Cine-mundial (1942)

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A CUETTOS novios como muchos otros novios de los Estados Unidos gozaban de estrecharse las manos. Se las estrechaban en los autobuses que recorrían la ciudad. Se las estrechaban en la calle, detenidos ante las vidrieras de los establecimientos. Sobre todo se las estrechaban muy apretadamente en el cine del barrio donde ella vivía y al que solían concurrir miércoles y sábados. Martha Rigolate y Jack Smith eran unos novios como otros muchísimos de la gran ciudad. Martha era rubia como otras muchísimas de la gran ciudad y Jack era membrudo, de pelo castaño y barbilampiño como otros muchos en la gran ciudad. Se querían sin arrebatos. No había en sus relaciones ni escenas apasionadas ni trifulcas violentas. Un amor a la sajona, sensato y práctico. Ella era dependienta en un bazar y él capataz en un taller de molduras. Los dos mascaban chicle. Pensaban casarse en junio, el mes tradicional de los himeneos en Estados Unidos. Ocurrió lo de Pearl Harbor y el país entró en la guerra. Cuatro meses después Jack Smith servía a su patria como tripulante de un submarino. Al despedirse de Martha, Jack le prometió que se casaría con ella inmediatamente que lo licenciaran, al concluir la guerra. Si por desgracia perecía en ella, que no le guardase luto y procurara casarse pronto con otro. Así el disgusto se atenuaría. Quedábamos en que se profesaban un amor a la sajona, sensato y práctico. Martha derramó dos lágrimas, le dió dos besos a su novio y prometió solemnemente que le esperaría. Pensó que le sería muy difícil ir al cine sin tener entre las suyas las manos de su prometido. Pero esto no se lo dijo. El primer mes de ausencia de Jack, se tradujo para la movia desconsolada en un furioso deseo de escribir. Se pasaba hasta las tantas de la noche redactando largas epístolas a su novio. Le contaba todo lo que hacía a diario y como no hacía nada de particular una carta se parecía tanto a otra que se pudiera creer que era copia de Página 560 ¡LO VI EN EL CIN Por Antón de Valladolid En todas las misivas había la anterior. Q (KS ” a varios “te echo mucho de menos” y terminaban con dos renglones de diminutas aspitas, forma gráfica con que se expresa el beso por correspondencia en los Estados Unidos. El marino escribía con poca frecuencia y muy brevemente. Tenia mucho que decir, pero las ordenanzas navales se lo impedían. Ni siquiera le era permitido informar a Martha de dónde se hallaba, y, de una manera indirecta, vino a decirle que navegaba en un submarino. La novia, por entretenerse, a veces tomaba un mapa que había publicado la edición dominical de uno de los diarios y se decía señalando con el índice diversos lugares del globo: “¿Estará aquí Jack? ¿Quizá aquí? ¿Piensa en mí como yo pienso en él”? Leia con avidez las noticias de los periódicos que referían encuentros navales. Eso y las historietas cómicas era lo único que le interesaba de los diarios. Salía con algunas amigas Martha y con su mamá los tres primeros meses de ausencia del novio. Luego redujo la correspondencia a una carta semanal y no vaciló en salir con algunos amigos, advirtiéndoles de antemano que ella seguía comprometida con Jack. Esto no impedía para que bailase con alguno de ellos de lo lindo. Una noche Martha y su mamá, una señora adiposa siempre con apetito, fueron al cine. Una de las películas se titulaba “El submarino perdido.” La cinta era documental en parte y producto de Hollywood el resto. El argumento, bastante enredado, refería las maniobras del espionaje japonés combinándolo con una aventura de amor de la que era víctima el capitán de un submarino yanqui. En unas escenas de gran intensidad dramática éste era torpedeado, pero luego los “villanos” del film morían víctimas de un bombardeo aéreo. La escena en la que el submarino es torpedeado y se anegan de agua sus compartimientos y la tripulación va pereciendo angustiosamente mientras el agua asciende pulgada a pulgada, tenía a los espectadores con el corazón en un puño. Martha hizo observar a su madre que uno de los tripu lantes del submarino se parecía mucho a Jack. La madre, al oído, la disuadió. Aquellos eran “extras” de Hollywood. La hija arguyó, igualmente en voz baja, que a veces las películas las toman de la realidad. De los tripulantes había apenas unas escenas rapidisimas. —j Ese es Jack, mama!—dijo exaltada y en voz alta Martha a su progenitora cuando el rostro del marino se proyecto, brevisimamente, en un segundo término, en la pantalla. —Si, se le parece a ser, hija? Retumbo un segundo torpedo y la camara de maquinas del submarino hizo explosion. Por un segundo vióse en la pantalla al marinero que se parecia a Jack echarse las manos al vientre, reflejar en su rostro un gesto de suprema agonía y caer encorvado en el agua que le llegaba a las rodillas. Martha dió un grito. Se produjo un gran revuelo entre los concurrentes y se suspendió la proyección del horripilante film. Siete espectadores surgieron con sendos vasos de agua para asistir a Martha. ¿Pero cómo va Al día siguiente Martha no fué al trabajo. Se encontraba verdaderamente enferma y confesó a su madre que tenía el presentimiento de que a Jack le había ocurrido una desgracia. La madre de la joven no argúía con demasiada convicción la teoría de su hija, porque en el fondo de su corazón también ella estaba asustada. Con todo, la mamá no perdió el apetito, pero la hija sí. Dos semanas después los periódicos anunciaron que en el Pacífico se había ido a pique un submarino, torpedeado por el enemigo. Deciase que no se había salvado nadie. Martha volvió a lanzar otro grito, esta vez en casa, al leer la noticia. La madre, con el disgusto no cenó aquella noche, lo que indica lo mucho que le afectara la mala nueva. Al otro día, pálida e intranquila, Martha se dirigió a casa de la hermana de Jack con quien éste vivía antes de su ingreso en la (Continúa en la página 580) Cine-Mundial