Cine-mundial (1946)

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Por Braulio Solsona M CASARÉS, la actriz espanola gue es, en la actualidad, la primera figura femenina del teatro francés, ha terminado su actuación en el Atelier, donde electrizaba al público con su interpretación genial de la Grouchenka de “Los hermanos Karamazov,” de Dostoiewski. Consideramos que es la gran ocasión para visitarla y que nos cuente cosas, ahora que debe descansar un poco. Porque hace unos días resultaba temerario ver a María Casarés, que empezaba su jornada de trabajo en los Estudios de las Buttes Chaumont a primera hora de la mañana, para terminarla a media noche, al salir del teatro. Pero eso del descanso, es una pura ilusión. Al llegar a su casa y salir del ascensor, María Casarés sale de su “appartment” hecha una tromba. Lleva unas grandes gafas negras que le cubren medio rostro. ¿Para que no la reconozcan? En este caso no le vale la estratagema. Un momento después estamos sentados frente a frente en un saloncito de su casa, y María Casarés se somete al tormento del reportaje. Página 368 María Casares, la ac triz que renuncia al honor de entrar en la Comedía Francesa. —Ya habrá usted visto—le decimos—que el truco de las gafas negras no le ha servido para esquivarnos. Y María Casarés, que es la sencillez misma, incapaz de apelar a las inocentes habilidades de las vedettes, nos contesta: —Se equivoca. Llevo estas gafas por prescripción facultativa. El otro día, en el estudio, estuve a punto de quemarme los ojos. Las bromas del cine... —Y ahora, ¿a dónde iba tan de prisa? —Como no escarmiento, al estudio. No he terminado mi labor en “La Venganza,” la segunda parte de “Roger la Honte,” y como ahora no trabajo en el teatro, filmo por la mañana, por la tarde y por la noche, con el fin de aprovechar los pocos días de que dispongo antes de tomar el avión para Marruecos, donde filmare “Bodas de Arena,” una película que se hace en francés y en árabe al mismo tiempo. =Y se trata... —La historia de una pareja de enamorados, en la que sólo envejece la mujer, mientras el hombre se conserva joven. Ya sabe usted que estoy condenada a representar mujeres maduras y atormentadas. ¡Con las ganas que tengo de hacer chicas de mi edad, a las que les pasen cosas normales!... Pero no hay manera. No quieren los autores ni los empresarios... Como la conversación necesita ser encarrilada, le pregunto sin rodeos lo que me interesa saber: —¿Y la Comedia Francesa? —jAh! ¡Sí! La Comedia Francesa... Pues, nada, no hay nada. —Pero ha habido. —Efectivamente. A pesar de ser extranjera, se me ha solicitado para ingresar en la compañía del primer teatro francés. Es una distinción que me ha halagado mucho. —Y que rompe con el reglamento, que es riguroso en este caso. —Por eso es más de agradecer. Pero no me he decidido a aceptar. Tengo otras ideas. Soy muy joven para encerrarme en la rígida disciplina de la Comedia Francesa. Adoro la libertad... Asi debe ser, para renunciar al honor de una consagracion oficial tan solemne, en plena juventud y a pesar de no ser francesa. Porque la verdad es que Maria Casarés llegó a Paris hace diez años, apenas sin saber hablar francés, tomó parte en un concurso del conservatorio y porque no le dieron el primer premio sus mismos competidores se enfadaron con el jurado, se le abrieron de par en par las puertas de los teatros parisinos, y nada menos que ha llegado a ser considerada como la mejor artista del teatro francés de hoy. Como que para incitarla a ingresar en la Comedia Francesa, sus compañeros le hablaban “del deber moral en que se encuentran todos los artistas franceses de sacrificarse para levantar el teatro francés”... Y se lo decían a ella, que es de La Coruña... Volvemos al diálogo. —Y a su regreso de Marruecos... —Pasaré por Paris sin detenerme. Iré a Bretaña para hacer otra película. Y de aquí a entonces, tiempo habrá para pensar por qué teatro me decidiré. —Una anécdota... —Mi padre, que pasó la guerra en Londres, tenía vagas noticias de que yo había debutado en París con cierta fortuna. Pero nunca me había visto trabajar en el teatro. A la liberación, regresó a Francia... pero al día siguiente de terminar las representaciones de “Federigo.” Yo tenía mucha ilusión en que mi padre me viera actuar. Y los tramoyistas, haciéndose cargo de lo que pasaba, se acercaron a mí para decirme que estaban dispuestos a hacer una función extraordinaria si los artistas estaban de acuerdo. No hay que decir que todos aceptaron y aquella noche se dió una representación de “Federigo,” a puerta cerrada, y sin más público que mis padres en la primera fila. Imagínese la emoción con que salí a escena... De pronto, María Casarés vuelve a ser la misma tromba de hace un momento, y se marcha diciendo: —Me había olvidado de que el taxi me espera en la puerta de la calle. Y se va, con sus grandes gafas negras, atraída irresistiblemente por las luces deslumbradoras —y peligrosas—del cine. Todos están convencidos: Limpia mejor...Sabe