Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL PORIÍAÍCIÍ'O DÍAZ de ENCOVAR aDODOnacaaacaociaaDCl ^ACE muchos años que conocí a Saturnino Manzaneque, cuando era empleado de la Empresa de Consumos de Málaga. Era el principal accionista de esta empresa Pepe Orozco, joven entonces, rico, mujeriego, dueño de uiia de las mejores ganaderías de España, traductor de obras francesas y poeta de ocasión. Quién le había de decir que tan pronto la fortuna le volviese la espalda, ofreciéndole el Calvario de ima vejez tristísima, puliendo áceír con el poeta: ■ .. / . -Vprended, flores, de mí, lo que va de ayer a hoy. A Orozco le fué recomendíflir Saturnino como hombre honrado. Y lo era en efecto. Mas a los pocos días resultó, que era más bruto que honrado. Por cualquier pequenez se enredaba con los arrieros a garrotazo limpio y por introducir el consabido pincho en las cargas atravesaba el lomo de los animalitos que las conducían. No queriendo Orozco dejarle cesante, pues no ignoraba que tenía mujer y qcho hijos a quienes mantener, lo separó de los fielatos y lo trajo a los almacenes para que ayudase a cargar y descargar los efectos que se traían para los reconocimientos. Allí servía de burla a los carreros, hasta que apercibido de , ello dio cierta, tarde puñetazo tal a uno de los mozalbetes burlones que le apjastó la nariz como si fuera un tomate maduro. Por aquella acción vióse despedido definitivamente y el infeliz estuvo más de un mes de la Ceca a la Meca buscando colocación; sin hallarla. Llegó a muchas puertas y todas las vi cerradas. Desesperado pensó ausentarse y como en Antequera tenía un sobrino que era comerciante en telas, con tienda aliierta en la calle Estepa, gastó los últimos ahorrillos que le quedaban en un billete de tercera y se plan Mayo, 1920 <^ tó en la vieja ciudad, aquella de la que dice el vulgo, por cierto sin razón: De Antequera, ni mujer ni montera, y si ha de ser mejor la montera que la mujer. No le hizo gracia a su pariente, que era un caballerete bastante egoísta, la llegada de Saturnino; pero fingió cara de alegría, le abrió los brazos y le dio mesa y cama aceptándole por su huésped. Dióse a buscarle colocación, habló al Alcalde, interesó al cacique, pero todo inútil. En esto acordóse el comerciante que su amigo don Lesme sestaba terminando la instalación de un local para Cine en la calle de Maderuelo. Le buscó y llegó a buena hora. Justamente necesitaba un hombre que cuidase de lo que pudiéramos llamar orden interior del Cine, vigilando a los porteros, acomodadores y músicos. Le ofreció tres pesetas diarias y tanto Saturnino como su deudo vieron el cielo abierto y realizadas sus cortas aspiraciones. Llegó la noche de la inauguración del Cine, al que se le dio el pomposo y pretencioso título de "El Non Plus Ultra"; que quiere decir, y esto lo decimos en secreto a los que no sepan latín. El no hay más allá. ¡Me parece que el titulito se las traía! Enterado don Lcsmes de que estaba en una posada una murga, o banda de música, que salía al día siguiente para la feria de .Mollina, creyó prudente contratarla para que tocase a la puerta del Cine. Por media docena de pesetas tuvo a los murguistas a su disposición y se comprometieron a tocar de cuarto en cuarto de hora, aunque repitiendo las piezas del repertorio. , .Encargó a Saturnino que, de cuando en cuando, los visitase para que no cesasen de tocar. Media hora antes de la anunciada para comenzar el espectáculo, los murguistas dieron principio a su faena, con un paso doble que ni su autor lo conocía. Saturnino notó con extrañeza que todos tocaban menos el bombo, que se limitaba a fijar sus ojos en el papel. .^cercóse al músico y le dijo: — Compadre, josté no toca? — Ya tocaremos. Es que tengo veinte compases de espera, o de descanso para que me entienda mejor, y no me corresponde tocar todavía. .