Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL hablar ahora; de esos de quienes dijo el poeta: la ingratitud de vuestro sino aterra . . . a fin de que a cada cual le toque lo suyo y de que sepa el público que, aunque no salen en la pantalla las escenas respectivas, hay veces que está manchado, con la sangre una víctima, el celuloide que representa algún paisaje atrevido y extraordinario. El salto de la muerte El señor Edgar B. Hatrick, director de la sección de "Actualidades" cinematográficas de Hearst, narra, en el '*New York American", uno de esos incidentes de los que no llega eco alguno a los públicos de cine y que, sin embargo, forman parte integrante de las hazañas de la industria. Fué en Chicago, hará apenas dos o tres meses, cuando estaban haciéndose experimentos con cierto dirigible a bordo del cual iba un fotógrafo de cine. El globo se cernía sobre la inmensa metrópoli como monstruoso abejorro. Desde la canastilla, el fotógrafo, Milton Norton, impresionaba en la película el paisaje de la ciudad, extendida a sus pies. Los transeúntes contemplaban desde abajo el vuelo de la nave aérea. De pronto, un grito se escapó de todas las gargantas. En lo alto, la tela de seda del dirigible comenzó a arder y una llama rojiza y amenazadora apareció al costado del globo. Los aeronautas, al darse cuenta del incendio, saltaron de la canastilla asidos a sus respectivos paracaídas. Norton, sin dejar su cámara, en la que iba el precioso negativo, saltó también, pero una chispa del globo ardiente llegó traidoramente hasta su paracaídas y, minutos después, el infeliz fotógrafo fué a estrellarse contra el pavimento, después de haber rebotado contra las cornisas de uno de los altísimos rascacielos cbicagoenses. Y asi cayó, al pie del cañón, como dicen los soldados, empuñando el arma de su ejército, que es la cámara fotográfica, fiel hasta el fin, héroe sin nombre de los batallones del arte mudo. AI servicio de la patria A. E. Wallace, otro fotógrafo de la "Hearst News Service" fué, durante la guerra, quien demostró al .\lmirantazgo inglés, con pruebas cinematográficas, que los alemanes habían construido y tenían ya en operación los llamados super-submarinos, de cuya existencia se tenían vagas, pero inconfirmadas noticias. Wallace iba a bordo de un navio danés, de Rotterdam a Londres, cuando, estando sobre cubierta, vio alzarse de las aguas un monstruo de acero. Con el instinto del profesional, bajó, a grandes saltos, las escaleras que conducían a su camarote y minutos después, sin pensar más que en obtener aquella película extraordinaria, había plantado el trípode de su cámara en el puente del buque. ' Pero el capitán del submarino no tardó en presentarse a bordo, recabando los documentos de la embarcación, y Wallace tuvo que ocultar su aparato. Aprovechando, sin embargo, el desorden que reinaba a consecuencia de la llegada de los alemanes, el fotógrafo se metió en el departamento de tercera clase y, desde una de las ventanillas, sacó la fotografía del super-submarino. Abril, 1920 < A pesar de que los alemanes se dieron cuenta de la estratagema, por olvido o por casualidad, no quitaron a Wallace aquella película que tanto trabajo le había costado obtener y, después de una peregrinación por los Países Bajos, pudo llegar a Londres y mostrar al Almirantazgo las fotografías reveladoras, que comprobaban la existencia del supersubmarino. Se hundió con el "Lusitania" Cuando el conde Yon Bernstoff advirtió por medio de un anuncio en los periódicos que no debían embarcarse pasajeros a bordo del "Lusitania", un fotógrafo. Jones de nombre, comprendiendo que tal vez tendría oportunidad de obtener una película sensacional, tomó pasaje a bordo del desaparecido trasatlántico. Y los sobrevivientes cuentan que Jones, durante el torpedeamiento del inmenso navio, al borde mismo de la muerte que se abría a sus pies, estaba en la barandilla, cámara en mano, haciendo girar su manubrio, como si estuviera en el taller, mientras se desarrollaban ante el lente las escenas trágicas de aquel inolvidable hundimiento. Hay otro fotógrafo que tiene en su vida suficientes episodios para llenar una serie de treinta tambores. Se llama Ariel Varges y comenzó sus empresas con la fotografía de las poblaciones italianas que acababan de ser víctimas de un desastrosoterremoto, en el año de 1914. De Avezzano, en donde estuvo a punto de morir bajo los escombros de una casa que se derrumbó