Cine-mundial (1943)

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LA MARIHUANA Y EL DOCTOR Por A. P. Canido Ex el Harlem, en Nueva York, unos individuos de aspecto patibulario que hacen su horrendo negocio en las trastiendas, le venden a uno cigarrillos de marihuana. Producen sopor, indolencia, visiones fantásticas y placenteras. Luego, si se persiste en el vicio, lo van a uno demacrando, transparentando, prestándole una palidez marmórea; y se entrega uno a largos períodos depresivos que le roban el ánimo. El yicio está perseguido y los que lo explotan, “también. Pero la marihuana viene a ser el estupefaciente de los pobres, y éstos son quienes, con toda probabilidad, necesitan alejarse más que nadie de la realidad. Ante la ciencia, ¿cuáles son los efectos de la marihuana, la planta de efectos narcóticos? Página 138 Un doctor hizo la prueba. Quería contribuir de un modo personal al estudio de uno de los vicios sociales. Acompafiemos al doctor en su experimento. Es un psiquiatra y se llama Samuel Allentuck. Una píldora y un bloque de notas El médico ingiere las píldoras de marihuana, preparadas por él mismo, a las 5 y 20 de la tarde. Poco después toma el tren y en el trayecto, en un espejo de mano, no hace otra cosa que mirarse y hacer gestos. Con un bloque de motas en la mano y un lápiz, va apuntando la reacción que experimenta. Ahora escribe: “Me acabo de reír de muy buena gana y me siento con ganas de reír de nuevo.” Pasan los minutos y sigue observándose. Apunta en su bloques: “Me siento como atontado, estúpido, y como si me estuviera disgregando de mí mismo. Tengo hambre.” A las 7 y 20 los labios se le habían resecado. Minutos después se dirigió a uno de los reservados del tren y se puso a reír a carcajadas de sí mismo ante el espejo. Comenzó a dudar, naturalmente, de la normalidad de la reacción. La marihuana no puede tener la propiedad de hacer reír a las gentes que la ingieren. Veinte minutos después, no se sentía alegre en lo más mínimo y el estado jubiloso se había trocado, según dejó transcrito en su libro de notas, por uno de sufrimiento inaguantable. El doctor Allentuck se sentía mal, verdaderamente mal. Ahora no comprendía cómo pudiera existir gente que se habituase a la marihuana, pensando en el horror de estos momentos. A las 8 y cinco experimentaba la sensación de que era idiota. El médico estaba avergonzado de sí mismo, y los labios se le habían resecado tanto como si estuviera sufriendo una fiebre intensa. Escribió en su bloque, con letra bastante irregular: “Siento sed, una sed atormentadora, y, aunque parezca extraño, tengo hambre. Bien quisiera que acabara de una vez de sentir los efectos de la droga. Amengua mi sufrimiento interior y me he puesto a pensar en los platos de deliciosa condimentación que me comería.” Al cuarto de hora de haber escrito lo anterior, le parecía que la marihuana iba ya perdiendo sus efectos. Sin embargo, no cesaban por completo y se sentía inquieto y desalentado. En sus notas apuntó la frase “me siento mal.” Pero ello no impedía que continuara experimentando hambre. Hasta las 8 y media fué pasando alternativamente del regocijo a la depresión, como si dentro de sí llevara a dos personas distintas, una alegre y otra triste. Estos accesos aumentaban o disminuían de un modo irregular. El doctor Allentuck no pudo resistir más y poco después de las 8 y media se hacía servir na cena opípara y devoraba de muy buena gana un enorme bisté. Hasta se tomó la ensalada y las aceitunas que le sirvieron de entremés, y eso que ordinariamente no las probaba. De postre se tomó diez galleticas con un trozo de queso, un postre que al médico le pareció de proporciones gigantescas. Al comenzar la digestión se fueron eliminando los síntomas de la droga. Apenas si era un mal recuerdo. A las 10 de la noche, cinco horas después de haberse tomado las píldoras nocivas, se encontraba perfectamente normal. No es un aperitivo Del bloque de notas, borrosas algunas, que dejó como resultado de su experimento, único en su clase, el Dr. Samuel Allentuck, pudiera derivarse un error fundamental. No hay que sospechar por lo que queda narrado que la marihuana es una especie de aperitivo, y que, administrada en dosis mas moderadas que las que las que se tomó el experimentador, se convierte en un admirable aperitivo en pildoras. Antes y después del ensayo humano del citado doctor, la marihuana sigue siendo un estupefaciente. Continúa sirviendo de modesto paraiso artificial con consecuencias, que de prolongarse el vicio, pueden ser fatales. Clínica y socialmente, ¿qué frutos se han derivado de la experiencia del ilustre psiquiatra? Reivindicación de la marihuana Clínicamente la marihuana, tras los experimentos—porque el que hemos narrado es uno y se han verificado otros—a que se la ha sometido, o por mejor decir se ha sometido a los que la han ingerido, queda reivindicada. Tan reivindicada como la cafeína o la morfina. О sea que en las manos del facultativo, de estupefaciente se transforma en una droga de valor terapéutico. El Dr. Allentuck lo ha dicho en estas palabras: “Como quiera que la principal manifestación de la marihuana es el provocar un estado de euforia que hace sentirse en buen espíritu al paciente, cabe la posibilidad, cuidando de la dosis y vigilando los efectos, de ser utilizada en aquellos individuos que por una razón u otra sufren de depresión mental.” En otras palabras, que la marihuana se convierte en estimulante. 77 eufóricos Entre las pruebas que se llevaron a efecto para probar el valor estimulante de la marihuana, una de ellas fué el administrarla, en dosis moderadas, a 77 reclusos de la cárcel de Welfare Island de Nueva York. Se pensó psicológicamente con acierto que nadie puede sentirse tan deprimido como el que, gozando de buena salud, está clausurado tras las rejas de una penitenciaría. бе les fué dividiendo en grupos y se procedió al ensayo. Pocos momentos después de administrada la droga, imperaba entre los penitenciarios un perfectado estado de euforia. Al decir del informe médico, se encontraban tan felices como si de repente los hubieran puesto en libertad. Probablemente más, porque carecían del problema de un destino incierto y una afrenta pública. Quedaba así, una vez más, probado el valor estimulante de la marihuana. Aún sirve para más El Dr. Roger Adams, que ha trabajado en estrecha colaboración con el Dr. Allentuck, ha presentado un informe médico en que se detallan todas las posibilidades terapéuticas de la marihuana. El Dr. Adams es probablemente uno de los hombres de ciencia que mejor conoce la tóxica droga. La ha sintetizado, facilitando la administración de la misma en los pacientes. Al presente, continúa sus estudios, pues está convencido, como el Dr. Allentuck, de que la marihuana pudiera ser valiosa en el tratamiento del alcoholismo, en las víctimas de los estupefacientes y en ciertos trastornos mentales. En una reciente conferencia que el Dr. Adams pronunció ante un numeroso grupo de colegas | suyos en Nueva York, su teoría y sus experi| mentos, como los del Dr. Allentuck, interesaron grandemente. Al parecer, la mayoría de los doctores no había tomado en serio la marihuana. En Nueva York, aparte de los médicos citados, | no toman en serio la marihuana más que en | el Harlem, el barrio más depresivo de toda la | ciudad. Allí unos la buscan para olvidar, en| viciarse y envilecerse, y otros—los detectives— | para castigar, recoger honores y ascensos. Que | asi es la vida y lo que es malo para unos es | bueno para otros. Cine-Mundial i