Cine-mundial (1920)

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C I X E M U X D I A L Constance Talmadge toma el pelo a un servidor Por EDUARDO GUAITSEL Ül ^I FAMA por el orbe vuela, como dijo el otro. En esta redacción todos se burlan de mi. Hasta Hermida, a quien siempre consideré un caballero, lanza la vil calumnia de que mi poderoso automóvil es un Ford, y el indiscreto Respondedor esparce por los cuatro vientos la noticia de que me han aumentado el sueldo. Eso, y más, lo sufro con ejemplar resignación, pero todo tiene su limite y ya he llegado a las fronteras de mi propia paciencia. Si sigo por este camino, voy a tener que buscar otra manera de vivir! Ya hasta las artistas a quienes entrevisto me quieren tomar el pelo. Y eso si que no lo tolero. Lo que más me ardió fué que, cuando llegué, todo compungido, con el relato de los sucesos que forman el tema de esta entrevista, en vez de compadecerse de mt, el señor Director — que desde que lo aligeraron del apéndice, parece de mejor humor — se echó a reír con toda su alma y me dijo: — Esto sí que tiene gracia. Y como yo no le encontraba gracia por ninguna parte, pero tampoco soy tan idiota que vaya a contradecir al Director, a riesgo de quedarme en la calle, opté por no contestar ni una palabra y me fui a buscar consuelo a la ventanilla del cajero. Pero basta de exordio. Ahora verán ustedes lo que me pasó. La semana pasada fui a buscar a Constance Talmadge — a quien hasta la fecha, yo tenía por una personita muy seria — e inicié una entrevista que prometía resultar muy interesante. Xos hallábamos en el taller en que trabajaba la muy picara y hacia un frío de los buenos. Yo iba muy envuelto en mi gabán y mi bufanda, pero ella estaba ligerita de ropa y le temblaban los labios. (Por estos detalles verán ustedes que yo estaba feliz, y que la entrevista comenzaba a pedir de boca.) — ¿Por qué no se abriga un poco? — le pregunté. — Porque el condenado argumento ordena que estemos en pleno verano y el Director de escena no tiene compasión de mí. . . — No conozco a ningún Director que tenga compasión — dije yo con gran convicción. — ¿Se figura usted qué cara tendré cuando me obligan a andar por el campo, con vestidos veraniegos y dos grados sobre cero? ¡Es un atentado! El otro día me castañeteaban los dientes de tal modo, que eché a perder doscientos metros de película. . . En aquel momento sobrevino la catástrofe. Debo explicar que estaban cambiando las decoraciones del "Studio". Constance y yo nos habíamos sentado sobre una gran caja vacía. .\ mi izquierda estaban el director, el fotógrafo y sus ayudantes, que son un ejército. .\ nuestra derecha había un montón de muebles y al frente iban y venían, muy atareados, los tramoyistas, carpinteros y demás abejas del curioso colmenar. A cuatro metros de distancia, de espaldas a mí y apoyada en un sillón, estaba una dama que yo pensé sería alguna de las artistas que tomaban parte en la película. De repente escuché un grito: "¡Cuidado!" Una especie de ropero de madera se había venido abajo con gran estruendo. Los tra Mayo, 1920 < Constance Talmadge que, como en el curso de esta interesante entrevista se demuestra, tiene una gran suma de "vis cómica", posee además un "alter ego" que la substituye en casos especiales y que le evita muchas molestias. El grabado muestra a la artista y a su substituía en animada conversación. moyistas, de un salto, se salvaron del porrazo, pero la joven que estaba de espaldas, recibió el mueble en la cabeza y cayó redonda al suelo, sin lanzar un ay. — ¡ Infeliz ! — dije yo, tapándome los ojos. — ¡ Se ha matado ! Y comencé a sentirme mal. No me atrevía a ponerme en pie por miedo de contemplar aquel cadáver (para mí ya era cadáver), pues por fuerza tenia que pasar a su lado al salir del taller. — ¿Qué le pasa Guaitsel? ¿Tiene alguna arenilla en los ojos? — me preguntó Constance. Iba yo a contestar, pasmado de semejante indiferencia, cuando oí algo que me quitó el uso de la palabra: — Recógela — sugirió uno de los tramoyistas a otro de sus compañeros que estaba al lado del inanimado cuerpo de la víctima. — Recógela tú — contestó el otro. — Yo ando muy ocupado. Estupefacto ante tamaña brutalidad, indignado ante la aparente indiferencia de Constance y de los demás del taller, que ningún caso hacían de la desdichada mujer, sentí arder la sangre en mis venas (como dicen en "El Dominador") y. . . — ¿Quiere usted que la vaya yo a levantar.'— pregunté a Constance. (Ya he dicho que yo soy un poco tímido y la vista de la sangre me causa muy mal efecto.) — ¡Psé! Levántela, si quiere... Pero no es más que mi substituta. . . Aquello era demasiado. Me puse en pie. . . Afortunadamente, ya varios tramoyistas se habían adelantado y colocado a la víctima sobre una silla. Yo, por decir algo, dije: — Pero, ¿usted tiene substituta? — Ya lo creo. Es útilísima. — Útilísima ¿para qué? — Está usted muy preguntón hoy, Guaitsel, y yo tengo demasiado quehacer. Llamaré a mi hermana Natalia para que le presente a mi substituta y la pueda entrevistar directamente. . . ¡ Natalia ! Natalia es la más joven de las Talmadge, que se presentó amablemente para llevarme al lado de la substituta, a quien, entre paréntesis, yo creía agonizante. . . Seamos breves: la "substituta" es un maniquí. Cuando me acerqué al sillón, donde creía templar la pálida tez de una joven desvanecida, encontré un rostro de trapo que me contemplaba con aire imbécil. Constance, que me seguía con la mirada, se echó a reír ferozmente. Natalia se echó a reír. Todo el personal del taller se echó a reir. Y yo, muy colorado, me quise echar a reír y debo haber hecho un gesto, porque las carcajadas siguieron a más y mejor. ■ — Fué una invención de Sidney Franklin — me dijo Natalia cuando se hubo secado las lágrimas de los ojos. — La utilizamos para ajusfar las luces, mientras Constance se prepara a entrar en escena, de modo que no tenga más que plantarse en su lugar, cuando ya esté todo listo. — ¿Sí, eh? De modo que gana su sueldo. . . — Sí, señor. Libra a mi hermana de muchas fatigas y le deja tiempo para atender al teléfono. Porque, a cada cinco minutos la llama alguien. . . Oiga usted. . . Efectivamente, era la campanilla del aparato. Natalia acudió, Constance estaba trabajando, y yo me aproveché para escurrirme. El chauffeur me miró, aguardando la acostumbrada moraleja. Pero no estaba el horno para bollos y, sin decir una palabra, vine a escribir estas cuartillas. Al Público ! ! El señor Bernardo Herrera Agente-Representante Viajero de CINE-MUNDIAL está ampliamente autorizado para solicitar susbcripciones y extender recibo por el importe de las mismas dondequiera que sea. CINE-MUNDIAL 516FifthAve. Nueva Yorlí -> PÁGINA 470