\qUella contestación no le gustó. Con tono poco cortés, agregó: — Cómo no, señor vago. ¡A tocar, a tocar! Aquí no espera ni el Padre Santo, que para eso el Empresario paga la música. LAS TIJERAS SON ARMA. . . (Viene de la página 469) Hay un territorio de la Unión en que se prohibe termipantemente presentar escenas en las que salga a relucir la aguja hipodérniica de los cocainómanos o morfinómanos. Pero, como una demostración adicional de que los censores no ven más allá de sus narices, hay la circunstancia de que si el afecto a las drogas — en la película — las absorbe en polvo, por la nariz o por la boca, la escena pasará sin que las tijeras entren en acción. ¡El delito consiste, pues, en usar la aguja! Pero todavía hay algo peor: en el Estado de Kansas los hoteles de veraneo y las posadas situadas ,"a la vera de los caminos" son sospechosos a juicio del censor y está prohibida toda escena cinematográfica en que salga a relucir un hotel suburbano! Si la escena debe desarrollarse en un hotel y si éste no se halla en el centro de la población, la cinta no irá a la pantalla. Ni más ni menos. Si ésto no es de una estupidez beatífica y de una inocencia rayana en la imbecilidad, que nuestros lectores decidan. La tiranía de los censores, justamente porque es pequeña y estrecha de criterio, casi siempre cae en el absurdo y en el ridículo. Se prohibe sacar dinero Otro detalle digno de mención: las leyes de los Estados Unidos prohiben la reproducción de monedas de curso legal y de billetes de Banco. Esta disposición está destinada a impedir las falsificaciones y a castigar a 1-)S culpables de este crimen; pero como de todo hay en la viña del Señor, y existen gentes a quienes no es posible hacer entrar en rüzón ni a hachazos, no faltan censores que, sí vtn una película en la que hay billetes de Hunco u onzas de oro, enarbolan las tijeras y mochan media producción sin piedad J.^ niv.guna especie. En lugar aparte está también la lensura' de los títulos. En los Estados L^nidos, donde cuando se quiere insultar a alguien, basta desearle un viaje al infierno o condenarlo a las llamas, hay territorios que prohiben hasta el equivalente de nuestro "¡Caramba!" y se prescriben substituciones encantadoras. De modo que, verbigracia, un bárbaro de esos que, cinematográficamente, se han pasado la vida en el monte, entre bestias y fieras, dice, si le pegan una bofetada, "¡Cielos!" Y se queda tan satisfecho. En el Estado de Nueva York, eso de las picardías — lo mismo que en California — no tiene más límites que la natural decencia; pero hay otros t-erritorios en que la censura frunce el entrecejo apenas empiezan los personajes a dar muestras de indignación. Por fortuna, los traductores de las leyendas cinemai-ográficas, varían a su antojo la conversación y se ríen do los censores. . . del Norte, pues, a lo mejor, los del Sur los agarran por su ctienta y no dejan títere con cabeza. La cuestión de los besos Ya se dijo que los besos deben medirse — en metros — según el territorio y las opiniones de los censores. Pero, a fuerza de pensar y de tropezar, los directores se haii dado maña para zafarse de la garra implacable de la censura. Y unos hacen, por ejemplo, que los protagonistas se vean, al principio de la escena, besándose a distancia y sigan así, muy agarraditos, mientras la cámara se acerca y se ven "los detalles". Otros, cortan la escena varias veces, la interrumpen y permiten que se suponga que el beso sigue a más y me.jor mientras se interpone la fotografía de dos tórtolas en una jaula, o una puesta de sol, o cosas así. Con Sessue Hakayawa pasa algo característico. En los Estados Unidos, los japoneses son vistos con antipatía, de manera que durante las escenas en que el gran actor aparece abracando a una artista de raza .blanca, la gente se pone de mal humor y no es raro que la censura meta tijeras allí. Pero en cambio, si la esposa de Hayakawa — que también está en el cine trabajando — cae en brazos de algún blanco enamorado, ni quien chiste. ¡ \'ayan ustedes a entender la idiosincrasia de las gentes que tienen prejuicios! Los reptiles también entran en la categoría de obstáculo para los directores de película. Hay personas que no toleran la vista de los sinuosos animalitos y optan por substituir la (Sigue en la página 515) I^ PÁGINA 472