Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL Juanita Hansen entrevista a Cinco Leones P I lEN decía yo que en esta redacción estaba la atmósfera cargada de microbios. El señor director se halla en el Hospital, rodeado de médicos, enfermeras, amigos latosos y menjurges medicinales, y tiene que lamentar la pérdida del apéndice, que le sacaron de las mismísimas entrañas mientras él estaba bajo la influencia del éter y sobre la mesa de operaciones, sin poderse defender. A mí se me puso la carne de gallina, no sólo porque soy el único que falta por caer en la cama, sino porque mi superior jerárquico va a tener que permanecer en el Hospital lo menos tres semanas y, entre tanto, en esta redacción todos se consideran con derecho para darme órdenes, sobre todo desde el otro día en que fui a visitar al señor Director y aquella misma noche le subió !a temperatura — dicen que del derrame de bilis de haberme visto— ^y no ha querido volverme a recibir. — Díganle que se vaya a entrevistar i las artistas y que me deje a mi en pii — cuentan que le gritó a la enfermera cuando supo que yo estaba a la puerta. Y aquí me tienen ustedes otra vez a merced de las bromas y malsonantes epítetos de esta honorable redacción. Todo lo que precede va escrito para que mis lectores se den cuenta de mi estado de ánimo en los momentos en que iba a decidir a quién entrevistar este mes por cuenta de CINE-MUNDIAL. — No estás ahora para emociones fuertes— me dije a mí mismo. — Es necesario que dejes por el momento a los atletas y a las artistas impulsivas. Te hace falta un sedante cualquiera, una conversación tranquila. ¿Por qué no vas a buscar una rubia? Las rubias son más reposadas que las morenas y tienen el genio un poco más tratable. . . Y, agarrando el directorio, me fui a ver al señor Respondedor y le comencé a preguntar: "Fulanita, ¿es rubia o es morena? ¿Y Menganita?" — jE! Cielo nos asista! — exclamó con aire olímpico Su Majestad el Respondedor.— No tenía yo bastante con los preguntones ultramarinos y ahora me sale uno, como un lobanillo, en la propia redacción. . . ¿Qué diablos le importa a usted que sean rubias o morenas? En aquel momento llegaba yo a la letra hache. Y dije, astutamente: — Juanita Hansen tiene el pelo negrísimo. . . — ¿Juanita Hansen...? ¡Qué bárbaro! Es más rubia que el sol. . . Y como eso era "lo que se quería demostrar", salí triunfante de aquel cuarto que parece una enorme interrogación y donde el Respondedor de Preguntas pasa horas enteras contemplando billetitos azules y descifrando monogramas misteriosos en los encabezados de cartas perfumadas. Y a ver a Juanita Hansen me fui, en mi poderoso automóvil. Era rubia, en efecto. Es decir, lo es. Y amable, además. Al tenderle la mano. Abril, 1920 < Por EDUARDO GUAITSEL rae permití felicitarla por el gusto y arte con que estaba adornada la sala de recibo y la artista se apresuró a decirme: — Pues no es mío nada de ésto. Es de Texas Guinam, con quien he hecho un cambio. Ella vive en mi casita de Ca La entrevistada en un momento íntimo lifornia, mientras yo estoy en el Este haciendo películas para "Pathé". ¡De modo que aquella era la casa de la temible Texas Guinam, la "William Hart" con faldas, que se come a los bandidos crudos...! Y no había por allí ni una pistola, ni una silla vaquera, ni nada. Texas Guinam ha de ser rubia también, sin duda alguna. Apenas esté de buen humor, se lo pregunto al Respondedor. Pero, volviendo a la entrevista: — ¿Cómo entró usted a las constelaciones cinematográficas, señorita? — inquirí. — Cuatro años tuve que luchar y trabajar antes de llegar a ser estrella, señor Guaitsel; pero ahora que acabo de firmar contrato con "Pathé", puedo decir que he realizado mis más gratos ensueños. Voy a enseñarle a usted las fotografías que tengo de diversas escenas en que he tomado parte hasta ahora con otras empresas. Y juntos comenzamos a examinarlas. . . i Vaya si es rubia, Juanita! ¡Y vaya si tiene un pelo hermosísimo! ¡Y vaya si lo demás del cuerpo está de acuerdo con el pelo. . . ! Si no hubiera yo tenido tanta hambre — eran las dos y no había comido — me quedo en aquel salón hasta el día del Juicio, sentado junto a ella, admirando a un tiempo los retratos y el original. — Mire usted — me dijo. Y vi a Juanita, con indumentos ligeros, en ia grata compañía de varios leoncillos. . . — ¡Si viera qué lindos son! Parecen gatitos. Me encantaba jugar con ellos. Eran gordinflones, y se veían de lo más curiosos cuando trataban de ponerse en pie. — ¿Y el papá y la mamá de esta felina familia eran también amigos de usted, señorita? — Dios me libre, no. Hubo una escena en que tenía que entrevistar a cinco leones ya grandes. Y la entrevista fué un fracaso. Ellos no estaban para bromas ni yo tampoco. — ¿Y qué hizo usted? ¿Les mostró la puerta? — No. Pero por poco les muestro los talones. Era durante la preparación de la película "La Ciudad Perdida", para Selig, y cuando leímos el argumento, me enteré de que tenía que andar en intimidad con toda clase de fieras. Y aunque no me cayó muy en gracia la idea, por amor propio decidí que, si los otros miembros de la compañía no tenían miedo, no había yo de demostrar que lo tenía. . . — ¿Y qué pasó? — Pues pasó que logré dominarme y creo que no salí con cara de susto. Pero figúrese usted que la escena figura que dos animales acaban de ser matados y yacen en el suelo. Los leones saltan de entre la selva al oler la carne fresca. . . Y ahí es donde entro yo. Me habían dicho que disparara mi revólver contra ellos sin retroceder, en la seguridad de que las fieras estarían demasiado ocupadas con la presa — es decir con los animales muertos— para ocuparse de mí. . . Apenas los vi cerca, me entraron unos deseos feroces de disparar, pero me contuve. . . — ¿Y luego? — pregunté yo en el colmo de la excitación. — Luego vino la parte trágica. Los animales muertos apestaban a ácido fénico, porque habían sido sacrificados la víspera y preparados para esta escena. De modo que los leones se limitaron a husmear los cadáveres y a volver con desprecio las espaldas a tan repugnante olor. Cuatro de ellos volvieron pacíficamente a "la selva", pero el quinto. . . Bueno, el quinto, indignado al parecer contra aquella (sigue en la página 431) > PÁGINA 392