Cine-mundial (1944)

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Greta Garbo Hedy Lamarr Walter Pidgeon Lo que no se dice de las Estrellas Por A. López Servo Ls estrellas cinematográficas tienen dos caras. Una es la que vemos en la pantalla y que las oficinas de publicidad de las empresas de cine explotan hasta el infinito, y la otra es la verdadera, la de la intimidad, la de sus ideales y sus fracasos, la vida particular diríamos. Por ejemplo, todos son elogios para Hedy Lamarr. Que si es una actriz de gran temperamento, que si es una de las pocas bellezas que en realidad existen en Hollywood, que si es una mujer que coloca su arte por encima del amor... . ¿Por qué hemos de olvidar que las estrellas están hechas del mismo barro humano que los espectadores? Hedy Lamarr estuvo profundamente enamorada de George Montgomery. Este galán que adora la pradera, los ejercicios físicos y que lleva en sí la solera de los campos de Montana, no podría jamás avenirse a la vida social y distinguida que encanta a Hedy Lamarr. Se quisieron por algún tiempo, pero las disputas fueron en aumento y los amores terminaron en riña. El público no supo nunca de la huella dolorosa que el alejamiento de George Montgomery dejó en el corazón de la famosa estrella europea. Se la vió triste mucho tiempo. Aún recordaban luego algunos amigos la escena que habían presenciado hacía unos meses en cada de uno de éstos, en una reunión en la que Hedy Lamarr se sentó a los pies de Montgomery y escuchaba hablar a su amado con embeleso. Página 226 ¡Qué rendida, qué enamorada, se veía a la estrella a la que han adjudicado de altiva algunos críticos ! Quiso ahogar su soledad sentimental cultivando la amistad de otros astros. Uno de ellos fué Orson Welles. Otro, Joseph Cotten, con quien simpatizó más que con aquel. Uno de los defectos de Hedy Lamarr es que rara vez llega puntual a una cita y a veces no aparece, sin que se moleste a dar explicaciones de ninguna especie. Orson Welles llegó a decir que estaba cansado de cenar a las once de la noche cada vez que se citaba con Hedy para las ocho. Al fin, la exótica estrella tropezó con un galán que traía también en su corazón el desengaño de dos matrimonios fracasados. Nada hay que una a dos corazones como un intercambio de sus cuitas. Este amor, que todavía perdura, y que se ha relegado a un segundo término en la publicidad internacional por expresa voluntad de ambos, es el que Hedy Lamarr mantiene por John Loder. Repetimos, la vida de las primeras figuras de la pantalla tiene una zona de sombra en la que el público no penetra. Es verdad que ahora traemos a conocimiento del lector estos detalles, pero es meses después que han ocurrido, perdida su novedad, porque cuando acontecian se mantenía el más impenetrable secreto. Las empresas cinematográficas siempre temen que de divulgarse las tribulaciones de las estrellas, Rosalind Russell éstas se desacrediten ante los muchos admiradores que las idolatran. Pocos espectadores, para citar otro caso, han observado el tamaño de los pies de Walter Pidgeon. Si algún día llegáis a conocerle personalmente, no os fijéis demasiado en ellos, porque habrá de contrariarle grandemente al artista que consciente de la inmensidad de sus extremedidades inferiores reniega a solas de ellas. También le tiene preocupado la papada que se le está formando. Diráse que son minucias, más son similares a las que nos preocupan a nosotros si recomocemos que tenemos la nariz un tanto respingada o las orejas desproporcionadas. ¿ Y se puede dar mayor puerilidad que la de Walter Pidgeon cuando afirma a sus íntimos que una de las cosas que más le entusiasman es que los niños lo confundan con Nick Carter, el famoso e imaginario detective que ha encarnado en la pantalla ? En cambio no le molestó el que unos jovenzuelos que solicitaban su autógrafo, requirieran que firmase tres veces. —«¿ Y por qué he de firmar tres veces? ¿Qué capricho es éste? Y el más despejado de los solicitantes, le contó la verdad con gran desenvoltura: —Porque por cada tres autógrafos de usted, podemos conseguir, en cambio, en la escuela, de otros jóvenes, uno de Mickey Rooney, que es el que de verdad queremos. Nadie de los espectadores—de cine, se entiende—ha oído cantar a Walter Pidgeon; sin embargo tiene una magnífica voz y se complace en hacerlo en algunas reuniones particulares. Por cierto que uno de sus admiradores como cantante es Fred Astaire, el famoso bailarín. ¿Conocía usted este detalle que se oculta como si fuera una indelicadeza mencionarlo? (Continúa en la página 251) Cine-Mundial ETT