Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL :p^^lo S^O^JR^ _N^^/fs;3:^^cxo^o x^x^^^Vo^:^ 1IDJE2 :e:>o^c: ARA unos tres años que en cierta capital de una provincia extremeña pasaba sus años, que ya pasaron de la primavera, cierto empedernido solterón, de ancha calva, cara estrecha, mejillas hundidas, ojos felinos, nariz extraordinariamente puntiaguda y boca de rape, que es el pescado del Mediterráneo que más grande la gasta. Era su puntillo que nadie en el vestir le aventajase, pues creía que por la fachada se juzgaba el valor del edificio y no le importaba pagar por un terno lo que al sastre se le antojara si las prendas estaban ajustadas al cuerpo y con arreglo a las leyes del último figurín. Nada tenía de particular que don Timoteo Tiberio de la Sierra Blanca se permitiese estos lujos, pues según sus convecinos era hombre de grandísima fortuna, que si bien aumentada por su trabajo, la heredó de un tío suyo que curando jamones y preparando chorizos y longanizas, allá en un lugar casi olvidado de la provincia de Badajoz, supo cambiar los embutidos por bolsos rellenos de oro. Era un paleto de escasa instrucción; pero se pasaba de listo, y más de una vez repetía a su hermano, médico titular de un pueblo vecino. — De qué te ha servio meterte en la cabeza tanto librajo, que te llamen Doctor y sargas en los papeles, si no has podio ahorrar ni el dinero pa tu entierro, mientras que yo, sin casi saber leer, ni escrebir más que mi nombre, me he agenciao pa mi vejez cientos de peluconas que relucen como el sol. En virtud de un testamento, hecho a última hora, aquellas onzas brillantes pasaron a D. Timoteo, que las recibió lleno de alegría, sin dedicar ni una misa, ni una lágrima, al difunto. El señor de la Sierra Blanca era un poquito monomaniaco, que también lo heredó de su tío, y cuando en una idea daba más parecía aragonés que extremeño, según se aferraba a ella hasta conseguirla. Le dio por ser Empresario y como los Cinematógrafos eran los espectáculos de moda, prefirió este género, aunque lo alternase con "varietés". Se entendió con un arquitecto de Madrid que sabía diplomáticamente atraerse clientes a quienes sacar los cuartos, y antes de un mes ya poseía los planos de un magnífico edificio, adecuado para el objeto. Aquel palacio del Arte de la Película, tenia magníficas salas de espera, cómodas butacas, lujosos palcos y plateas, amplias galerías altas y bajas y un techo pintado por Vivó, artista de no escasa imaginación, aunque modesto en demasía. En la parte posterior del Cine labró D. Timoteo un hermoso jardín, propio Abril, 1920 < para las noches de verano, y un café que recordaba el "Colonial" de la villa y corte. Como mi hombre no sabía una palabra del negocio, se entendió con un buscavidas que tuvo que salir de Barcelona, por no querer ajustar cuentas con la justicia, refugiándose en el Mediodía de España. Sarmiento, que este era su apellido, olfa cos y butacas, eran anzuelos para atraerse aquella pluma de la que tanto podía esperar. Consultó con Sarmiento y éste le dijo que lo mejor era convidarle un día a comer y al llegar la hora del Champagne quizás surgiese la conversación de modo incidental. Dicho y hecho. El solterón dispuso una comida con humos de banquete y la primera invitación fué para el literato que la aceptó reconocido. PerO" la conversación no tuvo éxito y pasaron días del banquete y el crítico seguía enmudecido. Sarmiento dijo: — Hay que volverlo a convidar a comer. Tampoco esta comida dio resultado, y D. Timoteo, firme en sus trece, pensó que a la tercera va la vencida, pues si el periodista no se daba por aludido, ni entendía de intirectas, él hablaría claro. Así fué. Llegaron los postres, reinó la alegría corno epílogo del vino que se trasegó a los estómagos y no pudiendo aguantar más el solterón, atrajo a un rincón a su amigo y echándole el brazo por encima, le dijo: — Pero, hombre; usted que es tan amable y no rehuye mis invitaciones. . . ¿cómo se olvida siempre de las películas de mi Cine? ¿Por qué no habla de ellas? Y entonces el crítico, sonriendo, le contestó: — Hombre, porque yo creí que usted me invitaba a comer no para que hablase, sino para que me callase. teó el dinero y se dispuso a sacar tajada, haciendo su autobiografía en que se presentaba como gran conocedor del negocio. El dicho representante empezó por escribir a ciertas casas de películas de gran nombradía, tanto de América como de Italia, pero estas pidieron referencias y como se las diesen malas, no se tomaron el trabajo de contestar, o escribieron excusándose. En ese conflicto acudió a las Agencias intermediarias y al cabo tuvo películas, pero. . . ¡qué películas! El desecho del género. Llegó la función inaugural que se celebró la noche del Corpus. El Cine se vio lleno. Todos se deshacían en elogios hablando del edificio; pero las películas sólo eran blanco de epigramas y censuras. Vivía por entonces en la ciudad de nuestra historia cierto ilustrado escritor madrileño, que escribía a la revista de espectáculos en el "Eco de la Región", el diario más leído de la capital. D. Timoteo extrañábase que jamás dedicase media docena de renglones a sus películas. Ni indirectas, ni regalos de pal Paquita Madriguera En la larde del domingo 14 de marzo congregóse en el Teatro Belmont, de esta ciudad, una selecta y nutrida concurrencia ávida de aplaudir a la genial pianista señorita Paquita Madriguera. La insigne pianista y compositora catalana deleitó a los aficionados a la buena música con la magistral interpretación de algunas selecciones para piano de los malogrados compositores Albéniz y Granados. I-a "Triana", del primero, y una "Danza", del segundo, fueron muy aplaudidas. Pero donde el entusiasmo del público no tuvo límites, fué cuando la divina Paquita ejecutó su bellísima composición "Añoranzas de mi tierra", poética fantasía de aires populares catalanes, soberbiamente armonizada por la inspirada compositora y eximia pianista. La señorita Madriguera saldrá en jira artística para Méjico y Cuba dentro de pocos días. > PÁGINA 393