Cine-mundial (1942)

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LACRIMAS DE COCODRILO Y ahora—exclamó el director de la pelicula—póngase usted a llorar como una Magdalena. La actriz, Joan Crawford, que acababa de reirse de un chiste que produjo uno de los técnicos del rodaje, cambió de expresión como el sol cuando se nubla, tornóse seria, profundamente grave, e hizo un “pucherito,” luego exhaló un suspiro y de sus párpados descendieron copiosas lágrimas. Lloraba que daba pena. Esto me aseguró una persona que presenció el rodaje de una de las escenas de la película “Reunión,” en que figura la veterana estrella. Lloraba hasta con hipos. Lágrimas a la orden, lágrimas a voluntad, lágrimas que brotan como a impulsos de un resorte. ¿No es esta cualidad de deshacerse en llanto una de las grandes virtudes de las verdaderas actrices de la escena y de la pantalla? Las injuria usted, las maltrata, las abomina y estas estrellas, que lo mismo que la Crawford puede ser Bette Davis, Norma Shearer o Betty Field, no resuellan, se mantienen incólumes. Ah, pero que el director de una película levante el dedo y exclame: “¡Lágrimas!” y ya la verá usted, cual una fuente interior que se hubiera abierto, derramar lágrimas a torrentes. Todo el mundo sabe que los camellos poseen la cualidad de acumular el alimento en las gibas, que para ellos viene a ser una especie de refrigeradora sin hielo, a fin de irlo ingiriendo en las largas jornadas del desierto. Las actrices de la pantalla, especializadas en lo dramático, son a modo de unos camellos lacrimógenos que utilizan sus reservas de llanto en las largas jornadas del rodaje. Gran facultad ésta de poder llorar a discreción. Produce pingúes dividendos en las artistas y en todas las mujeres. Unas lágrimas a tiempo representan, en ocasiones, la adquisición de un elegante abrigo de piel. Otras veces es un simple vestido el que se consigue con un lloriqueo oportuno. Muchas mujeres deben su matrimonio a unas lágrimas vertidas en propicia ocasión, ablandando el corazón de un célibe impenitente. ¡La de divorcios que se han evitado con el llanto y la de cuentas de ahorro que se han abierto poniendo como caudal inicial unas lagrimitas! En el cine, las lágrimas—de cocodrilo, es decir falsas—han pasado por tres etapas, que podría clasificar de la siguiente ma Noviembre, 1942 Por Aurelio Pego nera: época de la cebolla; época de la glicerina y época de la psicología. Y adviene una cuarta época, la de los gases, a la que también me referiré. Como se ve, este es un artículo documentado, producto de concienzuda meditación acerca del llanto en el cine, que si no me ha costado sus lágrimas no negaré que me ha costado sus sudores. Lo he escrito en el mes de agosto. En los años que duró el cine mudo, en Hollywood se utilizaba un promedio de una cesta diaria llena de cebollas para filmar aquellas escenas de Theda Bara o de Mary Pickford que convertían luego las salas de los cimes en capillas mortuorias a juzgar por las lágrimas que se derramaban. ¡ Aquella inolvidable Dorothy Gish que se asomaba invariablemente a la pantalla con unos lagrimones que nos trapasaban el alma, producto de jugosisimas cebollas! Las estrellas comenzaron a ganar mas dinero y con tal motivo se hicieron mas exigentes. La cebolla les irritaba los ojos y olía mal. Era denigrante para una primera figura de la pantalla que para llorar, en su labor artística, tuviera que colocarse a la altura de una cocinera. Fué por entonces que aparecieron, cabalgando en las narices de las estrellas, las primeras gafas ahumadas que luego habian de hacerse tan populares. Se colocaban las gafas negras para ocultar la irritación de los ojos, ocasionada por las cebollas. Años más tarde—jquién lo habia de decir!—las actrices cinematográficas, acuciadas por el deseo de mo engordar y de acumular vitaminas, se comian vorazmente, en ensalada, aquellas mismas cebollas u otras parecidas, tan despreciadas por sus antecesoras. No sabemos a quién se debe el descubrimiento de la glicerina como manantial de lágrimas artificiales. Fué, sim duda, el Cristóbal Colón del llanto cinematográfico. Llegado el momento culminante de la película, la madre afligida o la hija deshonrada, ponía una cara tristisima y el director daba la voz de “alto.” Se suspendia por unos momentos el rodaje y el técnico del maquillaje aparecía con un pincel y un frasco de glicerina y aplicaba unas gotas, sabiamente dispuestas, a la madre o a la hija de la película, reanudándose la filmación. Y sobre todo la hija, en su desconsuelo, se sorbía las lágrimas que aunque a los ojos de los espectadores eran lágrimas amargas, en realidad eran muy dulces. Asi se inició la segunda época del llanto cinematográfico y acaso hubiera continuado de no ser por Hitler. Si, lector, este mismo Hitler que ha tenido la culpa de tantos desastres en este mundo, ha sido indirectamente el causante de la desaparición de las lágrimas de glicerina. Hitler declara la guerra y todos los países comienzan a armarse hasta los dientes. Se procede, incluso en Estados Unidos, aprestados a la defensa, a la fabricación de explosivos en gran escala, y se hace necesaria la glicerina para fabricar mada menos que dinamita. Esta horrible circunstancia coincide con el furor que entra a los directores de dar la mayor verosimilitud a las escenas; y requieren de las estrellas que lloren de verdad. Y entra de este modo la fase del llanto psicológico. Las actrices tienen que acordarse, a una indicación del director, de sus seres más queridos, del lujoso automóvil que desean que sus maridos les compren y que éstos les han negado; se acuerdan de las rivales, y de las mil rabietas que han pasado en la vida, para producir las lágrimas a voluntad. Las verdaderas artistas, para lograr el llanto, se llegan a identificar de tal manera con el dramático personaje que interpretan que es como si se autosugestionasen; y durante el tiempo que dura el rodaje andan por Hollywood cual si estuvieran hipnotizadas. El marido de Claudette Colbert se encuentra con que su señora es, por razones de la película que esté filmando, una desventurada lavandera. La artista procura mantenerse, mientras dure el rodaje, en situación. Y el marido de la Colbert tiene que resignarse a perder a Claudette por tres semanas y apencar con una afligida lavandera por esposa. A esta categoría, las que se apropian el papel y desaparecen de la realidad para convertirse en el personaje que estén interpretando, pertenece Joan Crawford y Bette Davis. La primera requiere además, llegado el momento dramático, estar oyendo música sentimental. En el “set” ya se sabe. De estar trabajando la Crawford, en cuanto se ve que traen un fonógrafo portátil, es que la celebrada artista va a llorar perdidamente en una escena. El disco que más le conmueve es una canción que se titula: “Nadie, sino el corazón solitario.” Sólo escribir el título me ha hecho un nudo en la garganta. (Continúa en la página 536) Página 511