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CINEMUNDIAL
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'r\E qué hablaré este mes? ■'-' De cinematografía sé poco — al menos de la sucedido en las últimas cinco semanas, que me las fumé en el hospital. Pudiera decir algo sobre los líos conyugales de Chaplin y Pickford, porque hasta las enfermeras los comentaban tirándome de la lengua cuando andaba yo indefenso y sin poder nioverme; pero las noticias que tengo de esos escabrosos asuntos son muy vagas y no me parece acertado apelar a la imaginación en estos casos, que los ánimos de los que ayer fueron tórtolos amorosos y hoy enemigos mortales, están muy caldeados y no quiero hacer más visitas al médico.
Había resuelto hablar de mi operación — tema ameno, casi cinematográfico y socorrido en extremo, ya que se presta para emborronar cuartillas sin limite — mas, hojeando esta mañana un diario neoyorquino, leí al final de un artículo: "...dudamos que esta polémica justifique el papel que ha de gastarse en imprimirla."
Ese es, precisamente, mi dilema. No hay diario ni gran revista norteamericana que no se queje de lo mismo. Como en los teatros cuando el espectáculo es afortunado y aparece en taquilla el letrero "No hay entradas", en las publicaciones de aquí se ven avisos como este: "Debido a la carestía del papel, hoy se han quedado fuera tantas páginas de texto y tantas de anuncios."
El gobierno dirige rogativa tras rogativa para que se conserve la existencia de papel de imprimir, y se cuentan a centenares las pequeñas publicaciones suspendidas ante las dificultades en obtenerlo.
Y ahora me digo yo. ¿Es que en estas circunstancias sería lógico invertir varias resmas de papel en relatar la historia de mi extinto apéndice?
* * * A HI está el quid.
" Estas cuestiones de hospitales y cirugía son amenas, no cabe duda. Lo problemático es si tienen o no en la actualidad verdadera trascendencia. Para mí la tuvieron, es cierto, y hubo momentos — por ejemplo, cuando me llevaban en el ascensor hacia la mesa de operaciones— en que me olvidé de Lloyd George, del cuartelazo de von Kapp y hasta de los Soviets.
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■PN cuanto a los turistas de la raza que .'-' caen por estas playas resueltos a verlo y experimentarlo todo, seguro estoy de que acogerían el tema con entusiasmo por tratarse de una enfermedad de moda. No se me I oculta que algunos traen en cartera dolencias I de diversos calibres y colores, desde el tifus hasta el muermo, pero, aun con ser muy respetables, carecen de esa aureola que envuelve a la linajuda apendicitis, sobre todo si el apéndice está medio putrefacto — como sucedió en mi caso — y es menester abrirlo a uno en canal un par de veces.
Mayo, 1920 <
Y ¿QLE pasa en Nueva York cuando sieni te uno algo así como un dolor de barriga elevado al cubo, y, perdiendo la ecuanimidad, se empieza a llamar al médico a grito pelado?
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A H,,qué es lo que no pasa! Como decía el •"■ cura que intentó enseñarme latín, sobre esto pueden escribirse siete tomos. Desde que llega la ambulancia y hace uno la salida triunfal en camilla entre la gritería de la familia, que ya lo da a uno por muerto, y la curiosidad de los vecinos, transeúntes y perros bohemios de la localidad, hasta que el cirujano, pasada la crisis, indica a la enfermera que "en adelante éste no debe perder una comida", media toda una película en serie.
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A PROPOSITO, el paseo en coche más ca■*^ ro de mi vida fué el que hice en la ambulancia: S22 por ocho cuadras de tumbos sobre la nieve.
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QUIZAS también seria interesante aludir a los diez o doce galenos internos, externos y especialistas del hospital que, sin fallar una sola vez, venían a hundir sus dedos en la parte más dolorida de mi abdomen. — ¡Ah, sí! Es apendictis — decían todos.
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ASI como a la escena culminante sobre la mesa de operaciones, donde a mí me dejaron olvidado media hora.
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Y EL sargento de infantería de marina en la cama de mi izquieula, herido en Belleau Bois por una granada alemana? Su historia habría de interesar por fuerza. Dos años llevaba en el hospital y le habían hecho once operaciones en una pierna. Conocía a Cuba y a Méjico y chapurreaba el castellano. La continua reclusión imprimió a sus facciones un aire delicado y distinguido, y el color de su piel revelaba esa blancura n"-.ite que a veces se encuentra en mujeres anéujicas o tísicas. Debió haber sido un hombre hercúleo, a juzgar por el cuello de atlet;i y la armazón ósea de sus brazos de pugilista, subre los que se destacaban, en tatuaje de líneas rojas y azules, el pabellón norteamericano, la proa de un barco de guerra, una rana diminuta y el nombre de una mujer, fcra el
personaje más alegre de la sala, el más experimentado en curas y dolores, y el favorito de las enfermeras.
Pero allá en las altas horas de la noche, vencido su estoicismo por las punzadas de alguno de los boquetes infectos de su pierna, era cosa de oírlo.
— Esto es lo que saqué yo — decía mascando las palabras — por "pelear" por la democracia". (Que me vengan a buscar para la próxima guerra! ¡Lo que más me indigna es que senté plaza de voluntario ! Ya puede venir Mr. Wilson otra vez con sus catorce puntos: más de doscientos me han dado a mí en esta maldita pierna!
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FREEM.'VN se llamaba este muchacho y se puso algo nervioso el día que uno de los enfermos de iiuestra sala se entregó al descanso eterno.
— He visto morir mucha gente, Hermida, pero todavía no he podido acostumbrarme — rae explicó en voz baja como si se tratara de un secreto.
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PUDIERA hablar del éter, substancia que yo me imaginaba tenue y dulce y creo que hasta llegué a aspirarla en compañía de cierta dama romántica. Aquella vez pesqué un dolor de cabeza horrible, pero m? amiga se indignó cuando lo atribuí a la droga.
— La próxima vez — díjome — aspíralo solo y no tomes tanto whiskey al mismo tiempo: verás como el efecto es distinto.
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LA opinión que hoy tengo sobre el éter, después de aspirarlo sin mezcla alguna y en suficiente cantidad para formarse ideas exactas, me la reservo para cuando suspendan la censura.
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PLTDIERA hablar del éter, substancia que no me atrevo a seguir adelante.
Continúa asaltándome la misma duda.
Mi extinto apéndice quizás posea toda la amenidad necesaria para entretener al lector por unos instantes; pero eso no prueba nada.
Lo importante es saber si justifica o no gastos de papel en los tiempos de escasez que corremos.
¿Tendría el asunto esa trascendencia a que aluden las autoridades de Washington?
¿Se me tacharía de despilfarrar a mansalva las riquezas intelectuales de esta gran república, ya que el papel — especialmente la clase satinada que se gasta CINE-MUNDI.\L — es el vehículo por excelencia para trasmitir ideas?
Ante la duda, lo mejor será limitarse a reseñar, como lo haré en los siguientes párrafos, los pocos chismes cinematográficos que han llegado a mis oídos durante el mes.
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LA Empresa Goldwjm tiene una nueva "estrella". Se llama Jane Bliss y pesa 270 libras. (Esta que se prepare si le da 'a apendicitis.) El señor Arthur Ziehm, gs
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