alejamiento—treinta y seis horas mal contadas—cogió su escopeta y se marchó. Minutos después, la silla que en el comedor el ausente dejaba ociosa, la ocupaba tranquilamente Luís Felipe. Los infieles cenaron con todo sosiego, pues sus relaciones, que empezaban a ser largas, revestían cierta apacibilidad conyugal. Trasladáronse luego a otra habitación, a oír la radio, mientras tomaban el cafe, y finalmente se retiraron a dormir, a tiempo que en el reloj del comedor sonaban las once. Reposaban ambos beatíficamente cuando Dorotea, que tenía el sueño ligerísimo, sintió abrir la puerta de la calle. —¡Recaredo!— pensó. Segura de no haberse equivocado, susurró al oído de su cómplice esta revelación patética: —Mi marido está ahí; levántate. Instantáneamente despabilado, Luís Felipe se incorporó: ¿Qué hago? —Escóndete detrás del mardos >. El a tientas recogió sus ropas—las que pudo— y desapareció, mientras ella, que acababa de improvisar una farsa, de pié sobre el lecho, dábase prisa en aflojar los bombillos de la lámpara suspendida en el comedio de la habitación. En aquel momento la puerta del dormitorio se abrió sin ruido, despacito, como si la mano que la impulsaba tuviese miedo. Dorotea gritó: —¿Quién ? ahí? A su voz gutural, estridente, de mujer miedosa, respondió suave, tranquilizadora, la vez de Tribúlez: —No te asustes, soy yo . —¿Estás enfermo? . ¿Qué te . ¡Dios mío, algo grave ha de ser! Salióse del lecho y—buena comedianta—abrazóse a su dueño y comenzó a palparle de pies a cabeza, como cerciorándose de que no venía herido. El repetía: —Tranquilízate, bobita. Nada desagradable me ha ocurrido. En llegando a donde iba me acordé de que mañana, domingo, tengo un negocio urgente que resolver aquí. Por eso he vuelto. ... . . ¿Dónde me meto? .. armario. No hagas ¿Quién es? .. . ¿Quién anda sucede ? Noviembre, 1941 POR UNOS PANTALONES Y, suspirando: —Sobre la devoción está la obligación . —Hay dias—comentó Dorotea—en que todo sale mal. Debe de haberse fundido un plomo y desde prima noche estamos sin luz. Tendrás que desnudarte a obscuras. 3 Así lo hizo Tribúlez y se acostó. Pasado un rato, en el preciso instante de quedarse dormido, un lamento de su esposa le devolvió la conciencia. Dió un respingo. —¿Qué es eso? .. . ¿Te duele algo? . Ella gimió: —Si, yo no quería decirte nada, pero no puedo aguantar el dolor. Tengo una punzada aquí .. . debajo de la paletilla izquierda . ¡ Ay! . . . Me parece que he cogido una pulmonia. .... Le tomó una mano y se la llevó a la parte indicada. ¿No está ahí la base del pulmón? —Exactamente. —Pues ahí es donde me duele . de mi alma! . . į Recaredo .. . Yo me muero, me ahogo ... Uds. de ginia' con Madeleine Carroll?—estaba por convertirse en astro de primera magnitud. Todos "Vir Sterling Hayden—¿se acuerdan los críticos le consideraban como una de las revelaciones del año. . . . De repente, ha declarado que se retira del cine; que no le gusta Hollywood y que prefiere seguir de marinero. ¡no puedo respirar! Tribúlez sintió que la frente se le cubría de sudor. ¡Si al menos—pensó—hubiera luz! ¿Quieres que busque un médico? ... No; vé a la botica y tráeme un sinapismo. El iba a argüir algo; ella le interrumpió diciendo: —Haz lo que te pido... te lo ruego. pronto . . . pronto . . . ¡Yo sabré resistir! Al tacto, el acongojado marido metió los pies en unos zapatos, se endosó las prendas más indispensables y desapareció. Dos minutos después, Luís Felipe escapaba también. Tribúlez llegó a la farmacia jadeando, dijo lo que necesitaba y, mientras le despachaban, se acercó a un espejo. Estaba despeinado, lívido . . . parecía un difunto. Súbitamente sus cejas se contrajeron. “Estos pantalones—murmuró—no son míos.”. . . Dejó de mirarlos en el cristal y pudo cerciorarse de que no estaba equivocado. “Estos pantalones son de Luís Felipe. Ayer, precisamente, los llevaba puestos. ¿Qué misterio hay aquí?”. .. Cuando regresó a su casa, Dorotea estaba tranquila; parecía aliviada. —A poco de marcharte tú-dijo-vino la luz. ¿No te pones el sinapismo? —Ahora no lo necesito; me siento mejor. ... Callaron y a poco se durmieron, o aparentaron dormirse. Transcurridos varios días, Dorotea, que no había vuelto a ver a su amante, comentaba con Tribúlez la ausencia de Luís Felipe. El, que veía en este repentino apartamiento la explicación del problema que le torturaba, replicó con aire distraído: —Estará enfermo. A la semana siguiente, Recaredo Tribúlez se resolvió a visitar a su amigo. —Suponiendo—le dijo—que no pensabas recoger este pantalón que, cierta noche, dejaste en mi casa, vengo a traértelo. Hablando así lo coloco delicamente en el respaldo de una silla. El interpelado replicó mordiéndose los labios. —Gracias. Lo había olvidado. ... A esta declaración que, por lo cínica, merecía una bofetada, sucedió un silencio. Evidentemente aquellos dos hombres se parecian mucho. Tribúlez prendió un cigarrillo y mirando a su interlocutor de hito en hito: —¿Tu te casarías con Dorotea? .... — ¿Piensas divorciarte?, silabeó Luís Felipe en el mismo tono. —Sí, muy pronto. —En tal caso, ten por seguro que la haré mi esposa. Con estas palabras terminó el drama. Página 533