Cine-mundial (1945)

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Divina Risa Por Eduardo Zamacois Acaprro CUEVAS fué un comediante lleno de sincera devoción al teatro. ¡Pobre Agapito!... Si su inspiración hubiese rayado a la altura de su fervor artistico, sus éxitos habrían obscurecido la gloria de los más ilustres maestros de la farándula: la de Talma, la de Márquez, la de Novelli, la de Zacconi, la de Vico... Desgraciadamente para él—como para quienes, víctimas del afecto que le profesabamos ibamos a oírle—ni su talento ni su figura le ayudaban. Era de poca estatura, ancho de espaldas, cuellicorto y barrigon; y, por añadidura, tenía las piernas cortas y la cabeza demasiado grande. Lo único que admirábamos en él eran su bondad, la fanática buena fe con que trabajaba y su voz, capaz, como la de Estentor, de ahogar las de cien hombres juntos, y que le favorecía grandemente en los momentos trágicos, por aquello de que, siempre el que grita más es quien parece llevar razón. El excelente Agapito se había “especializado” —-+él asi lo creia—en el teatro “en verso,” a la razon muy en boga, merced a las musas, tintas en sangre, de don José Echegaray, de don Leopoldo Cano, de don Pedro Novo y Colson y demás autores “de armas tomar.” De todas aquellas obras que—por la notoria influencia del Arte sobre las costumbres—no dudo de que hayan llevado mucha gente a presidio, la predilecta de Agapito Cuevas fué “Mar y cielo,” original de don Angel Guimerá. El protagonista de aquel tremendo dramón, en el que sucumbia hasta el director de orquesta, era un corsario... ¡nada menos que el capitán de un buque corsario!... y no quieran mis lectores saber los desatentados aspavientos con que Agapito, convertido en un legítimo pirata, subrayaba cuanto iba diciendo; ni tampoco quieran oír las espantables voces con que mos barrenaba los timpanos. Las venas del robusto cuello hinchadas de sangre, los puños apretados y los negros ojos saliéndosele de las órbitas, más que decir “su papel” lo rugía, lo masticaba, lo destrozaba entre sus poderosas mandíbulas; y sus gritos eran tan fuertes que—semejantes a una brisa—extremecian las decoraciones de papel. Por aquella época en los teatros mo había micrófonos: de haberlos, el vehemente Agapito, con sus alharidos, los hubiera hecho saltar en pedazos. Realmen Página 288 Carmen Miranda, la emperatriz de la mú sica popular brasi leña en la América del Norte. te, Agapito estaba en “Mar y cielo”... para que lo matasen. Aquel invierno, en Madrid los termómetros descendieron muy por debajo de “cero grados” y los diablillos de la gripe, de la pulmonia y de la congestión, hicieron estragos. Inesperadamente cundió por los cenáculos literarios la noticia de que Agapito Cuevas estaba enfermo. — Pero, de gravedad ?—preguntamos. Nuestro informador replicó suspirando: —Si, de bastante gravedad. —; Y, de qué ?—insistimos. —De un enfriamiento. La nueva nos contristó a todos. ¡ Lástima de Agapito!...¡ Tan generoso, tan efusivo, tan buen camarada!... Fuímos a verle a su casa, de la que salimos muy apenados. Le encontramos decaído: tenía la voz turbia y sus ojos, sin brillo, recorrían la habitación como despidiéndose de las cosas... A la mañana siguiente preguntamos por él y nos aseguraron que continuaba igual. Al otro dia nos dijeron lo mismo. Transcurrieron, envueltos en una furiosa nevada, dos o tres dias mas... Cierta noche, hallándonos en el histórico café de Fornos, con varios amigos, el popular Manolo Vico—hijo de aquel genio de la escena que fué don Antonio—se levantó, de pronto, exclamando: —Sefiores... vuelvo en seguida. —¿A dónde vas?—le preguntaron. —Voy a informarme de cómo sigue Agapito Cuevas... -Y se marchó. Media hora después reapareció, muy triste. Su cara era de esas que sólo se ven en los entierros. Todos le rodeamos, pidiéndole explicaciones. —;Y Agapito, cuenta?... —El pobre ya no habla. — Es posible? —j Ni siquiera me ha reconocido!... Estas palabras nos produjeron la impresión de una corriente de aire helado. Alguien exclamó: —iEntonces... dade Manolo Vico repuso, sarcastico: —¿Que si esta mal?... Está peor que en “Mar y cielo.” Donaire quevedesco, agudo y cruel, que, de subito, puso sobre nuestro dolor un traje de Arlequin. está muy mal, ver MANOLO VICO es el hombre más ocurrente que he conocido. Todo lo que tenia de mal actor—y era bastante—le sobraba de gracioso; y, por lo mismo que no había nacido para la farándula, sus obras favoritas eran las de más difícil imterpretación: “La peste de Otranto,” “La carcajada,” “En el seno de la muerte”... “La vida es sueño”... Las noches en que sus amigos se aburrían, por no saber a dónde ir, acudian al teatro donde Manolo actuaba, para “meterse con él”—como vulgarmente se dice—y reír sus ocurrencias. La noche a que nos referimos los carteles anunciaban “La vida es sueño,” una de las perlas del teatro clásico español. Al terminar el primer acto, los desocupados que habíamos acudido allí con ganas de burla, empezamos a aplaudir furiosamente y a gritar: — El autor... ga el autor!... Estabamos ciertos de que Manolo habia de contestarnos algo ingenioso. Al público le hizo gracia que reclamásemos la presen (Continua en la pagina 310) ¡Que sal el autor!... Cine-Mundial