junto a él mientras tomaba la película, pasó a Serbia, donde el tifus estaba segando millares de vidas. A poco de arribar, cayó con la fiebre y se solvó de milagro; pero, convaleciente apenas, partió para Salónica, donde los ejércitos aliados preparaban su ofensiva. Luego ha estado en los Balkanes, Berlín, París, el Extremo Oriente y actualmente en Viena, después de una continuada lucha contra la muerte, pero victorioso y con multitud de atrevidas fotografías en su favor. Hay casos en que el fotógrafo arriesga la libertad, si no la vida, por obtener alguna película interesante y es curioso enterarse de los recursos de que, en ocasiones, echan mano, para cumplir con su misión. Imitando a los topos Cuando se casó el Presidente Wilson con su actual consorte, dos fotógrafos de Hearst recibieron órdenes de sacar una fotografía de los recién casados, a toda costa. Y la hazaña era difícil porque, naturalmente, no se permitía que se acercaran a la casa y jardines en donde pasaban el Primer Magistrado y su esposa la luna de miel, ni a los fotógrafos ni a los periodistas. Pero nuestros hombres tuvieron la idea de meterse a media noche en una casucha abandonada que estaba en los terrenos mismos de la propiedad presidencial y, levantando parte del piso, ahondaron una especie de zanja que se abría al exterior y, a manera de periscopio, ajustaron la cámara en esta salida. Al día siguiente, cuando Wilson y su señora salieron a dar su acostumbrado paseo por los jardines, los operadores, co mo topos, hicieron funcionar el aparato fotográfico desde la zanja y. . . la película quedó lista. El fotógrafo de actualidades y el repórter de un diario de noticias son hermanos gemelos y a ambos debe caracterizar lo que los franceses llaman tupé. Audaces y un poco cínicos y entrometidos, estos servidores del público arriesgan desde un insulto o una paliza hasta una detención en la Comisaría, cuando no la confiscación o la destrucción de sus cámaras, por un culpa de un centenar de metros que, a lo mejor, el espectador encuentra mediocremente interesantes. No pueden padecer vértigos Un fotógrafo de actualidades, de esos que hacen una heroicidad anónima apenas se presente la oportunidad, debe poseer una cabeza firme y unas entrañas a prueba de ascensiones y volteretas. El que padezca mareos o vértigos o tenga el corazón defectuoso, no debe meterse a la cinematografía reporteril, porque corre riesgo de dejar la vida entre las nubes. En los tiempos que corren, todos los empresarios de los llamados "espectáculos de emoción" reconocen que el público se ha vuelto muy exigente y que hay que ofrecerle algo realmente extraordinario si ha de conseguirse llamar la atención. Y como los aeroplanos están a la orden del día y las empresas "juliovernescas" parecen cosa común y corriente y ya hay quien se ofrezca como voluntario para lanzarse en un cohete a la luna o para hacer un viajecito a Marte, resultan empequeñecidas y sin grandes méritos otras empresas de menor cuantía. Con lo cual, las escenas que por lo general forman el programa de "Actualidades" en una película tienen que ser o parecer una maravilla si han de causar emoción en el público. Y al fotógrafo es a quien toca, con su riesgo personal, poner esa pimienta emotiva en el celuloide de la cinta. Algunas de éstas, que, a primera vista no tienen nada de particular, ha sido, por ejemplo, tomada desde la parte delantera de una locomotora que iba a kilómetro por segundo. Otras veces, cuando se trata de incendios o de escenas que abraazn grandes extensiones de terreno, el fotógrafo tiene que encaramarse hasta algún punto elevado que domine la comarca. Y, allá va, con la cámara y el trípode a la espalda, ascendiendo sonriente alguna de esas chimeneas monstruosas que tienen centenares de metros de altura y que dan vértigo sólo de contemplarlas desde abajo. Emulando a los acróbatas No faltan ocasiones en que, imposibilitado para encontrar un buen punto de vista, el fotógrafo tiene que tender una cuerda de un edificio a otro y, balanceándose en los aires como un acróbata, dar vuelta al manubrio del aparato desde las alturas, como un pájaro que contempla al universo desde los alambres del telégrafo. En aeroplano o en canoa automóvil, en ' equilibrio sobre alguna cornisa que provoca mareos o atado a un mástil durante alguna tempestad, el fotógrafo de "Actualidades" no se preocupa más que por (sigue en la página 431) > PÁGINA 390