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C I N E M U N D I A L
mal español ni cintas que ataquen a nuestra raza. Si todas las uíanifestaeiones de la censura fuesen igualmente cultas, nosotros seríamos los primeros en aplaudirlas y apoyarlas. Pero. . .
l'no de los problemas que el director cinematográfico tiene que resolver cada vez que trabaja, es el de complacer, por igual, al arte, al público y al censor. En sus oficinas hay mapas que indican, no sólo los sitios en que pueden fotografiarse bellos paisajes o donde hay determinados tipos, sino los territorios en que la censura tiene tales o cuales exigencias. En términos generales es fácil calcular, según se desprende de los informes respectivos, que ochenta por ciento de los censores norteamericanos tienen la manga ancha, y el resto son intransigentes en el sentido absoluto de la palabra.
California, por fortuna — en California es donde se hacen la mayoría de las cintas cinematográficas^— tiene censores compasivos, que no se preocupan por un par de pantorrillas más o menos; pero hay otros Estados de la Unión en que, todo lo que pase del tobillo, en sentido ascendente, cae víctima de las tijeras.
Alguncu casos particulares
A fin de que nuestros lectores se den cuenta de los prejuicios que sirven de base a la censura para sus recortes, vamos a mencionar algunos casos particulares. Hay una película de Mary Pickford, en que ésta aparece bañándose en una tina minúscula, de lata. El efecto general es el mismo que se obtendría en un baile de etiqueta, donde todas las damas llevaran el escote bajo. Pero a los censores de una gran parte de los Estados Unidos, les pareció que había rií-sgo de que la tina se desoldara o algo y echaron abajo la escena.
Hay otra obra de "Paramount" en la que se exhibe un comedor de lujo, con todos sus detalles y en el que no faltan ni champan. i, ni copas, ni quien las beba. Esta parte de la cinta fué suprimida por la censura en muchos territorios norteamericanos donde hasta la más ligera alusión a las bebidas alcohólicas es un delito.
Nazimova se presenta en una película con una pistola en la mano. Eso está muy bien
en Nueva York o en otra ciudad igualmctile perversa, pero no puede pasar en ciertas localidades rurales. Y liay que cortar la escena donde el arma sale a relucir. Por cier-, to que, en Francia, existe una ley semejante, que prohibe la exhibición de escenas en que' hay asesinatos, es decir, detalles minuciosos de la ejecución de un homicidio.
Los abrazos y los besos también caen ba-' jo el dominio de las Señoras Tijeras. Hay regiones — y países — en que el beso se limitai a dos metros de película. Los que pasen de esta longitud se consideran inmorales. Si ha3'¡ que besarse, que la unión de la boca no pase! de diez segundos. De ahí para adelante co-l mienza la culpa. . . ,;
Pero también tiene otro aspecto la censura— independiente de la moralidad. En Ca-' nada, por ejemplo, no se admiten películasl en las que salga a relucir una bandera, a; menos que esa bandera sea la inglesa. De' modo que durante la guerra, cuando los productores norteamericanos estaban haciendo tantas cintas bélicas, tenían que cortar las' escenas culminantes — donde salía el pabellón: de las barras y las estrellas — si querían ven-der dichas cintas en el Dominio canadiense.
La conveniencia va primero
Por cierto que, como el mercado canadiense es uno de los mejores para las películas de los Estados LTnidos, los directores decidieron duplicar las escenas y hacer unas, para el consupio doméstico, con banderas americanas, y otras, con "Union
Jacks" destinadas a los público.»» caitadienses e ingleses. Porque la conveniencia y el arte* se deben dar la hiano en estos: pe'liágudosi a§unto$^, de, producción cinematográfica. ■
La guerra tuvo, además, un efecto curio-* so: los censores que antes protestaban fario-I sos contra las escenas de sangre, a fuerza df» patriotismo derritieron poco a poco la moñ-» taña de sus prejuicios y ya no les sublev^ba^ como antes, el espectáculo de matanzas, sa-f queos, cuchilladas y demás primores (¡ue antes l'CS ponían los pelos de punta y los obli-í gabán a sacrificar, tijera en mano, centena-t res de metros de celuloide.
(continúa én la.página 472)
[ayo. 1920