Cine-mundial (1944)

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En alguna de mis “postales” anteriores he hablado del Club de los Suicidas, de Hollywood. Como recordará el lector, forman este Club los “extras” heróicos—la mayoría de ellos jinetes consumados—que se juegan la vida en exhibiciones del mayor peligro, como las de tirarse al mar desde una roca escarpada; descender a galope tendido montañas abajo; cambiar de un caballo a otro a toda velocidad, y otros ejercicios análogos, de extremado riesgo. Uno de estos denodados “Caballeros de la Muerte,” que juegan con sus vidas como los “fakires”” de Oriente con sus cuchillos, es el compañero Arriola, mejicano él, exsoldado de Pancho Villa, bronceado por los vientos, las piernas un poco corvas de tanto jinetear, malabarista maestro del lazo y de los “peales.” Estábamos días pasados sentados en el garage que nos sirve de albergue, desde que la escasez de domicilios por causa de la guerra nos obligó a transformarlo en vivienda, al alquilar nuestra casa al director de uno de los estudios que nos da trabajo. Como el garage es muy grande, lo dividimos en tres dormitorios, dos muy pequeños, como celda de fraile, en los que apenas si cabe un catre, una silla y una mesa, que ocupamos el cubano Raúl y yo, y otro grande, con dos camas, en una de las cuales duerme Arriola. La segunda cama decidimos anunciarla en el diario de Hollywood y sacar un buen precio por ella. El día era lluvioso y afuera soplaba un viento huracanado. A nuestros pies dormian los fieles compañeros coludos, “Palito,” “Spotty” y “Jeremías,” que forman parte integrante de nuestras vidas. Sobre la hornilla eléctrica hervía en una cafetera el aromático brevaje. La conversación giraba, ccmo siempre, alrededor de las películas. A Raúl, el cubiche inquieto y dicharachero y también ambicioso de eso que aquí llaman “gloria,” o sea del afán de ser alguien en Hollywood, hace tiempo que se le ha metido en la mollera escribir una obra para el cime, convencido para sus adentros de que eso de escribir es sólo cuestión de papel y pluma y de una trama de amor. Pero como el hombre no es del oficio y no sabe qué hacer con dichos elementos, me trae frito con preguntas y consultas, como si yo, por el hecho de ser un simple gacetillero, tuviese el don que ha inmortalizado a los Shakespeares y Calderones de la literatura. De repente me espetó a boca de jarro la siguiente pregunta: —Dime, viejo, ¿cómo se escribe una película? Repuesto de la sorpresa, llamé en mi auxilio los 25 años de experiencia que llevo de vivir entre obras, que los artistas se encargan de hacer reales, representando a los personajes en carne y hueso. —Chico,—le contesté—eso depende de la película. Pero todas encierran un episodio o situación básica. Por ejemplo: “¿Cómo te atreves a mandar a ese niño Página 236 No Hay MAL que Por BIEN no Venga Por Un EE Veterano en un avión, encerrado en una canasta, en una noche como ésta?” “; Por qué no? El hecho de que su padre peleara en la pasada guerra mundial, no es motivo para que ahora nos pongamos sentimentales.” Tal es la situación básica de una película de intriga de aviación, en la que el pobre niño juega un papel melodramático. El resto de la película se escribe por sí sola, con unos cuantos bombarderos, aviones perseguidores y paracaidistas como complemento. “Sí, yo le maté! Pero, ¡me alegro!, ¡¡me alegro!!, ¡¡¡me alegro de haberle matado!!! ¿Lo comprende usted ahora?” “¡Señores del Jurado! Roberta Davis, a quien el Fiscal acusa de asesinato, ¡va a ser madre !—alega el defensor.” “i Silencio, silencio !,—grita el Juez—o haré desalojar la sala.” Tal es la situación básica de una película sobre la mujer engañada, que generalmente no falla. A esto puede añadirse la suspensión de la condena hasta que el vástago nonnato pueda estar listo para la prueba de sangre, que ha determinar de quien es hijo, y la súplica del defensor interrogando (Continúa en la página 252) "i Lolal—exclamé Arriola. '"¡Ramón!—exclamé Lola." Cine-Mundial