Cine-mundial (1944)

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Una avanzada republicana en el frente de Aragón durante la guerra civil española. ¡Rafaelillo Cantó! Por J. Carner-Ribalta | Orie columnas republicanas de la 26a Division fueron a veces derrotadas, pero jamas vencidas. Durante la retirada en el frente de Aragon, fueron a menudo copadas y disueltas, pero pronto volvian a reorganizarse, y, si quedaba un palmo de terreno donde hacerse fuertes, alli volvian a dar prueba de su invencibilidad. No obstante, en la gloriosa historia de la 26a Division hay momentos en que sus bravos luchadores tuvieron que aceptar humillaciones propias de los vencidos. Vamos a referir uno de esos dolorosos momentos. El incidente ocurrió en la famosa posición de Loma Verde, en uno de los desfiladeros de la parte alta del Segre, junto a las sierras del Montsech. Loma Verde era una posición insostenible, pero las avanzadillas de la 26a División permanecían pegadas al terreno con heróica tenacidad. Los fascistas habían logrado abrir una trinchera a cien metros escasos de la posición republicana, y, de flanco, dominaban Loma Verde por completo. Sólo razones de estrategia que el Alto Mando franquista debía conocer, podrían explicar el voluntario retraso fascista en la toma de tan estratégico lugar. Los luchadores de la 26a División conocian perfectamente la inferioridad en que se hallaban y así se lo hacían sentir reiteradamente los ocupantes de la trinchera fascista, quienes, provistos de mejor arma Página 228 Anecdotario de la guerra en España mento, los sometían de vez en cuando a caprichosos castigos. Estóicos e indiferentes, nuestros muchachos se habian tomado ya la cosa de manera filosófica y, a pesar del peligro, llevaban una vida tranquila y sedentaria, entre cantos y risas, que daban envidia a los propios fascistas. Especialmente de noche, a la luz de las estrellas, en la profunda quietud de aquellos montes, nuestros bravos muchachos desafiaban la muerte cantando canciones nostálgicas. Había entre ellos un joven andaluz, Rafaelillo, que era extraordinario para el cante hondo. Desde su posición de ventaja, los fascistas quedaban como embobados oyendo cantar a Rafaelillo. Los servidores de las baterías de morteros y ametralladoras sabían que con sólo mover un dedo podían pulverizar la posición republicana, pero la voz de Rafaelillo parecía impedirselo. A veces, sin embargo, la jovialidad y el heroísmo indiferente de los nuestros, sacaba de quicio a los fascistas. Y cuando ésto ocurría, los luchadores republicanos sabían que tendrían que sufrir verdaderas humillaciones, pues los fascistas eran insaciables y con voces amenazadoras obligaban a Rafaelillo a cantar coplas y más coplas, hasta dejarlo extenuado y sin voz. Había noches, sin embargo, que a Rafaelillo no le apetecía cantar, y eso repre sentaba una noche tempestuosa. Llegada la hora de costumbre, uno podía ya imaginarse a los fascistas de la trinchera contigua mirando impacientes el reloj. Luego, en el colmo de la nerviosidad, posesionados de su fuerza superior, en el silencio de la noche clamaban con voz cavernosa: —¡Que cante Rafaelillo! ¡Que cante Rafaelillo ! Al principio, nuestros alegres muchachos se divertian exasperandolos, pero pronto el Comandante de la posición empezaba a preocuparse. Él más que nadie sabía hasta qué punto se hallaban a la merced de los morteros fascistas, y, a toda costa, convenía aprovecharse de aquella extraña benevolencia del enemigo. Eso le obligaba a intervenir. Por lo tanto, Rafaelillo era llamado a la cueva que hacia las veces de Cuartel General, y, con una serie de rodeos, el Comandante le rogaba que cantara. —,; Cantar pa ezos fachistas? . . . ¡No! ¡ Aunque me achicharren ! —Pero, hombre . . .— insistía el Comandante, sabiendo que de la decisión de aquel muchacho andaluz dependía la vida de todos. Todo era inútil. Rafaelillo tenía suficiente dignidad para aceptar primero la muerte que aquel trato de vencidos por parte de los fascistas. Mientras tanto, afuera, las voces eran cada vez más amenazantes: —¡Que cante Rafaelillo! . . . Si no, le | obligaremos a morterazos ! Al final, el propio Rafaelillo subía al parapeto y gritaba: —Cochinos fachistas, mo cantaré aunque me maten! —¡Ah! ¿No? . . .—clamaban airados los de la trinchera contigua.—¡ Pues tomen estas ocho! Fulminantemente, ocho granadas de mor (Continúa en la página 250) Cine-Mundial