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Los Flamencos no nacen todos en Andalucía
I OYE usted a una camadre sevillana
lamentarse de la falta de “cantaores” y “tocaores,” no le haga usted caso. Ella sabe que eso no es cierto, pero su “sevillanismo” le ha hecho creer que los “flamencos” nacen exclusivamente en las orillas del Guadalquivir y crecen tomando chatos en “La Campana,” o entreteniendo turistas ingleses en la Venta Eritaña.
A la derecha, el mejicano José Fernández, maestro consumado de baile típico andaluz.
neoyorquina: Fay Torres, nacida en los Estados Unidos de padres gallegos.
andaluza
Otra
Por B. Fernández Aldana
Sabicas, el mago de la gui
tarra que toca con el grupo
de Carmen Amaya . . . nació en Pamplona.
En la hora de ahora hay tantos artistas “flamencos” como los que vivieron en épocas pretéritas. Y lo cierto es que no necesitan ver el jardín de María Luisa para bailarse una sevillana y decir con gracia gitana una seguidilla. Hoy, los “cantaores” y los ““tocaores” hasta hablan catalán, o dicen los modismos madrileños, y en lugar de enclaustrarse en las tabernas con rigidez de templo flamenco salen a los escenarios vestidos de smoking para airear la gracia y el ritmo ancestral del llamado “cante jondo.”
Ese secreto de los “duendes andaluces” que parecía indispensable para poder cantar o bailar en “flamenco,” ha quedado en ridículo. Hay castellanos de la meseta que bordan en un tablado el encaje rítmico de una farruca; catalanes, que tocan en la guitarra un aire andaluz; bailarines mejicanos que visten con propiedad el traje corto y hacen vibrar a los públicos cuando
Pilar Gómez, "flamenca" de los cabarets neoyorquinos, vió la luz en la capital de Méjico.
presentan una danza gitana llena de colorido, belleza y autenticidad.
Desde los tiempos de Tomás el Papelista ha sido la capital de España uno de los viveros más fructíferos de celebridades flamencas. Angel Sampedro, “Angelillo,” el creador del “truco” de la media voz, y uno de los “cantaores” de más cartel en las amplias plazas de toros de Andalucía, nació en Madrid y allí hizo su rápida carrera de “estrella del cante.” Y si Pepe Marchena, el “señorito Marchena,” que cantaba y pagaba el gasto cuando estaba a gusto con unos amigos y pedía cinco mil pesetas por decir una copla a unos marqueses, vió la luz de la vida en tierras andaluzas, es, sin embargo, un producto de la villa del oso y del madroño.
El reinado de la guitarra andaluza se trasladó, hace algún tiempo, a Cataluña. Tárrega, el compositor de las barbas venerables, que dió categoría de instrumento de concierto a la guitarra andaluza, nació mirando al Mediterráneo catalán. Probablemente admirando los viñedos de Llobregat o sentado frente a las casitas de colores de Arenys del Mar, escribió sus famosas composiciones andaluzas e hizo sus extraordimarias adaptaciones para el instrumento pepular. Sus “Recuerdos del Alhambra,” su “Danza Mora,” su “Capricho Arabe,” son la mejor prueba de que los “duendes flamencos” no saben nada de geografía.
Después de Tárrega vinieron artistas de la categoría del madrileño Ramón Montoya, “Don Montoya,” que más que un “tocaor”
(Continúa en la pagina 257)
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