Cine-mundial (1944)

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PRUEBE ESTA NUEVA MANERA DE DAR ENCANTO A SU SONRISA «+ ALAN LADD Estrella de la Paramount nunca. * HARA BRILLAR SUS DIENTES COMO ESTRELLAS * ¥ i NOS Pero esta super suavidad, que jamás daña el esmalte, va aparejada, científicamente, con una extraordinaria cualidad. Ésta hace destacar el resplandor natural de los dientes ... dando a la sonrisa nítida belleza. Dé a su dentadura la prueba del CALOX esta noche. ¡Quedará agradecido! £Ric x= A quisiciones,” aduciendo frente a las autoridades de su propio club, que su palabra empeñada le impedía revelar, aún a ellos, el nombre de los que recibirían las “donaciones”... ; TAN GENEROSO como eficaz fué el aporte de los artistas frente a la gran catástrofe que enluta al pais. Era de verse y aplaudirse a las figuras mas cotizadas de la pantalla, el teatro y la radio, solicitando su óbolo al transeúnte de las calles céntricas, simbólicamente escoltadas por un soldado y un marino; con su derroche de gracia y belleza ellas, de ingenio y simpatía los otros, los bolsillos se volcaban en la boca de las alcancias; la generosidad popular por las víctimas del sismo de San Juan, la lejana y tradicional provincia argentina, halló su culminación en el gran festival de beneficio que se realizó en el estadio del Luna Park, y que agrupó a cuanto tienen de representativo los círculos artísticos. Nueva York no es Ciudad Hostil (Viene en la página 174) Broadway, desconocedor del castellano, pretendiese ser la “estrella” de nuestros teatros o de nuestros estudios cinematográficos. Y esa audacia que terminaría fatalmente en un merecido desengaño, nos causaria risa. Con frecuencia hablamos con muchos de nuestros artistas que se quejan de la incomprensión de este público para estimar sus facultades teatrales o cinematográficas, avaloradas por una historia de triunfos en las tierras del Sur; y en muchas ocasiones, en las horas de desconsuelo, repiten como un sonsonete a quien quiere oírles que “Nueva York es una ciudad hostil.” Abril, 1944 Su opinión es injustificada, ya que Nueva York es una de las ciudades más acogedoras del mundo. Es una ciudad donde se da la extraña paradoja de que en ella vivan y trabajen muchos millares de personas que no conocen ni una palabra de la lengua de Shakespeare. Aquí encontramos mujeres españolas sentadas a las puertas de sus casas de Cherry Street—la Galicia neoyorquina—que llevan residiendo casi veinte años en la ciudad sin haberse familiarizado con el idioma inglés. Por el Broadway artístico, a través del Village, o en las alturas de Harlem, paseó hace algún tiempo su voluminosa humanidad el “Panzón Soto,” que no vino como actor simo como productor, y a quien le bastó su sonrisa de socarrón para hacerse entender. Era un espectáculo gratuito ver a Soto pedir su sencillo menú en uno de esos restauranes donde despachan la comida como si fuera una receta de urgencia. Era tanta su popularidad, que su desconocimiento de la lengua le valió el calificativo amistoso de “Mister Ham and Eggs”—único plato que sabía pedir—con que lo recibian los camareros. No hace muchos días que conocí a un matrimonio, compuesto por un español y una norteamericana, que tiene frecuentes desavenencias conyugales por esa dificultad de los hombres de nuestras tierras para conjugar el verbo “To be.” Sus tres hijos nacidos en los Estados Unidos sólo hablan bien el inglés, y cuando el padre tiene que reñirles se ve obligado a que su mujer le sirva de traductora. Sobre esa dificultad lingúística de los hispanos emigrados se cuentan muchas anécdotas. Una de ellas es graciosa y me la re lató, como una justificación, el padre de una artista nacida en tierra sevillana. Hace algunos años vivian en Nueva York unos gitanos canasteros. Nadie sabe cómo llegaron hasta aquí. Pero el caso es que consiguieron introducirse en la parte alta de la ciudad. Uno de ellos era bastante pendenciero y tuvo la desgracia de darle unos “pinchacitos” a un señorito. Por esta dificultad con la justicia lo condenaron a la silla eléctrica, que es como aquí se llama el “garrote.” Cumpliendo los trámites de la ley, cuande el paisano estaba en capilla fueron a su celda para preguntarle cuál era su último deseo. Y el gitano contestó, con una mezcla de inocencia y sabiduría: “Señó jué. Aprendé el inglé.” Por lo visto, el hombre quería vivir eternamente, ya que en sus 25 años de residencia neoyorquina mo sabía decir más que “Miste.” Un poco menos de lo que yo he aprendido durante mi estancia en esta ciudad, torpeza idiomática que me obliga muchas veces a recurrir a Eça de Queiros y decir que: “Hablo patrióticamente los idiomas extranjeros.” Pero este “patriotismo” no me llevaria nunca a decir que Nueva York es una ciudad hostil, aunque haya recorrido sus calles en busca de un trabajo urgente, o no hayan comprendido los hombres de negocios, al hablarles en español castizo, mis proyectos de nuevas empresas. Porque yo he vivido feliz; y en esta hostilidad he aprendido también muchas cosas que sólo pueden comprenderse cuando se encuentra uno con gentes que hablan ese idioma universal y emotivo que es el lenguaje del corazón. Página 199