Cine-mundial (1942)

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DE HOLLYWOOD A BROADWAY Riosa Hermida en sus memorias (hasta la fecha sólo verbales) que, en su pais y en su juventud, vivía con otro periodista de combate. El cual emplazó en la azotea de la casa un cañón, que, para alarma del vecindario, disparaba cada vez que, a su juicio, “se había violado la Constitución de la República.” Yo, constitución propiamente dicha, no tengo más que la física, pero me he formulado ciertos preceptos que se suponen inviolables: no salir sin paraguas, etc. Y, cada vez que desobedezco algún mandamiento, en vez de cañonazo me disparo una copita de ron. En castigo, porque no me gusta. Todo lo anterior es prólogo y no cuenta. Uno de los artículos de mi Decálogo particular es no estar solo con dos rubias al mismo tiempo. De modo que cuando una de ellas me indujo a pasar un ratito de charla con June Preisser—otra rubia, aunque mucho más peligrosa—se imponía el ron. Y en efecto, de sabe Dios dónde apareció mágicamente una botella. La charla, propiamente, fué así: —¿En qué compañía de cine tiene usted contrato ahora, June? —En ninguna. He salido en varias cintas de M-G-M y ahora me llamaron a Broadway a figurar en una obra de teatro que se llama “Count Me In,” que tiene la particularidad de que se estrenó por primera vez en la Universidad Católica de Washington. Los alumnos la representaron. Ningún momento más oportuno para descorchar. —¿ Y usted de dónde es, June? —De Nueva Orleans, como Dorothy Lamour y las hermanas Boswell, pero no se me conoce ¿verdad ? Sí se le conoce. Tal vez por eso, su éxito más sonado en el cine fue “La Chica del Suéter,” una película que debe traer a todos mis correligionarios suspiros de nostalgia. En realidad, June Preisser apenas asoma a la vida. Se ha pasado ésta tratando de convencer a los empresarios de que es mayor de edad y ya se lucía en las tablas cuando otras muchachas sus contemporáneas estudiaban en la escuela primaria. —Te advierto, — interrumpe la otra rubia, —que June está en plena luna de miel. Sin perder tiempo en buscar vaso, tomé al ron por el pescuezo y le dí una tremenda embestida. Luego, interrogué mirando en derredor: —; Dónde está el marido? —En Los Angeles. Es un locutor de radio que se llama Dick Terry. Y su hermana, Cherry, se acaba de casar con David Página 516 Por Eduardo Guaitsel bailarinas más norteamericana a una de los escena June Preisser, famosas de la pesar de su corta edad. Esta es una escena de "Armonias de Juventud,” película de M-G-M en la que apareció con Mickey Rooney. Hopkins, hijo de uno de los funcionarios más prominentes de la Administración de este pais... . —¿Sabe usted quién sale en la obra que vamos a estrenar en Broadway—me pregunta June, y ella misma se contesta. —Pues Charles Butterworth. Tan simpático ¿no? Hace de mi papá y de papá de multitud de supuestos hermanos y hermanas mías, como lo exige el argumento. —¿ Y qué prefiere usted? ¿Teatro o cine ? —Prefiero bailar, —dijo. Y sin más ni más se puso a hacer por la habitación una serie de suertes coreográficas que más parecían volatines y saltos mortales que otra cosa. Entonces fué cuando, con toda solemnidad, la rubia Número Dos me explicó: — ‘Estás en presencia, por si no lo sabías, de una de las dos mejores bailarinas acrobáticas que haya en los Estados Unidos. Estaba yo en presencia de una muñequita de corta estatura pero perfectamente formada, con aire de bebé y unas pantorrillas que disimulan admirablemente la elasticidad de sus músculos. Y como había tenido un espectáculo y una dosis de alcohol en menos de media hora y para mí solito, me despedi. En el cielo, se me antejaba ver rizos de oro que giraban vertiginosamente. . . . Pero faltaba un epílogo que las Circunstancias, unas señoras para mi siempre desfavorables, se encargaron de suministrar. Para usar el teléfono, me metí en la cantina más próxima. . . . Y ahí estaba Aniceto Capabús escandalizando el local, lanzando sollozos como bramidos de becerro y asegurando a la concurrencia, bajo su palabra de honor, que era el hombre más desgraciado del universo. Antes de que pudiera yo escapar, se asió a las solapas de mi chaqueta, a tiempo que gritaba desaforadamente: —j Tú eres mi paño de lágrimas! eres el báculo de mi vejez! Con lo que la cantina entera se hizo eco de insolentes carcajadas. Hubo que arrinconar a Capabús en un reservado de esos donde el cliente, por sentado, estorba menos y gasta más. Y ahí me enteré de la versión veinticincoava de por qué Capabús se ha dedicado a la botella. Aquí cabe un paréntesis (¿por qué no ha de caber si son tan flaquitos los paréntesis?). Aniceto Capabús tiene, entre los devotos de Baco, un nicho especial, porque consta que en una aldea campestre a donde llegaban los aires puros de la ladera, el susurro de las arboledas y el mugir de las vacas . . . pero no podía llegar ni una mísera botella de coñac, él, Aniceto, se puso una de las borracheras más escandalosas de su alcoholizada existencia. Los vecinos de aquellos parajes, interesados en un fenómeno químico de tamañas proporciones, averiguaron, tras innumerables pesquisas, que Aniceto se había embriagado bebiéndose, íntegro, un barrilete de vinagre. Aquí se cierra el paréntesis. —Una mujer tuvo la culpa de todo,— me explicó, derramando unos lagrimones que olían a ginebra.—Se llamaba Josefa, pero le decían cariñosamente “Bibiche.” ¡ Ay, Bibiche de mis infortunios! Para darse valor, Aniceto se bebió su copa y la mía. Y prosiguió: —Tuve que expatriarme, como sabes, pero mi amor y mi fidelidad no tenían lími ¡Tú tes. Durante años, escribí a Bibiche diariamente. ¡Todos los días! Lunes, martes, miércoles. .. . —Si, todos los dias. ¿Y qué pasó? —Que Bibiche se casó con el cartero. Y, abrumado por su propia tragedia, Capabús se quedó dormido sobre la mesa. Cine-Mundial | | i | | | | l |