Cine-mundial (1946)

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LOS SENORES HAN SALIDO Por Eduardo Zamacois ER acción en un apartamento de la Park Avenue. Hora, las cinco de la tarde. Gonzalez.—Por lo “que veo, estás completamente decidida a ir a esa reunión?... Edna.—No tengo otro remedio; me han invitado. Además, la vida de sociedad me encanta. Gonzalez.—¿Llamas a las reuniones de esa gente “vida de sociedad”? Edna.—¿Por qué no vienes conmigo, ogro?... Gonzalez.—¿Yo? .. . ¿A qué? ... A verte bailar con unos y otros, beber “cockteles” y fumar cigarrillos entornando los ojos y con la cabeza asi... echada hacia atrás, como si estuvieras haciendo gárgaras? ¡No, gracias!... ¡No me gusta hacer el ridículo!... Edna.—Naciste latino y... ¡claro!... En cuestiones de amor un latino y una americana mo pueden estar nunca de acuerdo. Gonzalez.—Ahora si que has dicho una gran verdad. Edna.—j Eres idiota!... Gonzalez.—Seré idiota, aunque no tanto como tu crees. Edna.—Hablas asi porque estas celoso. Y la culpa de que los hombres se acerquen a mi es tuya. Como siempre me ven sola, piensan: “Con esta no hay peligro”... Gonzalez.—(Entre dientes) Coqueta... mas que coqueta... (Se restriega las manos, una contra otra, como si quisiera despedazar algo.) Edna.—(A fectuosamente) ¿No comprendes, bobalicon, que si a mi me gustase “flirtear” con esos boquirrubios que mari posean a mi alrededor, yo no te pediria que me acompafiases ? Gonzalez.—Tú me dices eso porque sabes que no he de hacerlo. Edna.—(Hace un gesto de aburrimiento y se queda mirando el espacio). Gonzalez.—Y lo peor viene después, a la salida de la reunion, cuando esos mequetrefes te invitan a subir a su automovil. Uno se sienta a tu derecha, el otro a tu izquierda... y como vais muy ‘juntos y en las vueltas que da el auto la fuerza centrifuga obliga a los viajeros a estrecharse, pues, naturalmente... Edna.—(Interrumpiendo con enojo fingido) ¡Acaba de ofenderme!... ¿Qué pasa en las vueltas con la fuerza centrífuga? Gonzalez.—Que nunca faltará quien se atreva a oprimirte un brazo... 0... ¡No me hagas hablar!... (Furioso) ¡Acuérdate de lo que yo hacía cuando éramos novios!... (Tras un silencio y cambiando de tono.) ¡En fin!... Tal vez, a última hora, me resigne a acompañarte. Una sirvienta (desde la puerta).—Seflora... el pedicuro. Edna.—Por fin! El pedicuro (que tiene cara de ladrón).—Llego un poco retrasado; la señora pensara que ya no iba a venir... Edna.—Nunca le he esperado a usted con mas impaciencia. Tiene usted que esmerarse. Esta noche voy a un baile y los zapatos que llevo son nuevos y me oprimen horriblemente. Pedícuro.—La señora usa el calzado demasiado estrecho. ¡Por supuesto!... Todas mis clientes, jóvenes, hacen igual... Gonzalez.—(Al pedicuro, en voz baja y aprovechando un momento en que Edna se Página 390 Basta unas gotas de Gets-It, el callicida liquido, para poner fin a los S tormentos de su callo. oe Después de dos o tres == aplicaciones se despren== derá el callo fácilmente en pocos días. El callicida de fama mundial b J) Ss ha vuelto de espaldas).—Tenga diez dolares y haga que mi mujer no pueda ir al baile. Pedicuro.—(En el mismo tono) Comprendido. Gonzalez.—(Alto) Cuando termine de servir a la sefiora, me arreglara usted un “ojo de gallo” que esta haciéndome ver las estrellas... Pedicuro.—Estoy a sus órdenes. Edna.—(A su marido) ¿Quieres molestarte en traerme las zapatillas?... Gonzalez.—Con mucho gusto. Edna.—Están en la alcoba. (Vase Gonzalez) Edna.—(Al pedícuro y con voz casi imperceptible) “Tome estos diez dólares y haga lo necesario para que mi marido no pueda salir a la calle esta noche... Pedicuro.—(Con cara de ladrón) De acuerdo. Abre el estuche donde guarda los enseres de su oficio, se arrodilla ' y empieza a operar. Edna.—(Dando un grito) ; Animal!... Pedicuro.—(Con cara de ladrón) Si la. sefiora me insulta, le confesaré a su esposo lo que la señora me ha dicho. Edna.—Calle ... Perdone. usted... fué sin querer... (Solloza). Gonzalez.—(Con las zapatillas en la mano) ¿Son éstas? Edna.—Sí, esas... (Enseñandole el meñique tinto en sangre, de su pie derecho) ¿Ves qué desgraciada soy?... Gonzalez.—¿Qué ha sucedido? Edna.—Que el Maestro, en un momento de distracción, me ha cortado. ¡Dios mio!... ¿Quién se calza estando asi?... i Ya no puedo ir al baile! ...¡ Hi... hi... hi... ! (Llora amargamente). Gonzalez.—(Al pedicuro) Como es tan nerviosa haría algun movimiento y... ¡claTON. waire Pedícuro.—(Melancólicamente) No pude evitarlo. y Gonzalez.—(Descalzandose) Espero que conmigo sera usted mas afortunado. Pedicuro.—También yo lo espero... (Empuña el bisturí y le da un tajo. La sangre corre). Gonzalez.—j Bestia |... Pedicuro.—(Entre dientes) No me obli-, gue usted a hablar... Gonzalez.—(Lleno de indulgencia) ; Nada, hombre; no ha sido nada!... Pedicuro.—Lo siento, usted perdone. Gonzalez.—Mi señora le ha puesto a usted nervioso. ¡Es natural!... Otro día acabará usted de arreglarme. El pedicuro, muy grave, recoge sus herramientas, saluda y se marcha sin volver. la cabeza. Edna se levanta cojeando y va a mirarse en un espejo. Con el llanto, el “rimmel” le ha tiznado toda la cara. Gonzalez, entretanto, procura atajarse la hemorragia con su pañuelo. Luego, dando brinquitos sobre un pie, y agarrándose al respaldo de los muebles para mo caer, se dirige a un ángulo de la habitación y oprime un timbre. Pausa. Sirvienta.—¿Mandan algo los señores?. Gonzalez.—Si, oye... Si alguien viniese a visitarnos, dile que “los señores han salido”... Cine-MUNDIAL