Cine-mundial (1944)

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El Ultimo CONQUISTADOR de America Por Ye D E niños, en mi pueblo, soliamos jugar bajo los pórticos de una casa señorial, sin duda alguna la más antigua de las que rodeaban la viejísima Plaza Mayor. Era un vetusto caserón de recia piedra enmohecida, con fuertes pilastras en la fachada, y un enorme portal. Encima de la arqueada puerta habia un escudo de armas, cuyos relieves mostraban los heráldicos blasones de la noble familia. Lo que había detrás de las gruesas paredes de la casa, fué siempre para nosotros un misterio. Sin embargo, un día la labrada puerta del vetusto caserón se abrió, y apareció un vejete. Era el guardián de la casa; quién sabe si algún pariente pobre, último descendiente de la linajuda familia. El anciano nos miró con ojos soñadores y nos dijo: — Sabéis qué casa es ésta ? Medio asustados, le contestamos: —Pues, casa Portola. —¿ Y no sabéis quién era Don Gaspar de Portola? Mientras dudosos nos mirabamos unos a otros, el viejo guardian continuó: —Fué nada menos que “el último conquistador de América.” Don Gaspar de Portolá, ilustre varón de esta noble casa... —. Y el buen hombre nos contó una historia que, en aquel entonces, me pareció a mí el relato de un alucinado. Al correr de los años y venir yo a América, maturalmente, como todos los emigrados peninsulares, me enteré por primera vez en detalle de las gestas heróicas y también de las brutalidades cometidas por los conquistadores españoles. (Y aquí quiero hacer notar que, a pesar de toda la hispanidad presente o pretérita, en España, incluso en estudios superiores, nunca le hablan a uno mi siquiera de la existencia de América.) Fué entonces, pues, que tropecé de nuevo con el nombre de Don Gaspar de Portolá. Y en efecto, ese paisano mio, nacido en 1723, en Balaguer (Lérida), último varón de una familia noble de mi propio pueblo, hijo de la casa señorial bajo cuyos pórticos jugué durante mi infancia, fué el descubridor y conquistador de la Nueva California, Página 176 Carner-Ribalta y, por lo tanto, el ultimo conquistador de América. Aparte de estos detalles sentimentales, que tienen para mi un interés personal, es curioso observar que el descubrimiento de California (lo que es hoy parte de los EE. UU.) sea el hecho histórico menos conocido de toda la conquista de América. De California se conoce generalmente la obra de las Misiones, que los cronistas re ligiosos, con la nonez de las cosas clericales, han divulgado hasta el cansancio. Pero de la conquista del fabuloso país californiano, el lector corriente ignora muchísimas cosas de interés popular, de aspecto pintoresco y de vistoso colorido. Por ejemplo: pocos tienen idea de que hace apenas poco más de cien años, California, y todo el oeste de la América septentrional, era considerado una serie de islas. En 1768, el geógrafo Stachling aun afirmaba que Alaska y la misma California eran islas, acaeciendo pues en Gaspar de Portola la función de revelar al mundo los secretos del misterioso Norte, al efectuar en 1769 su marcha, por tierra, por las vírgenes regiones californianas. El propio nombre de California está asociado con la leyenda y la fantasía. En realidad, California es el nombre de un país imaginario citado em la novela española “Las Sergas de Esplandian” (1510), descrito como una especie de paraíso terrenal. Los compañeros de Portolá que participaron en la expedición, llevando en sus alforjas semillas y planteles de diversas clases, poco podían imaginar que, en nuestros días, aquellas áridas tierras iban a convertirse en un verdadero Edén, en una vega de prodigiosos frutos, transformándose casi en el fabuloso país descrito en la vieja novela. Tampoco podían sospechar que la novelera existencia de los celebrados “‘cow-boys,” con sus briosos potros y su embravecido ganado, se debería a los caballos y reses que, (Continúa en la página 191) Escena típica de los últimos tiempos de la conquista de América, tomada de una estampa de la época. Cine-Mundial