Cine-mundial (1943)

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infidelidad H. muchas situaciones y maneras de ser infiel. Cristo lo sabía. No nos referimos a su videncia de la última cena, donde anunció que sería negado tres veces, ni al momento ratificador en que Pedro, efectivamente, lo negó otras tantas. Еп el caso de la señora Lonigan, debemos recordar cómo Jesús desarmó a los que pretendían lapidar a la mujer adúltera. Los perseguidores soltaron su piedra porque ninguno se encontraba limpio de pecado. La señora Lonigan acaso no pensaba en estas cosas cuando se dispuso a contarnos la historia de su infidelidad. Se trataba simplemente de contar una historia y además ella era franca por naturaleza, como ocurre con la gente del Oeste. Raza de pioneros, también transita con naturalidad por la selva de los sentimientos. Esto ocurría en un tiempo en que la guerra no había llegado aún y quien poseyera un vehículo podía echarlo a correr sin preocuparse del racionamiento de gasolina y el desgaste de llantas. Nuestra felicidad tenía que ver, muchas veces, con las millas de recorrido. . . . Y fué así como llegamos, en un auto que la misma sefiora Lonigan conducía, a unas escarpadas montañas del estado de Wyoming. El cielo estaba nítido y esplendía un sol tibio sobre los picachos de rocas blanquecinas y azulencas y los pinares verdinegros. Almorzamos sólidas viandas en las que se mezclaba la grata y áspera fragancia del bosque. Y bebimos agua de un arroyo cercano, que cumplía con naturalidad su virgiliano papel de transparencia y murmullo, y vino de una ventruda garrafa que emigró hasta allí desde California. Entonces el profesor norteamericano Ben cantó con simpático entusiasmo algunas canciones que había aprendido durante su último viaje a México, el arqueólogo brasileño Guimaraes se trepó a un árbol y el novelista peruano Alvarez relató las dificultades que tuvo en cierta ocasión para obtener fuego en medio de la selva virgen. Cuando la señora Lonigan anunció que iba a contar la historia de su infidelidad, produjo un ambiente de espectación, e inclusive el arqueólogo, llamado por su esposa, se bajó del árbol para formar parte del círculo de oyentes. —A través de mi infidelidad,—comenzó diciendo la señora Lonigan,—quedé convencida de que la mujer es un ser fiel. . . . —Una excelente paradoja,—acotó el novelista. —Su experiencia personal probaría, a lo más, que usted es una mujer fiel, —adujo otro de los circunstantes. —No es cuestión de discutirlo,—replicó ella; —es cuestión de vivir primero el amor y después la infidelidad, intensamente, tal como yo los he vivido. . La señora Lonigan suspiró. Contaría, si es que los contaba, unos sesenta años. Reflejabalos en su cabellera encanecida, pero mucho menos en su porte y casi nada en su corazón. Tenía un claro entusiasmo juvenil, alegremente deportivo y optimista. Se interesaba por todo, miraba las cosas con bondad, sonreía a menudo y era lo que se llama una persona simpática. —Cuando me casé con Robert, —continuó diciendo la señora Lonigan,—le juré amor eterno y serle fiel hasta con el pensamiento. Pero Página 104 Por Ciro Alegría Ciro Alegría, el autor de este cuento, ganó el concurso latinoamericano de novela con “El Mundo es Ancho y Ajeno.” De este libro hay tres ediciones en inglés (dos en Nueva York y la otra en Londres), una en sueco, otra en portugués y cinco en español. Farrar & Rinehart, los editores neoyorquinos de esta obra, publicarán en breve la primera novela de Alegría, titulada “La Serpiente de Oro, con el nombre de “The Gilded Serpent.’ Es raro que Hollywood no se haya lanzado todavia a filmar “El Mundo es Ancho y Ajeno,’ que es algo de palpitante actualidad, y, ademds, un magnifico asunto de pelicula. pasaron dos o tres años . . . sí, tres, pues recuerdo que en ese tiempo ya viviamos en San Antonio . . . y debo reconocer que falté a mi promesa. Ез el caso que Robert tenía un amigo llamado Chas y este era un bribón gallardo. No sabría decir si fué él o. yo quien dió lugar a que nuestra amistad fuera un “poco demasiado” cordial. Еп estos casos, es difícil fijar exactamente la responsabilidad. Lo cierto es que simpatizamos mucho y como él iba siempre a casa y Robert mo se daba cuenta de nada, quien sabe porque tenía buena memoria y no había olvidado mi promesa, la cosa fué creciendo. Llegó un tiempo en que mi marido se alejó de la casa y Chas estaba en cierto balneario. Entonces resolví escribirle. No había ninguna razón especial para que yo le escribiera y la inventé. Le dije, de primera in Instantánea tomada la noche en que se transmitió a la América Latina el programa de "La Marcha del Tiempo" relacionado con la gran película de Artistas Unidos "Hidalgos del Mar," que lleva más de un mes en el cartel a teatro lleno en Nueva York. De izquierda a derecha, Louis van Rooten, el narrador; y Ramón Novar, que interpretó el papel central—el del Capitán Kinross del cazatorpederos "Torrin." AI fondo se ve la cara de Frank Carbajal, que encarnó con sorprendente acierto la personalidad de Winston Churchill. tención, que me hiciera el favor de visitar en mi nombre a una amiga que yo tenía en el lugar. En seguida me dí a hacerle confesiones de cierto tono. Creía que Chas, que no era ningün tonto, se daría cuenta inmediatamente de que mi carta era una especie de declaración. . . Pero también escribí a Robert y desde luego que sin decirle nada de la otra carta. . . . —Escribir varias cartas al mismo tiempo es algo típico en estos casos,—comentó el arqueólogo brasileño echando su cuarto de espadas en asuntos de amor. —Lo que fuera,—replicó la señora Lonigan, y prosiguió: —Metí las cartas en los sobres y me dirigí al correo. . . . Sin darme cuenta, había cambiado los sobres y estaba mandando a Robert la carta para Chas y al contrario. Compré en la oficina de correos las estampillas, se las puse a cada sobre y ya los iba a arrojar al buzón, cuando me asaltó la súbita duda de si acaso había cerrado las cartas equivocadamente. Abrí entonces los sobres y ví con horror que así era. Me asusté tanto que по atiné a hacer otra cosa que romper inmediatamente los sobres y las cartas, tal como si Robert me hubiera sorprendido en ese momento. Quería borrar, un poco instintivamente, todo vestigio, la más insignificante prueba de culpabilidad. Arrojé las cartas a un canasto que había en un rincón y aún recuerdo la cara especial que pusieron las gentes ante mi extraña conducta.. No era para menos. Ellas no vieron sino que una señora estaba por echar sus cartas al buzón y luego se arrepentía procediendo a abrirlas y, hecho esto, después de darles un rápido vistazo, las hacía añicos precipitadamente. De vuelta a casa, recuperé la serenidad y me puse a analizar las cosas. Encontré que ya no quería a Robert en la misma forma que antes, puesto que dejó de parecerme el hombre más encantador del mundo y me había interesado Chas. Pero consideré al mismo tiempo que le profesaba un gran respeto y una gran estimación y ello estaba probado por la intensa emoción, el miedo, el sobrecogimiento que me produjo la posibilidad de ser descubierta. De no considerar y apreciar a Robert, tal posibilidad no me habría conmovido tanto. Examiné también a Chas y encontré que ese encantador pícaro jamás podría haberme despertado la reverencia que Robert. Ya no traté de escribir ninguna carta. Y desde ese tiempo quise a Robert con seguridad y firmeza, pues el episodio me sirvió para valorizarlo. . . . Además, quedé convencida de que la mujer es un ser fiel, o de que cuando menos yo lo soy, ya que, por encima de todo, sentí una gran incomodidad ante mi misma, una especial vergüenza por lo que había hecho. Tal estado de ánimo se me quitó solamente cuando Robert volvió a casa y sentí como que me perdonada su tranquila seguridad de hombre confiado. . . . La señora Lonigan terminó diciendo: —Esta es la historia de mi infidelidad, pues fuí una vez infiel con el pensamiento. Lo importante es detenerse allí y yo lo hice. Esto es lo honesto y lo necesario. Porque, por lo demás, ¿quien es el que puede afirmar que no ha tenido nunca algún mal pensamiento de esta clase? Nadie dijo que no. Cine-Mundial