Cine-mundial (1944)

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(Viene en la página 176) durante la expedición de Portolá, introdujeron ellos por primera vez en el “FarWest.” Otro aspecto interesante de la curiosa conquista de California es que esa tierra, la última conquistada por España en América, es la única en que no se mató a indígena alguno, dándose el caso insólito de que su conquistador no tuvo ni siquiera que desenvainar la espada. Y si la conquista se hizo, como en el resto de América, en nombre de la Cruz, le cupo a California la suerte de tener por misioneros, no a frailuchos fanáticos, sino a los humildes miembros de la Orden franciscana, dignos discípulos del | pobre de Asís. Hablando de estos humanísimos misioneros, que tan acertadamente guió el célebre || Fray Junipero Serra, quizá lo único que se les puede achacar es que en la toponimia | de California, al bautizar los lugares explorados y descubiertos, esos celosos cristianos agotaron todos los santos del calendario. Por cierto, que esta cuestión motivó | continuos conflictos entre frailes y soldados. Entre las tropas de la expedición, Portola llevaba un buen número de infantes de las llamadas Compañías de voluntarios | catalanes, gente anticlerical por tradición. Abril, 1944 A cada nombre de santo que los devotos padres intentaban imponer, salía la soldadesca hereje con otro nombre si no profano por lo menos laico. Por ejemplo, la cañada que los padres bautizaran con el nombre de San Luis, los soldados la llamaban “de la Gaviota,” o la cuesta que los religiosos llamaban de Santa Clara, los seglares la bautizaban “cuesta de Bilarín,” y así sucesivamente. ¡ Y suerte que los padres se quedaron luego en California velando por los intereses del cielo! De otro modo, es muy probable que en la toponimia actual de California habría mombres capaces de hacer ruborizar a un sargento. Pero no fué éste solo el problema que los pacientes franciscanos tuvieron con los soldados en la California del norte. En el fervor espiritual, los padres vivían con los ojos puestos en el cielo y su único afán era proseguir en la conversión de los infieles indigenas. Por supuesto, eso les hacía olvidar las leyes biológicas que van unidas a toda idea de colonización de cualquier país, o sea la natural reproducción de las especies. De esta función instintiva, naturalmente, se encargaban los humanos soldados, quienes, desprovistos de todo escrúpulo de raza o de color, catequizaban las inditas en prácticas mucho menos celestiales. Y de ahí los tremendos conflictos... y también el progresivo aumento de población en la nueva colonia. En el aspecto material y práctico, sin embargo, los padres misioneros realizaron una labor digna de todo encomio, no sólo en el impulso dado a la agricultura y al cultivo de nuevos árboles y plantas, sino en la creación de una arquitectura que se ha convertido en algo autóctono de la Nueva California. Por cierto que, a propósito del estilo arquitectónico de las misiones californianas, muchos autores, llevados de su fantasía, se han empeñado en hallar en el mismo influencias aztecas e incluso parentesco con la arquitectura árabe de la Alhambra de Granada. En realidad, los compañeros del padre Serra, en su gran mayoría mallorquines, no hicieron más que reproducir, simplificandolas, las líneas de la arquitectura románica de las iglesias de Mallorca, que tan familiares les eran. De hecho, en muchas de las misiones a lo largo del famoso Camino Real de California (o sea la ruta seguida por Portola), se halla reproducido, casi fielmente, el campanario de la iglesia parroquial de Manacor (Mallorca), que la mayoría de los padres habían admirado de niños. Pero lo más curioso de la conquista de California es la tardía fecha en que se llevó a cabo, verbigracia: cuando en el este de los Estados Unidos ya se estaba iniciando el movimiento revolucionario para deshacerse del yugo de Inglaterra. Esto nos pone ante algo que hoy parece una incongruencia, o sea que, en 1776, cuando los EE. UU. proclamaron la independencia nacional, California apenas acababa de pasar a manos de un rey. Pero del mismo modo que Gaspar de Portolá no tuvo ni siquiera que desenvainar su espada para conquistar191 Página